Tribuna de Periodistas entrevistó a la investigadora del Conicet Vanina Papalini, quien asegura que los textos de autoayuda crean un sujeto "aislado y omnipotente", demonizan el conflicto y exaltan el éxito asociado al dinero como valor máximo.
–¿Qué características tiene como género la literatura de autoayuda?
–Son libros orientados a la subjetividad de la persona y esta dimensión, para los autores de los libros de autoayuda, es la clave de resolución de los problemas de todo tipo que puedan experimentarse. Tanto los que podemos llamar emocionales o de relaciones con los demás, como aquellos que uno podría considerar más estructurales, relativos a las modalidades de trabajo, son pensados como posibles de ser resueltos por el individuo mismo, sin la intervención de ninguna otra persona ni con la transformación de ninguna otra condición.
–¿Qué particularidades tienen los libros de autoayuda argentinos?
–No tienen ninguna particularidad en especial, y tienen la característica de preparar al sujeto para unas condiciones de vida globales. Esto es: la enorme flexibilidad de empleo y un escenario de cambio constante que implican un costo emocional muy grande por esta situación permanente. Lo construyen como un sujeto simpático que siempre va a mostrar un rostro sonriente a pesar de cualquier situación que ocurra.
En ese sentido, trabajan sobre una hipocresía funcional. Que mueve a no mostrar, a guardar en lo más hondo los propios sentimientos. Construye a un individuo que siempre tiene ganas de actuar y de hacer y que se autoexige un montón, al punto de que se considera omnipotente para poder resolver todas las situaciones. Como contracara, aparece el hecho de que las personas hacen el esfuerzo por cumplir con todos estos mandatos, que los libros plasman pero que son sociales, y llega un momento en el que no se puede más y se pasa del libro de autoayuda al psicofármaco. Así se puede estar siempre en actividad, diluir toda tristeza y toda preocupación, para mostrar siempre la mejor cara y poder seguir actuando. Uno de los libros de autoayuda que vendió mucho en el último tiempo es Padre rico, padre pobre.
–¿Y qué puede decir sobre ese libro?
–Trabaja sobre la idea de que siempre se puede ser un triunfador y que esto depende de uno mismo. En ese sentido, uno es dueño de su propio destino y ni siquiera el lugar de nacimiento, la familia, la educación que recibió, son condicionamientos fuertes. Es el mito del self made man, pero traducido a la época actual y con elementos novedosos.
Entre estos libros, algunos tienen características más espirituales, y rondan la zona new age, y otros, no; son mucho más descarnados. Tienen la forma de un manual, incluso te dan una serie de pasos escritos de cómo lograr la disolución de los malestares y cómo solucionar los problemas cotidianos. Pero al mismo tiempo que ha crecido el consumo de los libros de autoayuda, también creció el consumo de psicofármacos de una manera bastante importante, y creció la cantidad de la población que se considera afectada por la depresión, que es una enfermedad de límites muy imprecisos, y que nadie sabe con exactitud si es una patología o no y en qué punto deja de ser una sensación de tristeza para convertirse en una enfermedad. Es muy fácil medicarla porque no está muy claro el límite entre lo patológico y lo que no lo es. Y el consumo de psicofármacos ha crecido de manera notable para gran alegría de la industria farmacéutica.
–¿Cómo es la construcción de la subjetividad que proponen esos libros?
–Sobre todo trabajan sobre la idea de un individualismo omnipotente. Al punto de enseñar a no prestar atención a los comentarios que los otros ofrecen sobre uno mismo. Es como un individuo cerrado que se forma una imagen positiva de sí mismo con prescindencia de lo que puedan opinar a su alrededor.
En ese sentido es bastante terrible, por más que pueda tener efectos positivos sobre la autoestima, porque crea una especie de sordera y de aislamiento. Uno deja de interactuar con los otros, en la medida en que ponen en riesgo nuestra propia imagen del yo. No es seguro que esto se produzca de esta manera, a pesar de que los libros tengan esta tendencia, porque las personas mantienen una vida social bastante amplia en la Argentina. Creo que todo lo que sea grupal o social, o gratuito, y que no tenga como finalidad el éxito va en contra de esta tendencia dominante.
–¿Y por dónde pasa el éxito en estos libros?
–El individuo se siente realizado si ha tenido éxito económico. En el caso de que no le haya ido bien en lo económico, el segundo nivel es sentirse bien consigo mismo, pero está muy lejos del anterior. Y la idea de competencia atraviesa todo esto con una ideología bastante antigua que es la del darwinismo social. No hay ningún condicionamiento ético que pueda limitar las acciones para ganar en esta competencia loca.
–¿Recuerda un ejemplo de algún libro?
–El libro ¿Quién se ha llevado mi queso?, que también tuvo bastante renombre en su momento, plantea la situación de dos ratones a los que de un día para otro les desaparecieron un queso que tenían en un lugar, y uno no quiere no salir a explorar los laberintos para encontrar queso y el otro sí porque cree que si no se van a morir de hambre. Y en un momento, el segundo abandona al primero y sale para salvarse a sí mismo. Esto de alguna manera concentra la idea que se quiere transmitir: que al final se trata de salvarse solo y no importa qué es lo que está ahí atrás.
–¿Qué rol cumple la comunicación?
–Cumple un rol fundamental, y es pensada como la manera de resolver la mayor parte de los problemas porque se presupone que no hay desacuerdos esenciales. Se trabaja sobre la idea de que éste es el mundo existente, se trata de adaptarse del mejor modo posible, y la conversación apunta a ponernos de acuerdo en un objetivo que ya está predeterminado y es igual para todos.
Es decir, son libros que descartan la idea de disenso, de confrontación de ideas y que ven en eso un elemento amenazador. El que confronta o no está de acuerdo está por fuera del sistema y no interesa retenerlo. También en este sentido se avanza hacia un mundo mucho más homogéneo en términos de los modelos a alcanzar y las metas a conseguir, y en el que hay una desaparición y una demonización del conflicto.