El impacto inmediato y masivo de la crisis
desatada en el Primer Mundo derrumbó rápidamente las hipótesis que presagiaban
efectos menores de la hecatombe en algunos países, cuyo papel secundario en el
escenario internacional podía darles el paradójico privilegio de aislarse de
esos problemas.
La globalización que interrelaciona a las naciones de diversa
manera, más allá de modelos económicos y políticos, no iba a permitir que el
maremoto financiero dejara costa sin tocar. Por ello, tarde o temprano el
oleaje iba a llegar hasta los confines del planeta, y la Argentina no fue la
excepción.
Con inicial manifestación en el mundo de las finanzas, el
problema se ha trasladado a las actividades productivas y, por ende, al mundo
del trabajo.
Por ello se están convirtiendo paulatinamente en peligrosa
rutina las noticias sobre baja en la producción en algunos rubros y en las
transacciones comerciales y la consecuente incidencia sobre los puestos
laborales, afectados por despidos, suspensiones y recortes de horas
extraordinarias.
Esta situación puso en alerta máxima a Gobierno, empresarios
y sindicalistas, que decidieron iniciar una maratón de encuentros e intercambio
de ideas para sostener la actividad económica y, por ende, la laboral.
Algunas medidas de resguardo ya se impulsaron, con un sesgo
claramente proteccionista, para limitar las importaciones de productos que
puedan afectar a la industria nacional.
No obstante, hay que tener en cuenta la posibilidad de que
esa decisión, si bien tiene el objetivo fundamental de que no decaiga la
actividad interna, puede encontrar escollos en el marco del actual esquema
económico regional e internacional, entre los cuales los peores podrían ser
eventuales represalias que podrían tomar las naciones afectadas, como los
gigantes Brasil y China.
De todas maneras, según las explicaciones oficiales,
estas acciones significan ante todo poner orden en el área de las importaciones,
donde se presume la existencia de posibles fraudes mediante maniobras de
subfacturación, lo que constituiría una competencia desleal para la producción
nacional.
Pero una de las situaciones más ríspidas aparece en el eterno
debate sobre las concesiones para el mantenimiento del nivel de empleo, donde
las alternativas que se presentan ante la sociedad por parte de los
protagonistas son repetidas.
En ese marco están los pedidos de una recomposición salarial,
de parte de los gremios, y reclamos de un dólar a un valor más alto, de parte
especialmente de los industriales.
Sabido es que la pérdida del poder adquisitivo conlleva una
desaceleración de la economía y que medidas que muevan el dólar pueden
convertirse en boomerang a partir de su incidencia en los valores, sobre todo de
los productos básicos, lo que terminaría afectando a los ingresos más bajos. A
la vez los empresarios sostienen entre sus argumentos que, en medio de este
panorama altamente preocupante, les es casi imposible acceder al doble reclamo
sindical de aumentar los sueldos y mantener los puestos de trabajo, sosteniendo
entonces que la prioridad debe estar puesta en el segundo objetivo. La cuestión,
así, vuelve a presentarse como un callejón sin salida.
Las discusiones entre las partes sobre las acciones futuras
las encabeza directamente la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien
está convocando a los diversos actores sociales.
Pasaron representantes del mundo empresario y están en
contacto —y se espera su visita a los despachos oficiales— los dirigentes de la
CGT con Hugo Moyano a la cabeza, quien, como se ha visto en los últimos actos
políticos, sigue apoyando a rajatabla al Gobierno y su modelo.
Sin embargo, todavía es una incógnita si la convocatoria
gubernamental será lo suficientemente amplia como para comprometer a todos los
sectores. Por ejemplo, se han sentado a la mesa presidencial representantes
de industria y servicios, pero no se sabe si ocurrirá lo mismo con otro sector
fundamental de la economía, como es el campo. Un debate e intercambio de ideas
amplio sin dudas debería incluir al mundo agropecuario, máxime teniendo en
cuenta que, más allá de los conflictos, sigue siendo una actividad vital para la
producción interna, la exportación y la generación de divisas, incluidos los
suculentos ingresos al Fisco.
También están ausentes por ahora los dirigentes sindicales
antimoyanistas, como los de la CGT paralela constituida por Luis Barrionuevo
y la central gremial CTA, donde los trabajadores estatales tienen preeminencia.
Además, debe anotarse hasta ahora la ausencia de los políticos opositores, al
menos los que tienen más representación parlamentaria.
Si hubiera que atenerse a los acontecimientos de los últimos
meses, la respuesta al interrogante sobre un posible convite a esos sectores ya
estaría dada, pero siempre se espera un gesto de generosidad y que la mesa se
amplíe lo suficiente como para que todos puedan tener la oportunidad de acercar
sus ideas y, a la vez, de quedar comprometidos con un objetivo que debe estar
por encima de los enfrentamientos o discrepancias circunstanciales.
Claro que los caminos para la búsqueda de soluciones ante
crisis de esta magnitud podrían estar más despejados si ya se hubiera impulsado
a un pacto social que, como tal y respetando la esencia de tales acuerdos
supremos, tendría incluidos a todos los sectores, que no perderían su
identidad pero tampoco serían víctimas de obstáculos coyunturales y en muchos
casos de menor valía.
Igualmente, las crisis ofrecen este tipo de oportunidades y
sigue en pie la posibilidad de ir hallando un sendero hacia ese objetivo.
Aunque, de acuerdo a lo que ha ido mostrando la historia, también siguen
incólumes las dudas sobre si en esta ocasión será posible acometer esa tarea o
una vez más se apelará a soluciones parciales hasta que, de acuerdo al cíclico
comportamiento criollo, llegue otra vez el momento de tirar manteca al techo.
Luis Tarullo