La inflación continúa en el centro del
escenario de la realidad económica y social del país y, como siempre, se ensaña
principalmente con los ingresos.
Como se sabe desde hace rato, los incesantes aumentos de
precios, aun los que se dan a cuentagotas, han erosionado los sueldos y borrado
de la faz de las economías personales las mejoras pactadas en paritarias en la
primera mitad del año.
Desde hace varias semanas, los dirigentes sindicales están
empeñados en imponer una renegociación para volver a recuperar aunque sea parte
de lo perdido.
A esta altura, casi 20 por ciento de techo de aumento en los
haberes impuesto por la Casa Rosada y el jefe de la CGT, Hugo Moyano, aunque en
algunos casos haya sido perforado es una verdadera caricatura en comparación con
la evolución que han tenido los valores de los productos de primera necesidad y
de diversos servicios.
Encima, se vienen nuevos ajustes y los gastos extras de
fin de año están a la vista, con octubre prácticamente amaneciendo en el
calendario.
Sin embargo, pese a que varias organizaciones están
conversando bajo cuerda para firmar nuevos acuerdos, parece seguir imperando la
idea de buscar fórmulas para evitar a toda costa la reapertura de las
negociaciones colectivas.
En ese marco se inscriben algunos beneficios otorgados
últimamente, que la CGT, y especialmente Moyano, enarbolaron como banderas de
guerra. Así, fundamentalmente, se elevó el mínimo no imponible —para evitar la
continuidad de la poda que produce el Impuesto a las Ganancias— y se anunció un
aumento de las asignaciones familiares, con la ampliación sólo parcial del
universo de asalariados que percibirán ese adicional.
Ambas medidas son indudablemente insuficientes y entran en
el lapidario terreno delimitado por el principio del "pan para hoy, hambre para
mañana".
Además, ya es hora de que se plantee una reforma
tributaria a fondo y ciertos impuestos dejen de lacerar los sueldos.
El IVA generalizado en un mismo porcentaje continúa siendo
una carga que siempre termina soportando el último orejón del tarro, y Ganancias
se sigue aplicando sobre el salario, que no es lo que debe entenderse
conceptualmente como ganancia tradicional o clásica, más allá de que se pretenda
argumentar lo contrario mostrando como ejemplo sueldos altos.
El asalariado tiene su límite en propio ingreso, que es lo
que se le paga por su trabajo, inclusive un mes después de haber efectuado la
prestación.
El salario no es un producto de lucro en sí mismo; en cambio
otros sectores pueden equilibrar la incidencia de los impuestos aumentando sus
productos, por ejemplificarlo sencillamente. Incremento que, por otra parte,
también termina pagando el trabajador o quien lo consume, que así, además, ve
depreciado más aún su ingreso.
Por ello la discusión debe ser de fondo, para revocar esos
criterios que se han establecido de una manera errónea —y por qué no
intencionada— y parecen pervivir por los siglos de los siglos. La continuidad de
estos principios es a la vez disparadora de otras distorsiones que hieren
gravemente a la economía. Por ejemplo, la informalidad, tanto en la
comercialización como en la faz laboral.
Como se ve, el borrego en la economía local tiene varias
madres, y la mayoría parecen perversas. Pero volviendo al principio, una de
las peores es hoy la inflación.
Tanto que la propia Presidenta de la Nación la mencionó con
todas las letras en un reciente encuentro con los industriales que apoyan a la
actual gestión, a los cuales prácticamente amonestó por reclamar un tipo de
cambio más alto que el actual.
Cristina Fernández de Kirchner defendió el actual nivel del
dólar, que en las últimas jornadas, en medio del sismo económico mundial que
tuvo epicentro en Estados Unidos, observó una apreciación respecto a los últimos
meses. Y abogó por una discusión en torno a la inflación y los factores que la
rodean, protagonizada por gobernantes, empresarios y trabajadores. No dejó pasar
la oportunidad de pedir límites en las negociaciones salariales. Dijo que, como
con el tipo de cambio, debe haber un "sentido responsable". Todos saben leer y
escuchar.
También hubo en ese encuentro una alusión que no habría que
pasar por alto: señaló que "intimó" al ministro de Trabajo para que envíe al
Congreso un proyecto de ley sobre accidentes laborales, materia pendiente en la
cual los protagonistas parecen mirar para otro lado desde hace bastante tiempo,
pero que es un grano para todos los involucrados en la cuestión.
Las palabras de la Presidenta, en definitiva, confirman de manera implícita la
reticencia oficial a una reapertura generalizada de las paritarias, aunque es
difícil pronosticar si podrá satisfacerse esa pretensión.
Por ahora, la entente Gobierno-Moyano impulsa algunas
medidas que son indudablemente necesarias, pero de antemano insuficientes.
Son como placebos, esas sustancias que pueden tener algún efecto sólo si el
enfermo está convencido de que poseen una acción curativa.
Pero justamente no es el caso en esta ocasión, donde las
medidas deberían tener un efecto terapéutico real y no meramente por convicción
psicológica. Los billetes que entran trabajosamente en los bolsillos, aunque
ahora sean un puñado más, seguirán saliendo enseguida con la velocidad de un
tren bala. Y eso no se soluciona con artilugios de tiro corto, que en
definitiva, está dicho, son sólo placebos.
Luis Tarullo