En política, todo cambia. Quién no quiera
verlo, está cerrado a una visión obtusa y muy parcial de la realidad. Estados
Unidos de América, es cierto, es un país con instituciones sólidas, pero eso no
hace de la potencia del norte la mejor democracia. Ciertamente, tienen frenos y
contrapesos, pero las elites se sostienen en el poder a través de un dato
clave, que ha sido puesto en cuestión de alguna manera, cuando una participación
activa de la sociedad entró en la política: la escasa participación
democrática y el desconocimiento de qué hace su país al mundo.
No nos olvidemos que hasta hace no muchos años EEUU mantenía
por ley la separación racial, discriminando a la población de origen
afro-americano, que dicho país ostenta en su historia el asesinato de
presidentes en actividad, conspiraciones de todo tipo, y una forma de hacer
política interior bastante democrática en sus formas, y muy autoritaria en su
política exterior. Nuestros países han sido el teatro de operaciones de diversas
guerras sucias orquestadas directamente de la hegemonía norteamericana, ellos
han puesto y depuesto presidentes, han dirigido el Plan Cóndor, han sido
responsables de injerencia directa o indirecta en nuestra economía, y
fundamentalmente, son quienes ocupan militarmente gran parte del globo bajo
amenaza de destrucción total poseyendo un increíble arsenal atómico que no
piensan desmantelar, pero son quienes deciden qué otros países son dignos de
tenerlo, como en el caso de Irán, o como sucedió en nuestro país hace unas
décadas.
Que nuestras democracias latinoamericanas se reformen en su
totalidad no es malo ni bueno, depende su utilización. La inclusión de nuevas
figuras institucionales, como el derecho de las minorías, la protección de los
derechos humanos elementales, la reforma agraria, los derechos de las mujeres,
no son producto de por sí del mero capricho, sino parte de la lucha política,
las relaciones de poder, que año a año se suceden en tan convulsionadas
sociedades, pero que solamente tienen que ver con la constitución el hecho de
ser la cristalización de luchas políticas. La política es dinámica y las
instituciones deben dar respuesta. Cambiar la constitución es un síntoma de que
las cosas están progresando. Una vez cambiada, no quiere decir que el
problema este resuelto, sino reconocido, identificado.
Estados Unidos tiene sus virtudes, y nosotros también las
tenemos. No se trata de un sistema sajón o hispano, se trata del desarrollo de
la sociedad. España hoy en día es considerada parte del primer mundo y sigue
siendo hispano. Lo que hace a España estable no es su constitución, es el dinero
que circula por dicho país. Lo que nos hace inestables, es la pobreza. En eso,
un sector importante de los EEUU, tiene su parte responsabilidad. No hablamos de
chivos expiatorios que sí los hay, hablamos de imposición de políticas que
cualquier Estado soberano en la posición de poder dominante hará. La historia
está llena de ejemplos, y hemos sacrificado muchas vidas por estar del lado
“occidental y cristiano”. En la década de 1970 había una noción continental de
la necesidad de desarrollo industrial y tecnológico como única vía posible para
hacer países importantes. Las dictaduras pusieron su puño de hierro, y las
democracias débiles post genocidio hicieron el resto del trabajo. ¿Acaso EEUU
nada tuvo que ver? Argentina tenía un plan espacial propio y lo canceló por
presión estadounidense, por ejemplo.
Hoy en día avanzamos, y en nuestra región soplan vientos de
cambios que cuestionan, y con virtudes y defectos, bienvenidos sean.
Perfectibles luchas sociales en Ecuador, Bolivia, Venezuela, Brasil, Chile,
Uruguay, Paraguay, y hasta en el discurso por lo menos, en la Argentina, las
cosas están cambiando y los gobiernos son cristalizaciones de ello.
Desarrollémonos autónomamente, consolidemos nuestras constituciones e
instituciones, e instituyamos el recto camino truncado por aquellos que aún
añoran la libertad de mercado en la que siempre gana quien domina la oferta y la
demanda.
Daniel Blinder