Una forma de abordar la crisis de
Aerolíneas Argentinas es tomar en cuenta a los distintos grupos de interés
afectados por el problema. Esta mirada descarnada, facilita la adopción de la
decisión más equitativa y razonable, partiendo del presupuesto de que no existe
una fórmula que alcance a satisfacer a todos.
Es que la labor de gestión pública inevitablemente lleva a
tomar decisiones que sacrifican unos intereses en función de otros y lo deseable
es que se adopte la decisión más sustentable en el largo plazo.
El primer grupo más importante y extenso de afectados por el
problema es el de los contribuyentes argentinos, que naturalmente no pueden ver
con buenos ojos que se incorpore al presupuesto público una empresa que genera
una pérdida mensual de 30 millones de dólares y arrastra un pasivo que prima
fascie es de 980 millones de dólares.
Si, además, para sostener esos quebrantos, se desvían
fondos presupuestarios destinados a fines sociales, la compra o la
renacionalización no parece una solución aceptable.
Desde la perspectiva de los usuarios de líneas áreas —una
minoría privilegiada que no supera 5% de la población argentina— lo deseable
sería la prestación del servicio en condiciones de seguridad y puntualidad, con
independencia de la nacionalidad o el carácter público o privado de la compañía
que lo preste.
No es probable que haya muchos viajeros que, por espíritu
patriótico, estén dispuestos a esperar horas en los aeropuertos soportando
retrasos para tener la dudosa satisfacción de viajar en la "línea de su
bandera". Los sindicatos aéreos son los más interesados en la reestatización
para mantener la fuente de trabajo y conservar sus derechos adquiridos en
materia de condiciones laborales. Aquí cabe recordar que, según Marsans,
las privilegiadas condiciones laborales de estos operarios y su elevada
conflictividad, contribuyeron decisivamente —junto con el congelamiento de las
tarifas y el aumento de los combustibles— a hundir la rentabilidad de la
empresa.
Finalmente, los intereses de los dueños de Marsans
pasan por desprenderse de una compañía que les genera pérdidas irreversibles y
endosarle a otro el problema. Si, además, consiguen venderla por un buen
precio, fijado por un tasador internacional independiente, "miel sobre hojuelas".
El acta-acuerdo firmada entre el secretario de Transportes,
Ricardo Jaime y la empresa Marsans, que establecía la compra por el precio
fijado en última instancia por una consultora internacional independiente,
pareció la solución ideal para la compañía española y para los sindicatos
argentinos. De este modo, el problema se le endosaba a los contribuyentes
argentinos, vía presupuestos del Estado.
En la práctica, el arreglo supone volver a los viejos tiempos
anteriores a la privatización de los '90 y a las irrefrenables pérdidas
generadas por las empresas del Estado, debido al clientelismo y a la concesión
irresponsable de privilegios insostenibles.
El cambio que se generó en la Cámara de Diputados apuntó a
corregir parcialmente ese acta-acuerdo al establecer que el precio será aprobado
en última instancia por el Congreso. Como estamos ante una operación de
compraventa comercial que requiere el acuerdo voluntario entre dos partes
(comprador y vendedor), la fórmula parece poco viable en la práctica.
De este modo, necesariamente los presupuestos del Estado se
harán cargo de toda la planta de personal con sus antiguos privilegios
corporativos y, en las actuales condiciones de falta de rentabilidad, será
inevitable la desviación de fondos presupuestarios que podrían tener un destino
social más adecuado, si se dirigieran a personas carenciadas más que a cubrir el
pago de los sueldos millonarios de los pilotos.
Desde esa perspectiva, la solución más razonable para los
contribuyentes y usuarios sería la continuación del proceso de quiebra de la
actual compañía española hasta su disolución y la creación paralela de una nueva
compañía mixta diseñada desde sus orígenes para tener rentabilidad, recolocando
sólo el personal necesario, contemplando una participación razonable del Estado
(modelo Petrobras). Así, el personal sobrante podría recibir una
prestación de desempleo hasta su recolocación en otras compañías o su jubilación
anticipada.
El problema de la transición, para evitar la paralización de
los servicios, se podría resolver perfectamente con la actual Ley de Quiebras,
designando un interventor judicial en representación del Estado, que es uno de
los principales acreedores, mientras se subastan los activos que se pueden ceder
luego a la nueva compañía. El activo más importante es un intangible: los
derechos sobre las rutas aéreas, que pueden revertir sin costo alguno al Estado.
Por consiguiente, la solución a largo plazo del problema pasa
por el diseño de una nueva compañía en condiciones de rentabilidad, poniendo fin
a privilegios corporativos inasumibles. Una tarea similar a la que hizo Hugo
Chávez con Petróleos de Venezuela SA.
En las economías modernas las empresas funcionan en
condiciones de rentabilidad y los salarios y derechos sociales de los
trabajadores deben estar a tono con la eficiencia y productividad de la empresa.
Cualquier otra fórmula es comprar un pasaje para asistir al espectáculo de un
renovado fracaso.
Aleardo Laría