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¿Locura o valentía?

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EL KIRCHNERISMO ELIGE JUGAR CON FUEGO
EL KIRCHNERISMO ELIGE JUGAR CON FUEGO

El estilo K es inocultable

 

El estilo K es inocultable: la receta del matrimonio presidencial para acumular poder pasa por apostar a los desafíos: ello habla no sólo de su peculiar forma de ignorar a los otros, ya sea colaboradores, como opositores o la opinión de la misma sociedad, sino además de la manera de jugar con fuego, siempre al límite, bajo al axioma de vencer o morir.

Hasta hace algunos meses, esa forma de gobernar le había permitido mantener rígidos todos los hilos de mando aunque la sangría en el favor popular comenzaba a hacerse palpable. Sin embargo, la decisión de aumentar las retenciones agropecuarias en forma inconsulta —como son todas sus medidas de gobierno— le demostraron que la receta no siempre es infalible, y que el precio a pagar es alto.

Sin haber aprendido la lección, el matrimonio de Cristina y Néstor Kirchner volvió a hacer una apuesta fuerte: después de programar la estatización de Aerolíneas Argentinas, que había hecho mucho ruido en el exterior, anunció una idéntica medida con los fondos de las AFJP.

El afán del Gobierno aparentemente por manejar fuertes sumas de dinero no le hizo analizar las consecuencias de esa acción. Aunque finalmente tenga más posibilidades de lograr su aprobación en el Congreso, de hecho puso al desnudo todas sus urgencias, algo que suele ser nada recomendable.

Urgencias por mostrar que mantienen el timón férreamente y que aunque después de la derrota parlamentaria en torno a las retenciones ensayó una leve modificación en la forma de gobernar, rápidamente la Presidenta y su esposo volvieron a mostrar que lo que menos les sienta es mostrar flexibilidad o poder de reflexión.

Desde pocos meses después de la asunción de Cristina Fernández, el modo de administrar el país con espasmos es lo que más viene caracterizando a una Presidencia que se aleja de los matices que debería respetar en un sistema democrático, incluida la asombrosa técnica del doble comando.

La Democracia, precisamente, es un valor que en estos días la oposición ha intentado volver a ubicar en su justo sitio. El 25 aniversario de la primera elección de ese sistema de gobierno recuperado tras la dictadura fue todo un símbolo del ánimo que campea en los partidos que no participan del poder y también de una buena parte de la ciudadanía.

El homenaje a Raúl Alfonsín, tardío pero siempre oportuno, trajo a la memoria colectiva el recuerdo de aquellos años felices del renacimiento democrático de la mano de uno de los hombres que más se esforzó por hacer por la Republica.

No tuvo éxito económico en su gestión, pero el valor y el esfuerzo que dedicó a recuperar la estima por la defensa de los derechos humanos y el sistema democrático y republicano de gobierno fueron sin dudas el legado más preciado que dejó ese hombre, hoy gravemente enfermo, a un país que suele ser desagradecido con quienes han hecho de la rectitud y la honestidad una regla de oro para gobernar.

Los Menem y los Kirchner se ufanan de otra forma de manejar la relación entre poder y pueblo. El clientelismo, el amiguismo, la pulseada, las decisiones intra palacio y el ninguneo al otro, que no comparte cien por ciento sus ideas, son características que poco tienen que ver con lo que la gente votó hace 25 años y también hace un año, cuando le dio el triunfo a Cristina Fernández.

No fue casualidad que nadie recordara el 30 de octubre que también la actual presidenta cumplía un año de su coronación para la Presidencia. Ni el propio oficialismo intentó o quiso recordarlo.

Hoy el Gobierno navega en aguas ambiguas pero duras: Néstor Kirchner, el poder real detrás de la escena, no trepidó en estos días en volver a lanzar a través de medios de comunicación su convicción en que "una vez más" la supuesta "derecha" o el presunto capital que dice despreciar aunque lo ha venido acumulando desde hace años intenta un fantasmagórico "golpe de estado".

En realidad, esa parece ser la forma de desviar la atención y atribuirle al otro las propias intenciones. Si al fin y al cabo, la manera de gobernar de los Kirchner tiene poco que ver con el estilo democrático: medidas inconsultas, acuñadas en soledad, planificaciones que sólo se conocen dentro de los estrechos pasillos de la Casa de Gobierno y que luego son comunicados a la opinión pública como un hecho, un "facto", hacen sospechar que más bien es el propio poder el que se alimenta de "autogolpes".

Eso sí es jugar con fuego. Nadie en la Argentina de hoy abriga ni de lejos la aspiración de un hecho que altere la continuidad de Cristina Fernández. La aspiración colectiva parece ser más bien la de que la Presidenta continúe su mandato y corrija errores, que es lo que hacen todos los gobernantes sensatos. Corregir rumbos no significa en modo alguno dar el brazo a torcer, es solo una muestra de sensatez.

 

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