En la moderna sociedad compleja, no todos
los conflictos encajan en la dicotomía política habitual que separa al
hemisferio izquierdo del derecho.
Hay conflictos transversales, es decir que desde una visión
topográfica, parecen cortados por una perpendicular a la línea tradicional, de
modo que en las dos semiesferas encontramos nucleadas a fuerzas de izquierda y
derecha.
El conflicto que enfrenta al Gobierno de los Kirchner con el
campo es un ejemplo, pero hay muchos más y son cada vez más frecuentes en una
sociedad plural.
Al igual que pasa con los conflictos, las demandas
sociales también pueden ser asumidas conjuntamente por ciudadanos "de izquierda"
con el mismo entusiasmo con que las reivindican ciudadanos "de derecha".
Pensemos, por ejemplo, en la demanda de mayor calidad institucional o en la que
reclama el fin del clientelismo prebendario.
Pertenecen ya a un espectro muy extenso, en el que confluyen
partidarios de Mauricio Macri con simpatizantes de Hermes Binner y no se pueden
adscribir a la izquierda o a la derecha. La existencia de posicionamientos que
obedecen a la opinión libre e independiente de los ciudadanos, más que a
fidelidades ideológicas tradicionales, es un signo de progreso intelectual.
Nuestro cerebro está modelado por miles de años de evolución, y la creación de
modelos y estereotipos ha sido una necesidad para ordenar el caos del mundo
exterior. Cada vez que atravesamos una calle, nuestro cerebro reconoce la escena
y con ello evitamos los accidentes. Esto nos salva la vida, pero a costa de la
inevitable rigidez de los estereotipos.
En distintos órdenes de la vida, ya sea el religioso, étnico
o económico, la existencia de un modelo de identidad se obtiene mediante la
afirmación de una diferencia. La presencia de un "otro" exterior, permite la
conformación de un "nosotros" colectivo y abrazador. Esa polarización
entre blanco y negro, entre nosotros/ellos, trasladada al orden político, tiene
el riesgo de transformarse en una relación amigo/enemigo. La cuestión decisiva
en democracia, como afirma Chantal Mouffe, consiste en conseguir que el
conflicto, inevitable en toda acción política, sea reducido a una relación
compatible con el pluralismo. Por consiguiente no se debe ver en el oponente un
enemigo a abatir, sino un adversario al que se debe tolerar.
La visión binaria tradicional entre "pueblo" y
"oligarquía" puede ser un estereotipo útil para simplificar el complejo mundo de
la política, pero entraña el riesgo de permanecer atado a una visión anacrónica,
a una "dicotomía senil" en palabras de Santiago Kovadloff. Algunos
intelectuales de izquierda perciben que existe una disonancia cognitiva entre su
modo de pensar y la realidad y en vez de actualizar su discurso, intentan
dibujar una realidad ficticia, que resulte coherente con su modo de pensar. Por
ejemplo, en el conflicto del campo, les resulta incoherente que la Federación
Agraria Argentina, una organización considerada de izquierdas, aparezca en un
frente común con la Sociedad Rural. Llegan entonces a la conclusión de que los
antiguos arrendatarios del campo se han convertido en propietarios rentistas que
alquilan sus campos a los pools de siembra. Es decir que, según esa caricatura,
los pequeños y medianos agricultores se habrían pasado con armas y bagajes al
campo de la oligarquía. Una interpretación similar se hace en relación con las
clases medias, tan apreciadas cuando en 2001 se formaban asambleas barriales que
gritaban "que se vayan todos" (aunque los que se tenían que ir eran "otros").
Ahora se afirma impúdicamente que "la clase media se alineó con el proyecto
neoliberal de los 90 y prefiere votar con la oligarquía". Hay que salvar el
estereotipo aunque la realidad perezca.
Un grupo de intelectuales y funcionarios, que se reúnen en la
Biblioteca Nacional, han emitido una serie de cartas abiertas de texto
enrevesado, en las que han inventado una expresión, "la nueva derecha", para
caracterizar a quienes no aceptan su interpretación que atribuye un propósito "destituyente"
a los hombres del campo. "Es una nueva derecha porque, a diferencia de las
antiguas derechas no es literal con su propio pasado" afirman en una expresión
ininteligible de la "carta abierta 3". Según su particular manera de ver las
cosas, el diputado Claudio Lozano, de la CTA, que votó en contra de las
retenciones móviles, formaría parte de "la nueva derecha", mientras que Hugo
Moyano de la CGT y los intendentes del conurbano bonaerense, aliados con el
Gobierno, serían, por deducción, los flamantes representantes de "la nueva
izquierda". Estos actos de prestidigitación intelectual son la expresión de la
dificultad para superar los estereotipos seniles y la incapacidad para entender
la esencia del pluralismo. Frente a una realidad compleja caben múltiples
interpretaciones y matices y nadie está en condiciones de aparecer como dueño de
la verdad, dispensando etiquetas de izquierda o derecha.
A veces olvidamos que la verdad, como sustantivo, no existe.
Es sólo una fina línea en el horizonte, que se aleja a medida que nos
aproximamos.
Aleardo Laría