La
humedad y el calor tropical no le dan paso al azar. La ciudad es un trompo
sin dirección, la rueda loca de un ciclista borracho. Voy a ella autorizado
por mis propios demonios y Rayuela. Todo se siente pegajoso, el viento tibio
forma parte de la piel, nada queda atrás, todo es lo mismo. La ciudad se
repite en su paisaje, reconoce el juego de su monotonía, deja una pista
para que otro viajero sea tránsito, ruta, camino. Se sabe émbolo, eslabón
de sus pies, Norte y Sur, puente obligado, y su centro es el mar. Voy en mi
viejo motor en un paseo personal, íntimo, no tocamos el asfalto, un bandoneón
suspendido en el fuelle del aire, no vaya a ser que dejemos una huella.
Es mejor dejarse
visitar por la sorpresa que se renueva pegajosa gelatina de su propia atmósfera.
Es un viaje de encuentro y desencuentro, una parcela para el que nunca ha
llegado. La espalda sobre el respaldo del asiento del chofer de mí mismo,
es lo único que me sostiene. A mi lado va Rayuela, en la víspera
del aniversario 20 de la muerte de Julio Cortázar, un 12 de febrero. Rayuela
casi entera de tapas amarillas con un grueso ribete magenta, un fondo verde,
su título en letras blancas, Julio en negro, Cortázar en magenta. Es la
edición de Casa de las Américas, que compré un 11 de abril de 1969 en La
Habana, después de hacer una larga fila. Trae un prólogo de 24 páginas de
José Lezama Lima. 651 páginas, más
un apéndice histórico sobre el autor y 10 mil ejemplares de tiraje, un 28
de febrero de 1969.
Nace un Bruselas en 1914 y 4 años después se traslada
con sus padres argentinos a Banfield, suburbio al sur de Buenos Aires.
Cuando nació en Bélgica, hijo de diplomáticos, Rubén Darío publicaba
Canto a la Argentina y otros poemas.
En
1949, Cortázar edita Los Reyes, poema dramático y Borges El
Aleph. Bestiario en 1951 y se va becado a Francia para siempre.
Argentina por ese entonces andaba y seguiría andando en sus revueltas y
posteriores dictaduras. En el 56, Final del Juego, 59, Armas Secretas,
y en el 60, Los Premios.(Visita Estados Unidos.En 1962, Historia
de Cronopios y Famas; Modelo Para Armar; el 63, Rayuela
(visita Cuba. (Asesinan a Kennedy en Dallas). El 64, una edición ampliada
de Final del Juego; el 66, Todos los Fuegos el Fuego; 67, La
vuelta al día en 80 mundos y el 68, 62 Modelos para Armar. El
Libro de Manuel en 1973.
En la contraportada
de la edición cubana, comentan la obra Juan Loveluck. (El acierto máximo
de la obra, dice, es la fusión de su forma-aforma, con la variedad del
mundo representado, como caos, cambio, el mundo como calidoscopio. Ángel
Rama (Por el despilfarro de invención para contar, por la temperatura alta
y constante de un estilo maduro, Julio Cortázar alcanza casi un estilo único
en la literatura argentina.) Carlos Monsiváis (A medida que se avanza en
cualquiera de sus posibilidades de lectura, Rayuela se va deshaciéndose e
integrando ante nosotros, en el acto del entendimiento que explota y el
nuevo lenguaje que se revela. Rayuela es obra de nostalgia y evocación
y de presencia y de augurio, es el resultado del aniquilamiento del orden y
de un ordenamiento del caos. Luis Harss (Desde el punto de vista de nuestra
literatura, Rayuela es una confirmación. No sería una exageración
llamarla nuestro Ulises. Como Joyce, Cortázar, mediante una magnitud
personal, ha calibrado nuestro mundo desde el exilio.)
