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TIEMPOS DE CABEZA FRÍA PARA CRISTINA

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DOS VERDUGOS SE CIERNEN SOBRE EL GOBIERNO, ANTONINI WILSON Y LA INFLACIÓN
DOS VERDUGOS SE CIERNEN SOBRE EL GOBIERNO, ANTONINI WILSON Y LA INFLACIÓN

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    “Ardid para burlar o perjudicar a alguien” es la octava definición de las nueve que registra la palabra “trampa” en el Diccionario de la Real Academia Española. Ya no la semántica, sino la psicología es la que explica, desde la conducta, cuál es el sentimiento que aflora de inmediato en quienes han sido objeto de un engaño: la desconfianza. Ante esta situación extrema, los hombres, como los animales, antes de volver a ser nuevamente engatusados todo lo huelen y poco ejecutan, lo que en términos económicos se traduce en falta de inversión y retroceso productivo.
    Desde el otro lado, “trampa” también alude al “Artificio para cazar, compuesto ordinariamente de una excavación y una tabla que la cubre y puede hundirse al ponerse encima el animal”. Esta acepción conlleva para quien intenta ejecutar el “ardid” más de una vez, sobre todo ante los reparos de la supuesta víctima y ante su propia necesidad de llevar a cabo acciones cada vez más efectistas para volver a convencer, la posibilidad nefasta de que arriesgue más de la cuenta y que termine siendo él mismo un cazador, cazado. Por hacer trampas, el sujeto cae en su trampa y debe seguir gastando energías, pero ya no para construir, sino para salir del atolladero.
    Esto es, ni más ni menos, lo que le ha ocurrido a Cristina Fernández de Kirchner y lo que ha mellado la credibilidad de su Gobierno en tan poco tiempo, con el agregado que, ante cada derrape, las autoridades pretenden emerger del pozo a lo Indiana Jones, con todas las explicaciones a la mano y además peinados, sin rasguños y con el sombrero puesto.
    Un primer problema de estos nueve meses ha sido que la gestión de la Presidenta ha quedado en el imaginario colectivo como la mera continuidad de la de su esposo, quizás porque se incumplió una promesa electoral que mucha gente ha facturado porque ha comprobado que ni “el cambio recién empieza” ni que tampoco Cristina demostró una permanente preocupación por ser más apegada a las reglas y consciente de que el mundo está allí afuera, tal como se la presentaba en la campaña.
    También se han sentido timados aquellos que, por izquierda, apostaban a que la nueva etapa iba a mejorar la justicia de una distribución del ingreso más equitativa, bandera del progresismo, ya que la percepción indica que los pobres siguen estando hundidos, aunque se hayan producido notorias mejoras en la creación de empleo, aunque no todos de primera calidad.
    Por su lado, los reproches de la ortodoxia pasan por las críticas hacia los derroches fiscales, sobre todo después del festival de gasto electoralista que se vivió en 2007, y hacia la extrema presión impositiva y el destino poco claro de los recursos, tema que desató la más grande protesta del campo de la historia, en la que fue acompañada por las clases medias citadinas, que terminó con una derrota legislativa muy traumática para el Gobierno, lo que además generó un mazazo para la imagen presidencial.
    Sin embargo, todos estos condimentos que han aparecido como tromba a medida que se desgastaba Cristina tienen un elemento que los supera y que es el emblema esencial de la trampa: la inflación. Cada vez que aparece una medición —esta semana fue de 0,5% para agosto y se registró una baja de precios para las canastas alimentaria (-1%) y total (-0,9%)— la indignación de la gente es manifiesta, indignación que no pudo contrarrestar la aparición ante la prensa de las dos funcionarias responsables del INDEC, quienes no pudieron presentar ni siquiera una sola planilla con la metodología que usa el organismo. Pero atención, la degradación de la confianza en el Gobierno no se ha producido sólo por la inoperancia manifiesta en la reducción inflacionaria a través de un sistema anclado en obsoletos conceptos de controles de precios que no ha tomado en cuenta siquiera episodios pasados de la vida económica de los argentinos, sino que el súmmun del delirio ha sido que para convalidar esa metodología tan primitiva a nadie se le haya ocurrido un sistema mejor que el de falsear las estadísticas.
    Guillermo Moreno ha sido en todo caso el chivo expiatorio de toda la situación, ya que, aunque le gusta este tipo de procedimientos, lo cierto es que el método ha sido alentado desde la cúpula del poder, ya que para los Kirchner resulta intragable que se utilicen sistemas convencionales de lucha antiinflacionaria, a los que se califica de noventistas, sin tomar en cuenta que ésas son las recetas que se utilizan en todo el mundo coherente.
    Sin ir más lejos, los socialistas chilenos acaban de reconocer que esperan una mayor inflación para este año (8,5%) y, por lo tanto, el gobierno de Michelle Bachelet hizo subir las tasas de interés y bajó el impuesto a los combustibles, más allá de hacer profesión de fe fiscal. La robustez de su economía y los sólidos equipos de trabajo gubernamentales hacen que nadie se rasgue las vestiduras del otro lado de los Andes.
