Las grandes potencias boxean en un desequilibrante cuadrilátero en forma de desfiladero sin nombre, con un sparring de segunda, cuyas piernas parecieran mantener sus fuerzas intactas frente a las cuerdas que lo impulsan una y otra vez.
La rata usurera del rencor se hace las uñas en Kandahar o Bagdad, detrás de la montaña que va al precipicio.
Occidente y Oriente en un mismo viaje sin norte, la lápida que bien camina, y sólo un sueño rojo, de otro planeta, pareciera alentar a los nuevos marcianos.
Este planeta es una cancha de golf y cada cual busca su hoyito para enterrar el avestruz que carga sobre el cuello. La muerte se mata de la risa en un mundo de ratas camperas sobre el trigal, en el amarillo ruinoso que sus días van dejando, bajo un sol dorado de niñas muertas.
Un hombre entra a un ataúd y sale otro en dirección contraria que le cede el lugar al siguiente. Bagdad o Kabul es mi mano con su línea marcada, pasaje santo, infierno que vuela, -que se cuiden los muertos de los vivos-, una calle es un desierto, sin principio ni fin, quien frota la lámpara amanecerá entre las sábanas de la muerte.
Polacos, japoneses, españoles, ingleses, norteamericanos, salvadoreños, alemanes, aquí Babel se pone la soga al cuello, y lanza el Tarot la carta de los dos caminos que se bifurcan y ninguno llega a Roma.
De común acuerdo se entierran los humanos y las pobres aves, cuerpos quemados, desplumados, nichos de un mismo río. Hombre, el futuro está en tus manos, advierte el Oráculo, córtatelas y serás feliz. A la salida de Bagdad alguien te entregará un par de guantes con un pasaje a Kabul de ida y vuelta por y tiempo indefinido, viaje circular alrededor de la muerte.
Franz Kafka juega a las barajas con Nostradamus en Manhattan y va perdiendo. Augusto Pinochet se abraza a la estatua de la Libertad, y llora. Juana de Arco receta en París velas, muchas velas para este entierro. Pablo Neruda, que ama la vida, le apuesta a Budas un terrenito frente al mar. El señor y la señora Espanto, juegan en Las Vegas el futuro de América.
A Quebec se le congela el pelo; a Buenos Aires se le derrite el Obelisco, a París se le caen los dientes; Nueva York se declara sorda, ciega y muda; Santiago de Chile dobla la esquina y se cae. Todas las capitales del mundo pierden sus cejas. El mundo sueña que es un ataúd, se detiene en una esquina, compra una rosa y se echa a dormir.
Rolando Gabrielli
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