Señora Presidente:
Mucho me agradaría remitirle estas líneas de un abogado hacia
una colega. Desafortunadamente Usted no es graduada y eso me lo impide. También
sería un beneplácito, dirigirme hacia su persona como un simple contribuyente a
una Primera Mandataria, para expresarle cualquier cosa relacionada con su
gestión de gobierno. Pero el impedimento, también me embarga, a poco de recordar
que su advenimiento en el cargo, fue posible merced a la manipulación de la
informática por parte de sus secuaces en el Ministerio del Interior, al momento
del cómputo final de la votación en octubre pasado. Ahora que es de dominio
público, el envío de dinero procedente de Venezuela, para materializar el fraude
electoral, al que hice referencia en el párrafo precedente, encuentro un nuevo
obstáculo para dirigirme a Usted con el decoro que su investidura implicaría, de
haber obtenido el cargo en forma legítima. Otro escollo encuentro, releyendo los
titulares de la prensa gráfica y televisiva que la vinculan estrechamente con
otra usina de fondos, aportados para aquilatar su fraudatoria campaña electoral,
provistos por narcotraficantes abatidos por sicarios de un cartel con sede en
México y cuyas consecuencias están haciendo estragos en su imagen internacional,
respecto de la altísima investidura que irroga el cargo que usted ejerce sin
un atisbo de pudor y que nos enloda como país, que trata de preciarse de serlo.
En verdad, no estoy seguro en como expresarme atinadamente hacia una Señora que
prohija un cóctel de impudicia, peculado y negociaciones incompatibles con la
función pública de manera tan sistemática. En realidad, ignoro cómo se le debe
escribir a una ciudadana en ejercicio de la primera magistratura que conculca
con esmero todos los acápites que deberían guiarla en su función liminar que es
el propender al bien común hacia todos sus representados y de la ciudadanía en
general. Por las razones apuntadas antes de ahora, lo haré como creo que su
persona lo merece y amerita.
Señora, es usted la última de una serial de individuos que
abrevan cotidianamente del dolo en una gestión gubernamental. Quizás se la
recuerde a través de la historia pendiente por redactarse, como la quintaesencia
de los excesos. De lo que no se reiterará en el futuro, ya que está delimitando
sin saberlo probablemente, la bisagra de un presente que pronto será pretérito.
Una forma de gobernar como la suya está concluyendo. Es muy probable que la
Argentina y su catársis, encuentren en usted el modelo adecuado para producir la
crisis, que nos conducirá inexorablemente a alcanzar el tan demorado estado de
gracia que una Sociedad requiere para reencontrar sus principios.
Esos mismos que junto a su cónyuge está burlando con una
habitualidad compatible con cada mañana de su vida. Hasta cierto punto, su
administración nos está otorgando las claves imperativas para decodificar esta
anomia colectiva de la por que desgracia no soy ajeno. La ironía centrípeta
del destino, está logrando algo que hasta ahora aparentaba como probable
pero no posible. Está uniendo a los argentinos. Esa argamasa, antes impensable,
es el producido de su accionar.
De ese desapego que se disocia con el recato. Coadyuva mucho
a esta empresa su elenco de colaboradores. Este conjunto patibulario liderado
por usted, su mentor y cómplice, es para decirlo de algún modo, simétrico,
equilibrado. Los contrapuestos milenarios que nos enseña el budismo Zen,
son atinados. De impecable aplicación en esta especie. Su gobierno es la
negatividad voluntaria de la virtud republicana. El emblema de la tipicidad. La
reafirmación temporal de una forma carroñera y repudiable de hacer política.
Acaso, el capítulo final de la etapa inconclusa del menemismo. Pero debo decirle
que este protagonismo suyo, era previsible y hasta cierto punto necesario.
Los argentinos debíamos conocer el verdadero sabor del fango. Del arrabal. De lo
impropio. Merced a sus oficios, todo un pueblo, puede contemplar la
ignominia presidencial en su expresión más químicamente pura. Sus excursiones de
alcobas parlamentarias, por todos conocidas, eran requirentes. Su fruición y
compulsión de vestuario también. Corporiza usted señora una suerte de perfecta
simbiosis entre Eva Duarte y María Estela Martínez. De la primera ha extractado
la adicción a los lujos y extravagancias morfológicas. Y de la segunda, esa
ignorancia supina que todo lo puede y permite. De ambas, el resentimiento y las
carencias de un linaje apropiado. Usted es la síntesis. El epifenómeno. Créame
que, como decía Napoleón Bonaparte, será su persona la Víctima Propiciatoria.
Existen en el tiempo y en el espacio ciertas alineaciones
astrológicas. La suya comienza rápidamente a extinguirse. Cuando se consuma,
concluirán con su protagonismo muchas otras. En ese decálogo incluiré la
irreverencia. Nadie que la suceda, reincidirá en esas violaciones y advocaciones
de lujuria. En la liturgia musical, estas últimas escenas de su pertenencia,
puede encontrarlas en el Canto del Cisne. El ocaso. Para decirlo de otro
modo, todo lo que experimentamos como sociedad a través de usted era
impostergable. Inexorable. Confío que cuando el peso de la Ley caiga con todo el
rigor sobre su caso, pueda meditar extensamente en los términos de estas
improvisadas y desordenadas líneas. Porque de algún modo, podrán modificarse
adjetivos, e intercambiarlos y ampliarlos por otros, pero el sustrato de su
epitafio político será muy similar al que le he expresado.
Atentamente.
Dr. Lucio Catano (h)
luciocatano@yahoo.com.ar