    Pero lo más insensato por parte de quien imaginó que el engaño podía subsistir es que el dibujo desembozado de los índices de precios se da de patadas a diario con la sensación del propio bolsillo de los consumidores, quienes cada vez que compran algo, se acuerdan de la familia de Moreno & Cía. Desde ya que la baja de la inflación medida por los índices oficiales de las canastas distorsiona también las estadísticas sobre pobreza e indigencia, número que, de aplicarse las mediciones del sector privado, crecería muchísimo y haría dudar de la vocación de inclusión que de modo permanente declama el Gobierno. Otra de las cosas que ya no se ocultan, porque hasta hubo voces oficiales orgullosas de lo que ellos llaman “ahorro”, es parte central de la intervención del INDEC, a partir de que menores índices aseguran menores pagos en los títulos que ajustan por inflación. Aquí también, el engaño impacta de lleno en los bolsillos de muchos argentinos, quienes en su mayor parte tienen bonos a través de las AFJP, lo que vuelve a ser una estafa para cubrir los ahorros jubilatorios frente a la inflación, más allá de la calificación de “default encubierto” que se le brinda a la situación.
    Por supuesto, que desde el exterior no hay quien entienda estos movimientos y de allí el castigo incesante a todos los títulos públicos, lo que ha llevado el Riesgo País a niveles cada vez más altos y alejados del resto de los mercados de la región. Otra causa de la desconfianza ha sido la forma elegida para anunciar que se procederá a la “cancelación total de la deuda contraída con el Club de París sus países miembros con acreencia vencida o a vencer”, tal como lo ordenó la Presidenta a través del Decreto 1394, con “reservas de libre disponibilidad”.
    Salvo un nuevo Decreto, lo que dejaría en claro que todo fue, al decir de un analista, una “calentura marketinera”, este párrafo debería inhibir, en principio, el cambio que se ha notado quieren hacer en el área de Financiamiento de Economía y en el propio Directorio del BCRA, quienes para evitar perder más reservas que las necesarias, quieren pagar lo únicamente vencido, tal como lo sostuvo esta columna la semana anterior.
    Por aquello de que “en boca de mentiroso, lo cierto se hace dudoso”, refrán que deriva de la desconfianza de quien ha sido entrampado en más de una oportunidad, el caso del valijero venezolano Guido Alejandro Antonini Wilson no podía tener otra interpretación para el gran público que la que el Gobierno le adjudica al “relato mediático” y a la historia presuntamente “armada” por el FBI: Chávez fue quien financió, con plata negra para las leyes argentinas, la campaña de Cristina.
    En este punto, no le puede faltar razón al Gobierno sobre el rol del organismo de investigación de los Estados Unidos, sobre todo por la cooptación que hizo de Antonini y porque nadie sabe si los tramos de las desgrabaciones que se leen en Miami y que tanto comprometen a los gobiernos de la Argentina y Venezuela han sido tapes editados, alterados o si eventualmente falta alguno. Pese a ello, los ministros que han salido a defender la situación no se han mostrado demasiado convincentes en sus argumentos, desde que para Sergio Massa, Antonini es un “delincuente”, calificativo que habrá que probar y que, en todo caso, dispara la pregunta sobre qué hacia un delincuente en un avión alquilado por el gobierno argentino, hasta el que “nunca estuvo en la Casa Rosada” reunido con Claudio Uberti y Julio De Vido, tal como ha asegurado con vehemencia Aníbal Fernández, sin tomar en cuenta que Victoria Bereziuk (una de las tripulantes del avión) ha dicho en sede judicial que el venezolano había conversado con ella en la recepción al presidente Hugo Chávez.
    Los mandobles que ha recibido el Gobierno estos días por esta cuestión parece que no cederán, ya que el propio Antonini amenaza declarar y entonces es posible que se develen otros entretelones adicionales, como por ejemplo quien fue el funcionario argentino que viajó a Caracas para arreglar la situación y si es verdad que en ese vuelo venían otras valijas -alguna cinta ya lo menciona- que habrían pasado esa madrugada por la Aduana como Pedro por su casa. En medio del caso Antonini, la situación en Bolivia se ha desmadrado hacia la tragedia de una cuasi guerra civil, con expulsión incluida del embajador estadounidense, algo que replicó Chávez en Venezuela. Por supuesto que el gobierno argentino aprovechó la situación para fustigar a los EE.UU., aunque guardando las formas de una nota diplomática bien dura que apunta al FBI como brazo del gobierno de ese país, pero sin llegar a instancias tan extremas como aquella definición de “operación basura”. Ante tanta incertidumbre, la Presidenta no debería caer en el agujero en el que cayeron Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando De la Rúa, quienes se enamoraron de sus propios planes económicos y, por no querer hacer cambios, se estrellaron contra los acantilados. Quizás Cristina debería plantearse hoy con toda frialdad tres o cuatro puntos clave para mejorar el clima de la economía y enderezar la situación política, como por ejemplo armar un equipo económico de verdad, rehacer el INDEC de modo transparente, hacer un Presupuesto realista que controle el exceso de gastos con baja de subsidios en transporte y energía, armar un verdadero plan antiinflacionario, comenzar a charlar con los comités de bonistas que no entraron en el canje y revisar la política de reestatización de empresas.
    Aún si logra recomponer la situación, el grave problema para el Gobierno será si por imperio de las circunstancias, de su ideología o de su naturaleza tiene una recaída y siente, antes que la misión de asegurar un mejor futuro para todos, la necesidad de volver a las andadas con la construcción de nuevas trampas.

 

Hugo Grimaldi

 

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