La saga de beneficios para los sindicatos
seguirá hasta donde y cuando sea posible, con tal de que no se dispare la
reapertura generalizada de las paritarias, un verdadero fantasma para el
Gobierno.
Esa es la consigna oficial, ya que la administración Kirchner
cree que un relanzamiento de las negociaciones colectivas, con el excluyente
objetivo de pactar nuevos aumentos salariales, podría actuar como un detonador
letal de la inflación.
Pero los ingentes esfuerzos oficiales, con la colaboración
del mandamás de la CGT y la aprobación empresarial, se topan con las
presiones que van sumando diversas organizaciones sindicales para compensar la
caída provocada en los haberes por el alza de los precios.
En los últimos tiempos se está desplegando una serie de
mecanismos, incluidas las dudosas cifras del INDEC, con la intención de mejorar
el poder adquisitivo de los ingresos, pero ello no es suficiente.
Algunas entidades gremiales impulsan acciones que demuestran
que el costo de vida es superior al consignado oficialmente y que determinadas
actividades siguen generando ganancias como para acceder a las peticiones
sindicales.
Tal el caso del SMATA, que insiste en reclamar aumentos casi
inéditos, por ejemplo en el área de las concesionarias de autos. Es cierto que
se trata de un rubro que viene teniendo ciclos de esplendor tras la crisis de
2001, pero en la economía argentina hay otros segmentos de la producción y los
servicios que no pueden negar que aún tienen un colchón capaz de soportar una
actualización de los sueldos.
Si bien los costos laborales son importantes, también es
cierto que el traslado de ese peso a los bienes que producen u ofrecen ha sido
en muchos casos proporcionalmente superior a los incrementos salariales
otorgados, lo cual les ha permitido compensar sus erogaciones.
En este marco signado por la voluntad oficial de evitar hasta
donde se pueda una reapertura de las paritarias, Moyano se enfrascó en una
cruzada que, sin quitarle legitimidad o justicia, desata interrogantes.
Con el mismo énfasis con que suele plantear sus reclamos en
la faz laboral, se ha plantado ahora en el centro de la escena para exigir el
esclarecimiento del crimen de José Ignacio Rucci, asesinado en 1973, cuando era
secretario general de la CGT.
Nadie en su sano juicio sería capaz de oponerse a ello, pero
mientras enarbolaba ese reclamo, Moyano pareció abrir un paréntesis en su
demanda por los salarios y sólo en los últimos días planteó críticas a las
mediciones oficiales de inflación, aunque no desbarrancó y se mantuvo en el
carril por donde transita el Gobierno.
Por otro lado, si bien la moderación de Moyano en materia
salarial genera alivio en las filas de la administración Kirchner, su fuerte
impulso a la causa del homicidio de Rucci —que se atribuye a Montoneros y para
el cual se ha reclamado la declaración de crimen de lesa humanidad— genera
cierto escozor en la Casa Rosada.
Sabido es que ni Néstor ni Cristina Kirchner comparten la
idea de que los crímenes de la dictadura sean equiparables a los de la guerrilla
y que ex miembros de organizaciones de otrora —Montoneros o grupos afines—,
forman parte del oficialismo.
De todas maneras, al menos públicamente, todavía no se ha
desatado una pelea entre los sostenedores de posturas irreconciliables, pero
habrá que ir viendo la evolución del debate a partir de la decisión de la
Justicia de reabrir la investigación, ya que, así como estuvo presente hasta
ahora, Moyano debería seguir estando en medio de la discusión.
Y tampoco hay muchas dudas de que, en caso de que la cuestión
vaya subiendo de tono, podrían empezar a aparecer grietas en la relación con el
Gobierno.
La incógnita es qué pasará finalmente, ya que la Justicia
tomó la decisión de instruir otra vez la pesquisa, pero sin pronunciarse sobre
el fondo del tema —la categorización de lesa humanidad—, para lo cual es
imprescindible el cumplimiento de requisitos y principios de índole
estrictamente jurídica, más allá de consideraciones políticas.
Cierto es que el gremialismo, específicamente el ortodoxo,
jamás pudo digerir en estas tres décadas y media la irresolución del asesinato
de Rucci, que formó parte de una época de extrema convulsión en la que, antes y
después de ese episodio histórico, hubo muchas otras bajas violentas en el mundo
sindical, producto de los enfrentamientos políticos internos y de los planes de
eliminación de opositores dispuestos por la dictadura.
La reaparición del caso Rucci sustenta la obligación de toda
sociedad de esclarecer el pasado en todos los órdenes, especialmente cuando se
trata de delitos y crímenes irresueltos, para que se imponga la Justicia y al
cabo procurar la concordia. Pero ello debe tener un impulso constante y parejo y
no ser fruto de arranques espasmódicos que pueden distraer la atención de otras
deudas sociales que mantienen enhiesta una demoledora e inocultable iniquidad.
Deudas que son parte de las mismas agitadas aguas de la
historia argentina y que, con el mismo énfasis que se pone en otras cuestiones,
tienen que ser saldadas para poder aspirar a días de prosperidad sin
exclusiones.
Luis Tarullo