Sigo en mi viaje, y Rayuela respira, suda, se
siente viva, nostalgiosa, pero está la musicalidad del verbo cortazariano
zumbando aún en sus páginas. Acerco mi mano frente a un semáforo en rojo,
alzo el libro, pesa, y sé que no estoy en París, lo abro al azar en el
juego que de alguna manera nos impone, su autor, y arranco en verde. A mi
derecha un hombre que supera en la pobreza y en su aspecto a un clochard
parisino-aquí se llama piedrero, es drogadicto- atraviesa como un fantasma
la calle, esqueleto con largo cabello, uñas largas, la humanidad
desajustada a la altura del fémur. A mi izquierda un grupo de vendedores niños,
olvidados por la corte de los milagros, deambulan por el sol en búsqueda de
algunos centavos de dólar.
La ciudad es una Santa, sobrevive a tanta miseria,
humillación, espanto, vergüenza, abandono, su propio olvido. Pienso en Rayuela,
libertad, sueños, pasión, no hay límites nos dice Cortázar, abran la
puerta y descubran como los magos sus propios conejos.
Él
contaba con blancos, negros, chocolates, los mezclaba, hasta convertirlos en
un tablero de ajedrez, y aún así, seguía jugando de memoria con el
lector. Lúdico como pocos, con un gran humor, poético, narrador de la
existencia, pero también del presente y el porvenir, Cortázar se adentraba
en un mar de palabras como si fuera una pecera. Le daba de comer a las
palabras con sus grandes manos, tecleando desenfrenadamente en su
apartamento parisino. ¿Quién dará vuelta la próxima página, el gato de
Cortázar o de Borges? Para el caso es lo mismo, un solo movimiento
silencioso y será suficiente.
La ciudad sigue pegajosa, desdibujándose, cruzo hacia el
lado del mar, hiede, el tráfico
es continuo, miro de reojo Rayuela hasta el próximo semáforo.
Entonces la abro, y leo en la página 63 y me entretengo con unas letras
sobre Jazz de Satchmo,-Louis Amstrong, la cara
sudamericana resentida de
Oliveira, y la palabra es un ejercicio, la retórica cortazariana de estirar
la navaja, suave, juguetón, al gusto del lector, y nos va instalando en el
negocio de la vida.
Ya el rumbo no importa, la ciudad puede haber sido
construida por un loco, edificios en cascada, calles sin salida, dejó pasar
a unos taxistas rumbo a Indianápolis, doblo hacia algún destino
desconocido, ya viajo en la palabra”: me desperté y vi la luz del
amanecer en la mirilla de la persiana. Salí de tan adentro de la noche que
tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar un nuevo día con su
misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: conciencia,
sensación de luz, abrir los ojos, persianas, el alba.”
Julio Cortázar empezaba a entenderme o yo a él, no sé,
pero viajábamos por la ciudad en rigurosa complicidad. Una sola vez lo vi
en Chile, alto, gigante, lo más parecido a una escalera larga, esa que los
peldaños no terminan nunca, pero era él, pausadamente caminando, dejándonos
sus sueños y libertad, sin límites. Una época de Cronopios hoy
convertidos en cucarachas obedientes, de smoking, de sonrientes antenas y
miradas oscuras.
Vamos casi en un tuteo por un mundo perfectamente
desconocido por ambos, porque la realidad se da una vuelta en la esquina y
retorna al mismo punto, pero diferente y se hace la que no nos conoce.
Tomo la Biblia amarilla, no tiene un mapa de la ciudad,
el rumbo me lleva, y me detengo a leer que dice Lezama Lima de Rayuela,
el gordo habanero de Trocadero, y gran poeta: la primera línea me parece
interesante, pero no la entiendo, porque voy en velocidad. Tendré que
disminuir si quiero comprender algo.
Lezama da en el clavo. Un argentino en Europa
revisa los laberintos de sus juegos de infante, y un porteño musicaliza los
laberintos de Bomarzo, en la Italia barroca del siglo XVII.
