Llama la atención que livianamente se diga
que "en enero" comenzará a regir el nuevo Sistema Integrado Previsional
Argentino (SIPA). La Ley anterior, por la cual se instauró el régimen
previsional mixto de reparto y capitalización individual que se aprobó durante
la primera presidencia de Carlos Menem, llevó trece meses de arduo debate en
el Congreso de la Nación.
En ese sentido, la iniciativa actual de la presidenta
Cristina Fernández de estatizar los ahorros privados de las Administradoras de
Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) para que los afiliados regresen al
sistema único de reparto estatal, debería tener al menos un trámite similar en
el Congreso.
La medida pone en juego los aportes 3,6 millones de personas,
justamente de quienes no hace mucho ratificaron su deseo de seguir en el
subsistema de capitalización, ante la oportunidad que les brindó el Gobierno de
pasarse al régimen de reparto.
Si al atropello que significa el traspaso compulsivo de
fondos de particulares se le suma velocidad y ligereza en el trámite legislativo
de un proyecto que podría considerarse confiscatorio, se estaría en presencia
de un doble atropello a la institucionalidad.
Como antecedente válido, vale la pena recordar que la semi-privatización
del sistema previsional argentino se inició con el proyecto de ley enviado por
Carlos Menem al Congreso, el cual ingresó el 27 de agosto de 1992 a la Cámara de
Diputados. Allí, recién obtuvo entonces dictamen de la Comisión de Previsión y
Seguridad Social el 3 de marzo de 1993 y luego recibió la media sanción de la
Cámara Baja el 6 de mayo de ese mismo año. A su vez, en el Senado logró la
sanción definitiva el 23 de septiembre de 1993. Un año y un mes después.
En consecuencia, además de un retroceso en materia de
libertades económicas, implicaría un grave deterioro institucional modificar
mediante un trámite legislativo rápido al que está acostumbrado el kirchnerismo,
una Ley cuya sanción se generó después de tanta discusión y búsqueda de
consensos.
Ahora, si se optara por hacer un tira y afloje legislativo
serio de esta iniciativa, el mismo podría generarle al Poder Ejecutivo un
"efecto campo 2", pues el gran número de afectados por la propuesta podría
comenzar a movilizarse y a poner nuevamente en jaque al Gobierno.
Además, en vísperas de realizarse dentro de un año elecciones
legislativas, los afectados por la propuesta kirchnerista podrían votar
masivamente a candidatos de la oposición en octubre de 2009 y de esa manera el
oficialismo quedaría herido de muerte, si pierde la mayoría propia.
Lo interesante es que esta iniciativa del Gobierno ofrece una
nueva divisoria de aguas políticas en la Argentina, entre los alineados en el
populismo y los que defienden la institucionalidad republicana. Por ejemplo, que
personas como Hermes Binner, gobernador socialista de la provincia de Santa Fe y
el propio vicepresidente, Julio Cobos la apoyen, ayuda a ordenar el escenario
político y a unificar a la oposición.
Es que en el debate sobre el régimen previsional lo que está
más en juego es la calidad institucional. El sistema de capitalización
individual se aplica con éxito en países como Suecia, símbolo del estado
benefactor donde el sistema de reparto colapsó y al lado de la Argentina, en
Chile.
Está claro que el sistema de previsión mediante
capitalización individual aplicado en ambos países es muy diferente al
argentino. Pero ésta no es la única diferencia que tienen esos países con la
Argentina, pues tanto el menemismo como el kirchnerismo comparten en el
imaginario popular las sospechas de prácticas corruptas y en ese contexto la
economía de mercado es inviable.
Solamente hay que ver las posiciones de Suecia, Chile y
Argentina en el ranking de Transparencia Internacional. Allí, los nórdicos se
ubican en el puesto número 1 con un puntaje de 9,3, sobre 10 que es el máximo,
en tanto, Chile está en el lugar número 23 con un puntaje de 6,9 y la Argentina
aparece en el lugar 109 con un puntaje de 2,9. Esta controvertida iniciativa de
la presidenta Cristina Fernández de Kirchner debería servir, además, para
generar en la opinión pública un debate de fondo sobre el modelo de país, a
partir de que en materia de desempeño político, económico e institucional
claramente un sector de la sociedad prefiere a Chile y otro a Venezuela.
Gabriel Salvia