El pecado capital de la política que ha
llevado a cabo el país desde 2003 en relación a la región tiene que ver con que
el matrimonio Kirchner, cada cual a su tiempo, ha creído, probablemente de buena
fe pero con una grave dosis de ingenuidad, que las ideologías unen más que los
intereses y que el acercamiento protegería a la Argentina del resto del mundo,
que no la miraba con buenos ojos, tras el default.
En el caso de los dos últimos presidentes se les puede
reprochar que ambos se quedaron de brazos cruzados y con la boca abierta mirando
embelezados el signo político de los gobiernos vecinos, antes que sus avances
comerciales que, en el caso puntual de Brasil, justo en el mismo período que les
tocó a ellos gobernar, ha desbordado todos los cálculos y ha terminado, fruto de
esa parálisis, por empequeñecer relativamente aún más a la Argentina.
Hoy, las asimetrías cada vez más amplias que se dan entre
los dos países tienen mucho que ver con la escala y con la madurez de un sistema
económico ya engranado que, como el brasileño, no necesita sólo del tipo de
cambio alto para exportar cada vez más, tal como lo ha descripto la
presidenta de la Nación, aunque también con la ilusión de que "como somos todos
progresistas" se podrá marchar en una misma línea de ideales y "bien lejos del
consenso de Washington", tal como también suele decir orgullosa Cristina
Fernández.
Esa utopía tan de estudiantina, en la que se habla de
distribución del ingreso aún antes de consolidar el escenario, sólo prendió en
los Kirchner, quienes se sintieron entre pares y hablaron de solidaridad e
integración, mientras los demás hicieron la suya: Uruguay se bajó pronto y buscó
caminos propios y Brasil continuó con su política tradicional del hecho
consumado y de proponer, una vez marcado un nuevo hito, "ahora, discutamos para
adelante". La referencia a estos dos países calza con justeza, ya que ambos
comparten con la Argentina lo que aquí se vive como una maldición, el hecho de
que la demanda constante de alimentos encarece los precios internos. Sin
embargo, ambos gobiernos buscaron alternativas más creativas que falsificar los
índices, para evitar el traslado a la inflación doméstica. Con otra estructura
de su comercio exterior, Chile también hizo la suya, sin parar de crecer y
ganando mercados y Perú es un boom.
En realidad, todas esas naciones han demostrado tener
gobiernos solidarios, aunque bien pragmáticos. En conjunto, lo que ha provocado
su decidida acción por salir al mundo a codearse con los más grandes es
descolocar a la política exterior de la Argentina, en primera instancia para con
la región, política que sólo se aferra a Venezuela y a Bolivia, proveedor de
fondos, el primero, y de energía, ambos.
Con el gobierno del presidente Lula da Silva, las diferencias
no sólo se han manifestado últimamente en materia aduanera en relación a los
productos industriales en la Ronda de Doha, sino esencialmente en ese punto
clave de la inserción en el mundo, situación que se patentiza en el último
lustro: mientras la Argentina se cerró cada vez más, Brasil hizo exactamente
lo contrario y no porque tenga más armada su industria, sino porque esa es su
vocación, la que pasa de generación en generación como parte de una política de
Estado inmutable. Como ha dicho el presidente Lula: "los intereses soberanos
son intocables".
Fruto de esa divergencia no menor para el desarrollo futuro
de cada país es que Brasil ha pasado a ser y a darse a conocer como el nuevo
"granero del mundo", ya que mientras la Argentina impide las exportaciones
plenas de carne, cierra las ventas de trigo, trastorna el mercado lácteo y
pretende desojizar los cultivos con retenciones que desalientan los embarques al
exterior, Brasil es el número uno en soja y hoy el primer productor, exportador
y comercializador de carne del mundo, con frigoríficos esparcidos por todos
lados (en la Argentina ha comprado los dos más grandes) y no para de crecer.
Para los analistas, el salto cuantitativo de Brasil a nivel
mundial y la confianza que despierta ha tenido que ver con la continuidad
política entre los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso y los dos sucesivos de
Lula, lo que en números macroeconómicos se reflejó en 2007 con la atracción de
18 mil millones de dólares en inversiones directas, caída del riesgo-país desde
que tiene el grado de inversión y exportaciones que apuntan este año a superar
los 120 mil millones de dólares.
Así, la Argentina se ha quedado en el peor de los mundos.
Brasil es una locomotora imparable que avanza en línea con el resto del planeta,
mientras la Argentina los observa de atrás y no reacciona. Ahora, se confía
en otra fantasía, como podría ser un acercamiento comercial con los Estados
Unidos si quien gana las elecciones es el senador Barak Obama. La ingenuidad
argentina supone que los demócratas serán más benignos que los republicanos,
sólo porque están más cerca del progresismo, como Lula, Bachelet y Tabaré. Nunca
deben haber visto a un representante de ese partido, de origen mucho más
proteccionista que el Republicano, defender a los granjeros de su estado, al fin
y al cabo sus votantes.
Hugo Grimaldi