Las intenciones del Gobierno de reducir
las retenciones a las ventas de trigo al exterior exhalan aroma a
desconocimiento, llegan tarde y se ubican a contramano de cualquier planteo
productivo: la siembra del cereal de este ciclo terminó hace tiempo y cubrió el
menor hectareaje de los últimos 10 años. Las coberturas se hicieron casi "al
voleo", con incorporación de tecnología reducida a su mínima expresión y la
consecuencia inmediata y obvia será una fuerte merma en el volumen final de
zafra del principal grano de exportación que tiene Argentina.
¿A quien le importa ahora si las autoridades, ávidas de
divisas una vez más, deciden bajar los odiosos gravámenes que, hoy por hoy, se
ubican en el 28 por ciento? En rigor, si verdaderamente el Gobierno intenta
enviar una señal positiva al sector agropecuario, el camino elegido vuelve a ser
incorrecto. Sería necesario, previo a la toma de decisiones en algunos
temas, informarse un poco más, porque ya pocos dudan que aquellos que tienen la
misión de comunicar datos de valor a las máximas autoridades, o perdieron el
rumbo cultural de cada surco o, en otra variante de improvisación, buscan
implementar medidas que suponen benéficas, pero desconocen que están llegando a
destiempo.
Otra lectura, apenitas lineal del tema, muestra que
las máximas autoridades del país tampoco están enteradas de los fenomenales
tonelajes del cereal que todavía quedan en manos de los chacareros, indecisos a
la hora de vender porque nunca se sabe si, en medio de alguna transacción
valiosa con plazas externas, aparece una resolución sorpresiva que dispone un
nuevo cierre de los registros de exportación.
Esta semana, cuando se dejó que corriera el rumor sobre una
rebaja potencial que el Gobierno tendría en estudio para las retenciones, la
gente del campo y la cadena agroempresaria en su conjunto, sintieron que, por
fin, llegaba ese soplo de aire fresco que esperan desde marzo de este año.
Pero no fue así. Primero porque no comprendía a la totalidad de los granos y el
complejo oleaginoso, sino que sólo remitía al trigo en la campaña histórica más
castigada, tanto por la sequía como por las medidas oficiales vigentes, como
por el agravamiento que le dio la crisis financiera global.
No sólo se cubrió un millón de hectáreas menos que el año
pasado, sino que la casi nula aplicación de tecnología permite proyectar no sólo
una cosecha magra en volumen, sino, lamentablemente, deficitaria en calidad. Esa
optimización del producto que históricamente distinguió al trigo argentino.
Hoy por hoy, nadie sabe con certeza qué nuevos engendros
podrían gestarse hasta diciembre, cuando cientos de manos cosecharán el verano
agrícola para lograr esos fondos frescos necesarios para encarar los planteos de
la gruesa 2009, esa que deja la verdadera plata fuerte para el país y sus
sedientas arcas fiscales.
Además, si de reducir alícuotas se trata, las autoridades
deberían recordar que ese 5 por ciento que proyectan derrochar como incentivo al
campo, no alcanza para nada por dos razones básicas; en primer lugar, para salir
a vender agresivamente y salvarse y salvar a la economía nacional (a medias en
ambos casos), la merma debería ser de por lo menos el 50 por ciento del actual.
En segundo término, no estaría de más recordar que la
tendencia de cotizaciones para el trigo es a la baja y por bastante tiempo,
debido a la buena relación que se presenta en el horizonte de oferta y demanda
internacional del cereal.
Pareciera que nadie se detuvo en esos datos elementales,
mientras los cultivos del grano con mejor imagen del país comienzan la etapa más
decisiva del ciclo, la espigazón, que finalizará con presencia externa dorada y
bajo nivel proteico interno.
Entre tanto, el mundo sigue andando sin que nadie se avenga a
entender que en los ciclos productivos no hay magia ni casualidades, sino sólido
ejercicio de la capacidad agronómica y libre juego de oferta y demanda para
defender precios, sin intervencionismo oficial.
Gladys de la Nova