O bien porque sus asesores han fallado o
bien porque de corazón se ha decidido a dar vuelta de una buena vez las páginas
de la revisión, Cristina Fernández acaba de hacerle un guiño a los mercados más
importante que el controvertido pago al Club de París. Por una vez, la
Presidenta ha dejado de lado la política del prontuario y del mirar para atrás
que ha sido marca registrada del kirchnerismo, metodología que la ha sacado de
foco muchas veces, y el viernes pasado compartió un palco y sumó alabanzas por
sus valorables actitudes empresarias, nada menos que a favor del ex secretario
de Industria de José Alfredo Martínez de Hoz, el empresario Alberto Grimoldi, un
ex Chicago boy y precursor del odiado neoliberalismo de los '90.
Habrá que seguir de cerca si esa actitud presidencial en
Arroyo Seco ha sido un sapo que se decidió a tragar Cristina debido a las
circunstancias, ya que no todos los días aparecen empresarios locales capaces de
hacerla quedar tan bien o si es un atisbo de giro ideológico acorde a la
presencia de Sergio Massa en el Gobierno o quizás una picardía preelectoral
emparentada con el trabajo que está haciendo su esposo con miras a 2009 o
simplemente un error, aunque de cualquier modo el progresismo y las
organizaciones de derechos humanos no tardarán en facturarle las nuevas
compañías.
Además, habrá que ver que dirá el Gobierno en relación a las
convicciones que prometió nunca abandonar, tema que también pareció quedar de
lado a la hora de evaluar el pago contante y sonante a los países
acreedores, lo que para los críticos por izquierda sonó como una bofetada a la
distribución del ingreso y para los del otro lado casi como un soborno bien
caro, para evitar que el FMI meta sus narices en la Argentina.
En realidad, lo que se había imaginado como un gran golpe de
efecto para retomar la iniciativa política y para intentar convencer a los
mercados de que no sólo había solvencia sino vocación de afrontar la deuda, la
relación entre el "poder pagar" y el "querer pagar" que esta columna había
planteado como la gran primera duda de los agentes económicos, se diluyó al
rato nomás de haber sido anunciado, porque quedó en evidencia que todo fue una
gran chapucería desde el minuto cero de la decisión. La misma no sólo fue
tomada en la soledad del cenáculo marital, sino que además estuvo plagada de
improvisaciones y de fatales errores financieros, legales y técnicos que han
dejado la peligrosa sensación de que el Gobierno se mueve a las apuradas y que
carece de equipos de asesoramiento. Así, más por necesidad que por convicción,
los Kirchner decidieron pagar toda la deuda, aun aquella por vencer, con
reservas y al contado, cuando lo que se exigía eran los vencimientos impagos y
sus punitorios, aunque todavía no se sabe a ciencia cierta todavía cuál será la
cifra precisa. En todo caso, sin tanta pasión por tirarle la plata por la cabeza
a los acreedores, el Gobierno podía haberse evitado de desembolsar unos 2.500
millones de dólares que no le hubieran venido nada mal hacia el futuro, algo que
además se convertirá en un pésimo negocio si hay que reponer esos fondos que
tenían tasas bien bajas, con otros que se recojan a lo que cobre el mercado, si
éste se le abre finalmente a la Argentina como piensan el Economía, o con la
tasa que decida fijar en última instancia el prestamista bolivariano, tal como
ha ocurrido con el pago que se le hizo en su momento al Fondo Monetario.
Otro incordio derivado de la improvisación se abrió con la
parte legal del asunto, un tema que tiene aristas bien complicadas a partir de
que un simple Decreto no puede habilitar el pago, sobre todo porque siendo al
exterior, es facultad del Congreso. Además, la Ley que amparó la cancelación al
FMI habilitó al Banco Central a pagar con reservas de libre disponibilidad, pero
sólo a los organismos internacionales y no a este bien informal Club que han
formado los países acreedores únicamente para nuclear sus intereses dinerarios.
Además, los organismos le prestan a los bancos centrales y, en cambio, los
préstamos con el Club de París los pidió la Argentina país, algunos para
financiar a sus exportadores y otros de modo bilateral y en esta sí se prevé la
posibilidad de negociar quitas, algo que no quiso hacer la Administración para
evitar que el Fondo (auditor del Club) bucee en los números fiscales,
especialmente en los subsidios y sobre todo dentro del INDEC, lo que
terminaría por destapar la olla de la mentira estadística, que es el pecado
original que ha derrumbado la credibilidad del Gobierno.
Por último, y tampoco se pensó, si se paga en estas
condiciones, los bonistas que aún tienen títulos impagos podrían argumentar con
pruebas en la mano que la tan mentada autonomía del BCRA es un espejismo en la
Argentina, ya que la autoridad monetaria está sujeta a las órdenes del
ministerio de Economía (así lo dijo la Presidenta cuando mencionó que había
"instruido" a Carlos Fernández "para que utilizando reservas de libre
disponibilidad del Banco Central, cancele la deuda del Club de París") y que, en
el revoleo, pueden embargar las reservas. Además, resultó patético que, ante
semejante anuncio, el titular del BCRA, Martín Redrado haya sido marginado y
puesto en el mismo estatus de castigo que el vicepresidente Julio Cobos, ya que
ninguno de los dos estuvo presente en la ocasión.
