En el nadir de su carrera presidencial,
Cristina Fernández tomó un puñado de hábiles decisiones destinadas a intentar
remontar una cuesta ardua y volver a instalarse en un lugar potable para la
opinión pública, y los hechos que produjo en la semana que pasó fueron más
productivos que las palabras que pronunció en la primera conferencia de prensa
que finamente concedió desde su asunción.
La crisis con el campo, ya no queda duda alguna, torció de
entrada el destino de un gobierno que Cristina imaginó transitado por un camino
de flores, como el que había disfrutado su esposo.
A fuerza de errores en la política que adoptó con el sector,
logró ganarse las protestas más masivas en contra de su administración, en las
que detrás de los reclamos del campo se colaron expresiones de disconformidad
con muchos otros aspectos de su gobierno: desde la falta de respeto a la
institucionalidad, pasando por el modo de gestión y concluyendo en denuncias y
sospechas sobre falta de transparencia en ciertos actos oficiales.
Conscientes finalmente de que la situación no daba para más,
el kirchnerismo adoptó rápidamente una estrategia destinada a recoger algunos
frutos menos amargos. El primer paso de la táctica fue alejar del centro de la
escena, momentáneamente, al ex presidente Néstor Kirchner.
Si Cristina cayó en su imagen positiva en forma brusca, su
esposo y antecesor no le quedó a la zaga y tal vez también se colocó en uno de
los puntos más oscuros de su historia política.
Despejado el panorama de la figura de Néstor Kirchner, la Presidenta se hizo
protagonista absoluta de las decisiones con un puñado de anuncios bienvenidos
por la opinión pública.
La decisión de enviar al Congreso el
proyecto de movilidad de los haberes jubilatorios, junto con la de elevar el
salario mínimo, sin duda fueron las mejor recibidas. Pendientes quedan, en
tanto, los análisis sobre el nivel de bonanza de las finanzas públicas y
privadas para hacer frente a ambas medidas trascendentes.
Luego, con la salida de Alberto Fernández de la Jefatura de
Gabinete, otrora uno de los dos principales referentes del kirchnerismo en el
equipo ministerial —junto al titular de Planificación, Julio de Vido, eterno
sobreviviente—, inauguró, de la mano del nuevo titular de esa cartera, Sergio Massa, una suerte de diálogo político, por ahora circunscripto a los
gobernadores, en tanto se desconoce —aunque hay fuertes dudas al respecto— si se
ampliará a la dirigencia de la oposición.
La reunión sorpresiva con el vicepresidente Julio Cobos se
enmarca en la misma estrategia destinada a dar señales de cambios en una forma
de gobierno que, aunque demasiado joven aún, estaba hartando a un amplio sector
de la sociedad y a varios factores de poder.
A esa serie de hechos se sumó uno tal vez más simbólico que
práctico: el de convocar por primera vez a una conferencia de prensa desde su
asunción.
Periodistas nacionales y extranjeros fueron convocados a la
residencia de Olivos para poder hacer, por primera vez, una pregunta a la
Presidenta.
Más allá de lo acotado de la rueda, en la que los periodistas
no podían formular más de una pregunta y estaban imposibilitados de repreguntar,
el ejercicio fue válido y debe haberle demostrado a la primera mandataria que no
se trataba de ningún paso hacia la muerte. Al fin y al cabo no cedió un ápice de
poder no sólo en el manejo de la conferencia sino tampoco en la forma de
responder a cada pregunta.
Cristina Fernández fue retórica en la mayor parte de las
respuestas, en las que aplicó su habitual estilo doctoral, y dio muy pocas
definiciones. Apenas se pudo rescatar como noticia el anuncio de que no habrá
más cambios en su gabinete y que no se arrepiente de nada de lo que hizo.
Dio cifras dudosas para respaldar sus afirmaciones sobre la
bonanzas económica que hoy parece percibir solamente la Casa Rosada, y al callar
, "otorgó", cuando se le preguntó si consideraba a Cobos "un traidor". Defendió
a Guillermo Moreno y cuando un periodista extranjero le preguntó "qué lección"
pudo extraer de su experiencia del "mal" manejo que hizo de la crisis del campo,
apenas consideró como una autocrítica el haber sido "ingenua" a la hora de no
percibir lo que ella estima como poderosísimos intereses escondidos detrás de
cada productor ruralista.
En fin, al menos la conferencia sirvió como un ejercicio que
sería saludable se practicara con la frecuencia lógica. Se equivocó también
cuando dijo que "nadie en el mundo", refiriéndose a jefes de Estado, daba se
sometía a la consideración de los medios con mucha frecuencia. La mayoría de los
presidentes de países civilizados tiene contacto semanal con los responsables de
los medios periodísticos.
De cualquier manera fueron bienvenidos los gestos con los que
la primera mandataria demostró —sin reconocerlo en palabras— haber caído en la
cuenta de los desaciertos cometidos y reveló la intención de revertir algunos
hechos negativos, aunque más no fuera para no seguir cayendo en el favor de su
electorado y de sus gobernados.
El camino por delante es muy extenso y la observación social
seguirá muy atenta en esta que parece una nueva etapa del gobierno de Cristina
Kirchner con tareas pendientes son gigantescas: reducir la inflación, afrontar
las obligaciones externas, corregir de una vez por todas la situación del INDEC,
cumplir con políticas públicas que transformen en realidad, y saquen de la mera
retórica, la supuesta intención de redistribuir la riqueza y beneficiar a los
que menos tienen.
Ni la cantidad de puestos de empleo ni su calidad han
mejorado en los últimos meses, ni el poder adquisitivo, ni la salud pública, ni
la educación estatal, ni la seguridad. Son tareas quer están aún en el debe de
una Presidenta que parece estar asumiendo que tendrá que luchar con mucha más
fuerza para retener el poder político ganado hasta hoy.
Carmen Coiro