Sin la solemnidad de Adolfo Rodríguez Saá,
pero con una ovación similar de por medio, Cristina Fernández de Kirchner
anunció hace dos días un nuevo y ominoso default para la República
Argentina. Fue, es cierto, una cifra mucho menor que aquel otro de 2001, porque
en este caso se trata de los U$S 16 mil millones de títulos públicos (55% del
total de sus colocaciones) que tienen en su poder las AFJP que van a desguace
como frágil respaldo parcial de los ahorros de sus afiliados, bonos que ahora
podrían no ser pagados nunca por el Tesoro.
Sobre estas cosas especulaba el mercado a la hora de la
desazón: un simple asiento contable los compensaría, ya que activo y pasivo
quedarán dentro de un mismo balance y así se baja el endeudamiento de un
plumazo, se razonaba.
Sin embargo, no todo puede calcularse en estos casos.
Desde el instante en que se hizo realidad la decisión presidencial, las fuerzas
ingobernables de los mercados se dispararon en varios sentidos, casi al estilo
de las antiguas tragedias, como ocurre cuando se rompen las reglas de la
naturaleza. El vendaval ha comenzado en varios frentes y el final es
incierto y cómo pararlo dependerá de la muñeca del Gobierno.
La perdigonada gubernamental pegó primero en el mercado de
capitales, ya que destruyó al único hacedor de mercado que existía, más allá de
que se cambiaron las reglas de un día para otro. El mercado se quedó sin
compradores, hasta que aparecieron los bancos oficiales. Igualmente, los
operadores piensan que el Merval no representa a un mercado transparente, porque
un juez sacó del camino a los demandantes naturales y esto tampoco gusta.
Un segundo hecho impensado fue el derrape bursátil en España,
con una importante caída de precios en el parqué de Madrid de las empresas que
operan en la Argentina. Rápido de reflejos, Julio De Vido en persona salió a
apagar el incendio y a vender "seguridad jurídica".
Los rumores de última hora que marcaron la recuperación de
los precios de bonos y acciones hablaban de promesas hechas a directivos de las
empresas visitadas para recomprar deuda pública con el producido de las ventas
de acciones (15,5% de la cartera, sumando Fondo Comunes de Inversión). Pobre
promesa para el Fondo de Garantía que debería darle sustentabilidad al régimen
de reparto y a los jubilados.
El punto de la propiedad de las empresas privadas que van a
pasar a manos del Estado y quiénes manejarán esas ventas para nutrir el Fondo es
el tercer efecto que ponderaron los mercados a la hora de la huída, sobre todo
cuando los operadores se contestaban que todo iba a quedar a merced de los
políticos, los mismos que declararon el default, la intangibilidad de los
depósitos o avalaron los bonos compulsivos.
El cuarto punto de difícil resolución es el precio que van a
reclamar las AFJP que se van, como lucro cesante por los negocios que dejan de
hacer en la Argentina. Entre esos propietarios hay pesos pesados a nivel mundial
(BBVA, ING, MetLife, HSBC y CNP), quienes sienten que sus negocios
han sido expropiados y nacionalizados, casi al estilo Chávez.
Es lógico que la suma de dudas haya generado desconfianza
e inquietud en la Bolsa, pero el problema es si las mismas empiezan a
manifestarse más masivamente, ya que también se han visto colas en las casas
de cambio y otras en los bancos para conseguir cajas de seguridad.
Desde el otro lado del mostrador, entre las buenas que se
puede apuntar el Gobierno, paradójicamente, está que el incumplimiento parcial
que se ha declarado a costa de los futuros jubilados despeja definitivamente el
perfil de los vencimientos de la deuda.
Así, la situación ya está siendo percibida por algunos
operadores del exterior que tenían dudas sobre la situación fiscal ("ahora
sabemos que era crítica, pero esto nos clarifica también que no habrá un
default general", señalan con cinismo) como bien interesante, pese a la
inseguridad jurídica, para comprar bonos a precios de liquidación.
Hugo Grimaldi