"La necesidad tiene cara de hereje", dice el refrán. En tiempos de debilidad política y porque ha tenido que comenzar a replantearse varias situaciones que hacen esencialmente a la pérdida de la iniciativa en el manejo de la agenda, a la necesidad de intentar ponerle un freno al acelerado deterioro de las expectativas económicas y a reencauzar su desgastada relación con parte de la sociedad, los tiempos de las vacas flacas también le han llegado al Gobierno en relación a la comunicación.
Es más, no le ha importado a Cristina Fernández por una vez mostrar esa debilidad, porque de lo que se trata es de retomar el manejo político, más que mellado después de la crisis con el campo, que aún no termina. De allí, la meritoria presencia de la presidenta de la Nación en su primera rueda de prensa, un plausible ejercicio que refuerza la democracia, cuyas respuestas han dejado más de una arista para el análisis porque se han centrado en recuperar el timón en cada uno de esos tres terrenos clave, casi todos ellos minados hasta ahora de modo primordial por el ímpetu de la propia autodestrucción. La Presidenta, tal es su estilo, no se ha limitado a hacer en Olivos simples declaraciones, sino que usó cada afirmación para generar una clara bajada de línea ideológica, dirigida en primera instancia a la opinión pública, pero por sobre todo a los actores de la política y a los agentes económicos Dejó bien en claro que todo lo hecho hasta el momento está bien, que volvería a repetir lo actuado y que seguirá en el rumbo, aunque algunos le digan que la lleva al precipicio.
Probablemente, muchas de sus definiciones sobre lo que ella llama el “modelo de acumulación” serán aceptadas por algunos y discutidas por otros, pero lo interesante que ha surgido de la movida mediática, más allá de ganarle lugar a la Rural en la tapa de los diarios del domingo, es que Cristina se ha mostrado abierta y tal como es en defensa de sus convicciones, lo que le permitirá a muchos tomar decisiones, a partir de inferir que el Gobierno profundizará de ahora en más las acciones que una parte de la sociedad resiste.
Así, la Presidenta ratificó a Guillermo Moreno, al que pidió no "satanizar" y de quien se hizo políticamente responsable, dijo que no cambiará a nadie más en su gabinete, que se hará el tren bala porque los fondos no salen del Presupuesto (aunque olvidó las garantías en bonos que extendió la Nación) y pateó la pelota afuera en el escándalo del INDEC, sin que nadie le recordara que el controvertido Instituto no suministra ni siquiera la composición de la canasta que se toma para elaborar el Indice de Precios.
En este último aspecto, la mecánica de no permitir repreguntas la dejó siempre a ella con la última palabra, lo que fue convalidado también por la extensa mezcla de temas que se abordaron, a los que respondió siempre con mucha seguridad, sin nervios ni crispaciones y en los cuales se mostró contundente, aún cuando tuvo que contestar con un monosílabo o sin hacer comentarios. Ahora que pasó la novedad, bien vale preguntarse por qué una persona con tanto manejo y capacidad de mostrarse ante la prensa se había negado hasta ahora a enfrentarla.
Néstor Kirchner decía que tomaba contacto directo con el pueblo desde su atril y que por ese motivo no precisaba responder a preguntas de los medios, algo que había ratificado la entonces candidata, frente a una periodista de la CNN, en agosto de 2007: "la política comunicacional del Gobierno ha sido de un contacto directo con la sociedad", le dijo. Con esta novedosa actitud de la Presidenta de exponerse a los interrogantes de la prensa ha quedado relegada también aquella, su famosa frase de la Plaza de Mayo, cuando describió sus sentimientos sobre las penurias que le provocaban las primeras escaramuzas con el campo: "esta vez no han venido acompañados de tanques, esta vez han sido acompañados por algunos generales multimediáticos que además de apoyar el lock out al pueblo, han hecho lock out a la información, cambiando, tergiversando, mostrando una sola cara", dijo hace nada más que cuatro meses.
Tras la parálisis que afectó a los Kirchner después del fracaso legislativo y la debacle de su imagen ante la opinión pública, parece que ambos se han dado cuenta que por ahora deben tragar saliva. En este cambio de estrategia ha sido central la incidencia del nuevo Jefe de Gabinete, Sergio Massa, un hombre que le debe buena parte de su ascenso en política a haber mantenido muy buenas relaciones con los medios.