¿Cómo salir del atolladero con una variante que permita hacer
el pago sin sobresaltos? Probablemente cambiando el marco legal, a partir de un
Decreto de Necesidad y Urgencia, aunque sin apelar a una Ley del Congreso que
genere un debate legislativo sobre la oportunidad del pago. Pero ocurre que en
esta posibilidad hay una traba de carácter político, ya que la Presidenta suele
jactarse de no haber firmado nunca un DNU. Está claro que en nada de esto se
pensó cuando se decidió el camino a adoptar y que la falta de estudio y
preparación dominó todo el episodio, aunque desde el Gobierno se dijo que era
necesario avanzar rápido para no perder el factor sorpresa. En cuanto a la
puesta en escena, lo real fue que esa sorpresa sólo se mantuvo como tal hasta el
impactante aplauso en el Salón Blanco, una ovación por pagar (y de más) que
generó vergüenza ajena, sobre todo al ver de pie y palmas en ristre a muchos
quienes ya habían aplaudido el no pagar de Adolfo Rodríguez Saá. Al rato
nomás, los mercados ya estaban diciendo con sus precios que no se habían
enamorado para nada del anuncio y que lo consideraban apenas un espasmo, que
parecía un pago demasiado caro sólo destinado a mantener lejos al Fondo, que no
se había tomado en cuenta que con el sacrificio de reservas se estaba
sacrificando a un solo soldado en una guerra —como es la de torcer expectativas—
en la que tiene que marchar todo un batallón y que, además, se aumentaba la
vulnerabilidad externa de la Argentina. Ese mismo día subió el riesgo-país,
castigo que se repitió durante toda la semana. Si un pago de ese calibre se
decidió de modo tan amateur, se interrogan los hombres de negocios, quién estará
en condiciones de armar un programa antiinflacionario coherente. O bien se
preguntan sobre quiénes decidirán cómo abordar un escenario más complejo, de un
mayor deterioro fiscal derivado de una caída importante del precio de las
commodities, tal como se observa en el mundo tras las previsiones inflacionarias
europeas y sus decisiones sobre tasas, con el progresivo retorno de los
inversores al dólar, mientras se desarman las coberturas que dieron origen a las
subas del petróleo, el oro y los granos.
En verdad, los mercados han reaccionado mal porque no les ven
uña de guitarrero a los Kirchner, sobre todo por su obcecación en mantener a
rajatabla un esquema económico obsoleto, cuya pata de dólar competitivo se ha
deteriorado al extremo de que muchos ya hablan de una nueva convertibilidad,
mientras sus pilares de superávits fiscal y comercial muestran dificultades
evidentes. Inflación de por medio, tampoco parece funcionar adecuadamente el
corazón social del esquema, es decir la mejor distribución del ingreso y la
inclusión social. A los sucesivos dolores de cabeza que ha padecido Cristina
—pelea con el campo, caso Antonini, aportes non sanctos a la campaña,
desatención del Estado en el control de Aerolíneas Argentinas— hay que
sumarle el grave episodio del incendio de los trenes que, más allá de las
acusaciones de “sabotaje” por parte del Gobierno y de “connivencia con los
concesionarios” por parte de la oposición, circunstancias ambas que habrá que
probar, marca el colapso del servicio interurbano de ferrocarriles y el
cansancio de la gente, harta de que se la excluya de las soluciones y de que se
les hable de trenes-bala.
¿Hacia dónde mira ahora la Presidenta, y por ende su esposo,
en materia de reposicionamiento? Si bien la economía no les da respiro y los
mercados dudan de sus dudas, Néstor Kirchner teje en Olivos por su lado cierta
resurrección política, sobre todo con intendentes del Conurbano que le piden
plata y obras a cambio de votos para 2009, las mismas necesidades que el rojo de
las finanzas de Daniel Scioli, para muchos provocado por la Nación, no les puede
asegurar.
Si bien para todo un espectro ideológico la concepción del
mercado disciplinador que vota todos los días se emparenta con las alimañas
sedientas de sangre que siempre van por más y que sólo se calman cuando la
víctima ha perdido toda su sangre por la yugular, sobre todo cuando notan que
del otro lado hay inseguridad, poca consistencia técnica y debilidad manifiesta,
existe un paralelo entre su actitud y la de la bronca de la gente que estaba el
jueves a la vera de la estación Castelar. Esas personas son, justamente, los
mismos votantes a los que están apostando los Kirchner para que las próximas
elecciones no los vuelvan a poner otra vez al borde del knock-out. Y esos
castigados usuarios, hartos de viajar como ganado, también por estas horas les
han bajado el pulgar.
Hugo Grimaldi