El
autor de Paradiso se monta en un espejo circular y vuela hacia el
arco iris. Pero suena bien, es, Rayuela puede ser el crujir de la
distancia en el
punto ausente, pero prefiere bailar rotando en el tambor que rueda
como las manecillas del reloj. Sigo en el recorrido con Cortázar y Lezama,
en la ciudad circular, un espacio destruido para construir otro, pero dice
Lezama de Cortázar, -no sé
que pensará el Alcalde de esta ciudad con tantos lugares vacíos-, pero Rayuela,
y cito al cubano: decapita el tiempo para el tiempo salga con otra cabeza.
La gente camina con menos norte que el que llevo con mis
dos pasajeros. Palomas grises sin palomar, aves sin raíces, un gallinero a
punto de cloquear.
En cambio, nos recuerda
en el contraste del paisaje que vemos, una hermosa frase, escena,
”Llevarse de la mano a la Maga, llevársela bajo la lluvia como si fuera
el humo del cigarrillo, algo que
es parte de uno, bajo la lluvia”. Poesía, amor, libertad, encuentro,
comunión, azar, azar en Rayuela y en mis acompañantes, una página
lleva a la otra. Ni ellos ni yo
sabemos para donde nos empuja el viejo vehículo. Es mejor que los
personajes señalen el camino, difuso, confuso, a su manera. La ruta como la
novela, es una sensación. Difícil de asir. Mucho más de armar. Hay
rompecabezas que juegan con la tuya como si fuera la realidad. No tienen
norte, ni sur, son la esfera concéntrica que pareciera que nunca parte,
pero está en movimiento. La literatura de Cortázar, envolvente, en su atmósfera
de laberinto, expuesta a su propia sombra multiplicadora.
Sé que el gran Cronopio está aquí esta mañana
rayuelando la ciudad, y le repito esto no es París, ni el Club de la
Serpiente, aunque ese ofidio reina en estas tierras selváticas y el manglar
es un joven solitario muy productivo, que respira de noche.
Rayuela
libro también de homenajes, Julio, y el suyo hoy como si estuviera vivo,
abierto a la noche de los tiempos, deshabitado de prejuicios, de la lombriz
solitaria del egoísmo, del sombrero de cuatro esquinas, negro, pérfido,
embustero, porque usted detuvo el reloj a tiempo y tañió viejas campanas
de Minotauro juvenil, siempre en al renovación del mito, jugando como el
hilo de Ariadna.
Julio, Julio, gracias por su literatura, nos ha dado
tanto, todos los fuegos, el principio y el final del juego está en sus
palabras. La Maga, Horacio, Talita con la vela encendida abriendo cada día
hacia un camino, Traveler, Rocamadour, la música, el Tao, -la ciudad nos va
dando la espalda o nosotros estamos dando vuelta- Babs, Etienne,
Gregorivius, el milagro en su corte, humo, se inventa el día en una
esquina, sopla, sopla, el viejo motor, más bien resopla, esto no es París
Julio, sé que le importa un bledo, Rayuela se nos hace la vida en
una mano, su cuerpo, nuestro cuerpo, la ciudad, la más grande de las
carrocerías, el esqueleto nos corre denso, paralelo, elástico, frágil,
liviano, vamos llegando al cementerio, pero no entraremos, qué ejercicio
tan precoz la muerte.
Cortázar es una fiesta
Un
hombre alto con cara de Sur, una escalera al cielo
Un Cronopio que no buscaba la fama
Un guionista fantasma frente al espejo
Un jugador que perseguía vanamente la derrota del azar, con el mismo azar
en el infinito de las cosas
Un Quijote latinoamericano con acento francés
Un boxeador silencioso de la palabra
Un jazzista que sopla la noche y caen estrellas de sus muñecas
Un escritor siempre del lado de acá
Un
innovador que subía y bajaba del cielo sin escalera
Ulises de la autopista, que Penélope tejía y destejía, un día de lluvia
en París y lo esperaba en una gasolinera.
Un pasajero de La Habana sin tiempo
Un argentino con puerto definido en el Sur (de los sueños)