Sin embargo, habrá que establecer si el cambio de modalidad encarado fue por arrepentimiento o por conveniencia, aunque se deberá esperar un tiempo para verificar si a esa corrección le sigue el tan necesario propósito de enmienda o si es un maquillaje que se disolverá cuando el Gobierno se enfrente con el primer problema. Ante el futuro, y después de haber escuchado la contundencia de la Presidenta en no retroceder, la presunción que más chances tiene de verificarse es que la naturaleza confrontativa del matrimonio volverá por sus fueros en cualquier momento, sobre todo por la extraordinaria agenda de dificultades que les espera a ambos durante los próximos meses, en medio de una situación económica que no es la mejor. No obstante, siempre queda la posibilidad de que Cristina y su esposo hagan un viraje hacia posturas menos ideológicas y más proclives a parecerse al mundo, lo que se ha diluido bastante, después de haberla escuchado en la quinta presidencial. Entre los problemas que tienen entre manos y a punto de explotar está esencialmente la escalada inflacionaria y las necesidades de caja que son cada día más acuciantes, lo que ha desembocado en una fuga de divisas durante el primer semestre, situación que ha obligado al Banco Central a permitir transitoriamente el ingreso de capitales golondrina, para equiparar así la no liquidación de divisas provenientes del agro.
En este punto, habrá que ver si la zanahoria de no tener que encajar 30 por ciento de las divisas que entren para aplicar a colocaciones financieras, impuesta en su tiempo por Roberto Lavagna, sirve para convencer a los inversores, muy reacios en todo lo que de la Argentina se trate. En una teleconferencia que llevó a cabo Standard & Poor’s en la semana se escuchó de esos inversores un diagnóstico más que pesimista sobre la Argentina, especulaciones que ahora tienen con qué contrastar, en la siguiente línea:
· "La pregunta es si (los cambios) derivarán en un nuevo estilo de gobierno y en una nueva estrategia macroeconómica".
· "Nuestra principal preocupación es la creciente intervención del gobierno en los mercados, que hace que el clima de negocios se torne muy difícil de predecir. No esperamos que esto cambie en 2009".
· "La inflación es un riesgo revelante, pero sobre todo porque no sabemos realmente cuál es el nivel de inflación. (Al no saberlo) eso afecta los planes de inversión".
· "No estamos calificando si las retenciones son buenas o malas o si nos gusta o no el gobierno. Por lo que estamos preocupados es por el deterioro de la situación fiscal, por el índice de inflación y por una situación macroeconómica que está empeorando". Pese a que la gestión del equipo económico es tan opaca que parece que nadie trabaja sobre los problemas, la percepción de que el Gobierno también se da cuenta de alguna de estas dificultades se ha patentizado con el cambio de estrategia en materia tarifaria y con la imposición, aún a costa de pegarle un sacudón a los bolsillos, de una suba de la electricidad para clientes domiciliarios del área metropolitana que apunta a disminuir subsidios, por una cifra que en la masa actual resulta insignificante, pero que es toda una señal y que seguramente continuará con otros rubros.
Entre estos dolores de cabeza de la economía, hay que apuntar también para los Kirchner los problemas de la política, entre ellos la necesidad de solidificar la Concertación con el ala no cobista, es decir con los gobernadores e intendentes "k" que necesitan imperiosamente de la caja oficial y de modo primordial atender la diáspora del peronismo, a favor de mantener la tropa unida para afrontar las pulseadas que se vienen en el Congreso, sobre todo con la reestatización de Aerolíneas Argentinas, que ya divide aguas.
Aunque las encuestas dicen que algo más de 4 de cada 10 personas están a favor de que Aerolíneas pase al Estado, a pocos legisladores, incluidos los justicialistas, les cierra hacerse cargo de una compañía que necesita 1,6 millones de dólares por día para salir a volar y que sigue acumulando déficits, y menos tener que autorizar el pago de una cifra que deberá salir —tasación de un neutral mediante— del bolsillo de los contribuyentes. Por algo, en América latina hay una sola compañía estatal: Cubana de Aviación.
Como elemento poco tranquilizador para el ánimo de diputados y senadores, la exposición de motivos del Ejecutivo que acompaña al proyecto de ley que fue al Congreso resulta patética y en primera instancia la oposición ha tomado nota de ello, ya que a pocos les cierra. El mensaje, que apunta a "reconocer una vez más el fracaso de la política privatizadora" resulta, por su modo de relatar cómo el grupo Marsans hizo lo que quiso durante los últimos años en medio de la administración Kirchner, no sólo la confesión de la frustración de un gobierno para manejar el problema, sino la admisión lisa y llana del fracaso del Estado como control efectivo de las empresas privatizadas.
Para colmo de males para el propio Gobierno, muchos legisladores propios están queriendo saber más sobre la situación, producto del extraordinario celo y misterio que los funcionarios del Ejecutivo le han puesto al asunto. Ante tantas dudas, un senador de cuño justicialista, del grupo de los que votó a favor de las retenciones, se despatarró en su silla frente a Agencia DyN para cruzar sus dedos y suplicar entre dientes: "ojalá que no pase de Diputados". Todo un adelanto de lo que se viene.