Después del gran conflicto con el campo,
el gobierno de Cristina Kirchner ensayó una serie de acciones para remozar su
imagen e intentar recuperar algo de la bonanza que derrochó con una pelea que
jamás debió haber salido del estricto ámbito de las negociaciones sobre
intereses sectoriales. Sin estridencias pero en forma evidente, Cristina
Kirchner reformuló algunos conceptos que se venía manteniendo a rajatabla desde
la administración de su esposo, y se mostró algo más permeable con la oposición.
La reunión que mantuvo la semana que pasó con gobernadores
con la excusa de analizar el drama de la sequía, convocó en su mesa a dos
mandatarios de los con los que antes no hubiera cruzado ni un saludo: el
cordobés Juan Schiaretti y el santafesino Hermes Binner. Si bien no fue un
gesto superlativo, por lo menos aportó la sensación de que el poder kirchnerista
no sigue tan herméticamente cerrado a cualquier aire que difiera de la que su
propio entorno respira. Sin embargo, las cosas no mejoran con la rapidez que
el Gobierno hubiera deseado. El proyecto para reestatizar a Aerolíneas
Argentinas fue otro paso en falso que el propio oficialismo entendió a
tiempo y consiguió el visto bueno para importantes modificaciones porque de otra
manera, se hubiera repetido la pesadilla del fracaso en el Poder Legislativo.
Siguen en carpeta anuncios que se van estirando como la
zanahoria para el caballo, como los cambios esperados en el INDEC y las
noticias que espera la CGT para reafirmar su poder, como el alza en el techo del
impuesto a las Ganancias y las mejoras en las asignaciones familiares. La
reestructuración del INDEC sigue siendo una de las demandas centrales a la
actual administración, principalmente teniendo en cuenta que ya son muchos
los sectores, incluso el de los empresarios, que hasta ahora mantenían la boca
cerrada, que reclaman un sinceramiento del gravísimo problema de la inflación.
No reconocer que los precios siguen subiendo por el ascensor,
como decía Juan Domingo Perón, acarrea la mala noticia de que el Gobierno
prefiere ignorar un problema que crece como una bola de nieve, y que si
considera que no existe, jamás intentará resolverlo. Mientras tanto el conflicto
con el campo parece reavivarse, ya que la tozudez oficial por no dar el brazo a
torcer, al menos no en forma demasiado evidente, hizo caer a los funcionarios
del sector en nuevos errores como las prohibiciones para exportar lácteos y
carne de la cuota Hilton, lo cual no hizo más que, como podía preverse, reanimar
la rebelión de los productores.
En el campo volvieron a verse las protestas y las asambleas
ya que el sector, envalentonado por su reciente triunfo, demuestra que ya no se
resigna más a resistir medidas que afectan su actividad económica. En
definitiva, si la intención de esas vedas vuelve a ser la de tratar de frenar el
alza de los precios en el mercado interno, ya quedó ampliamente probado que no
tuvo ningún efecto positivo en la contención de la inflación y que por añadidura
acarreó un conflicto que hizo tambalear la estabilidad de la Presidenta. En
tanto su esposo, Néstor Kirchner, que pasó a cuarteles de otoño por un breve
tiempo, decidió volver a la carga y nuevamente mantiene en la residencia de
Olivos encuentros interminables con dirigentes justicialistas ante lo que siente
una necesidad prioritaria: reagrupar la tropa para transitar las lejanas
—como dijo Carlos Reutemann, a "un siglo de distancia"— elecciones legislativas.
Ese es el gran test que afronta todo presidente: su
primera compulsa electoral en el inicio de su mandato. Y la Historia ha
demostrado que si el resultado es desfavorable, el destino del mandatario es al
menos el de recorrer lo que resta de su mandato un camino lleno de espinas.
Carmen Coiro