El Gobierno y la CGT dieron otra muestra
de su sociedad política con un nuevo encuentro entre la presidenta, Cristina
Fernández de Kirchner, y la conducción de la central sindical encabezada por el
camionero Hugo Moyano.
Tras la firma del nuevo salario mínimo, de 1.200 pesos, los
dirigentes gremiales regresaron a la Casa Rosada con el argumento de exponer sus
peticiones sobre asignaciones familiares e Impuesto a las Ganancias.
Respectivamente, requieren un aumento del llamado salario
familiar y su extensión a todos los trabajadores y una elevación de los límites
de los sueldos a partir de los cuales se deduce Ganancias.
Los dirigentes gremiales se fueron de la sede
gubernamental con promesas pero igualmente quedó la certeza de un anuncio, dado
el énfasis que los interlocutores de la Presidenta pusieron antes y después del
cónclave.
El encuentro permitió ver otras instantáneas. Después de
la mesa multilateral por el salario mínimo, esta vez hubo privilegiados, bajo el
argumento de la legitimidad de su representación: los dirigentes de la CGT,
donde ahora conviven el "moyanismo", los "gordos" y los autodenominados
"independientes".
Afuera quedó la CTA, que había estado sentada en la anterior
mesa con empresarios y la CGT y, por supuesto, la central pergeñada por Luis
Barrionuevo para hacerle un vacío a la de Moyano.
Otro dato que confirmó que la sociedad gubernamental-CGT "Moyano"
anda a las mil maravillas fue precisamente el nuevo salario mínimo acordado.
La cifra de la central oficialista coincide plenamente con lo
que estaban dispuestas a avalar las autoridades. El propio camionero había
anticipado —junto con su pedido— el pensamiento de la administración Kirchner,
como tantas veces lo ha hecho.
El haber de referencia para que nadie gane menos que esa
cifra está dirigido a un universo acotado de trabajadores, que son los que no
están incluidos en los convenios colectivos o en regímenes especiales de
contratación.
La historia de que los que trabajan en negro tampoco
deben cobrar menos que eso es, justamente, otra historia. La marginalidad en la
que viven convierte en ilusoria la posibilidad de que se respete esa premisa.
Y he aquí la reaparición del gran fantasma argentino, que es
el trabajo irregular. Muchos se preguntarán si no hay otro tema del cual hablar,
pero es inevitable y diríase imprescindible abordarlo permanentemente, casi
obsesivamente.
¿Qué sociedad puede aspirar a un futuro venturoso cuando
cuatro de cada diez trabajadores están fuera de la ley, desprotegidos,
marginados, a merced de abusos y de explotaciones? ¿A qué justicia social puede
aspirarse cuando de entrada nomás, a esa iniquidad en la que están sumidas
millones de personas, se suma la injusticia de que un sector de los dadores de
trabajo se encuadra dentro de la ley, es controlado e intimado, hace en muchos
casos esfuerzos increíbles para respetar las normas, y otros, graciosamente,
eluden impunemente los principios básicos que deberían ser inviolables en una
sociedad organizada? Claro que, es justo reiterarlo, no todos son perversos, y
hay muchos empleadores que no tienen otra salida ante las presiones de sus
costos, sobre todo en materia tributaria, o por la propia realidad de sus
respectivas actividades.
Ahora apareció una nueva esperanza, ya que el Gobierno
programó una serie de actividades del Consejo Nacional del Empleo, la
Productividad y el Salario Mínimo, Vital y Móvil con el objetivo, al menos
declamado, de encarar políticas de trabajo que, si se aplican voluntad,
responsabilidad y, sobre todo, grandeza, pueden significar el principio de un
camino interesante.
El Consejo es quizás hoy el único instrumento que está a la
mano con el cual Gobierno, empresarios y sindicalistas pueden ir apuntando a los
consensos.
En la otra punta del sendero está el pacto social, pero su
búsqueda hasta ahora hace recordar al antiguo y esforzado juego del palo
enjabonado, una competencia donde se premia sólo el esfuerzo individual y en el
cual la mayoría de los aspirantes a llegar a la cima terminaba a los porrazos y
descalificada.
Justamente vale el ejemplo: son muchísimas las veces en
las ha fracasado el juego en equipo y uno solo de tantos ha logrado coronar su
intentona y quedarse con el premio, mientras los otros miran desde el suelo
agobiados, resignados, frustrados.
En un gráfico paralelo, las "víctimas" del tronco resbaloso
podrían ser, por ejemplo, si ya no el ejército de desocupados que se redujo en
los últimos años, sí aquellos que hoy no tienen ninguna protección laboral —sin
eufemismos, los trabajadores en negro— y para los cuales es imprescindible
encontrar soluciones. Por ellos y por la sociedad en su conjunto.
Soluciones que podrían venir de la mano de ciertos cambios en
la legislación, que protege —como por supuesto debe ser— a quienes tienen
empleo, pero paradójicamente parece no fomentar en la misma proporción la
inclusión de quienes no lo tienen, lo mismo que otras normas que tornan
excesivamente burocrática y rígida la creación de unidades empresariales y
puestos laborales.
La simplificación de la normativa —entiéndase bien, una
flexibilidad positiva y no para promover los abusos y la discrecionalidad— que
permita movimientos más rápidos y efectivos tanto a empleadores como a empleados
es una de las posibles salidas para esos problemas.
El Consejo del Salario y sus comisiones son un buen
escenario para ir avanzando en esa materia, amén, por supuesto, del nivel de los
ingresos.
Pero en caso de que se caiga nuevamente en el error de mirar
para otro lado o directamente desperdiciar estas ocasiones por ambiciones
sectoriales desmedidas —en definitiva, actitudes individualistas—, una gran
porción de la ciudadanía seguirá siendo víctima de la implacable tradición del
palo enjabonado.
Luis Tarullo