Los métodos son autoritarios y poco
democráticos, pero esto no importa: las medidas que dispone el Gobierno salen al
ruedo, se implementan a rajatabla y atropellan al mismísimo comercio
internacional en todas sus actividades.
Nadie escapa a las ansias de confiscación de parte de las
autoridades, la capacidad de destrucción se potencia y en su derrotero arrastra
a los mayores generadores de divisas genuinas para el país.
Ese escenario, que muestra Argentina ante la mirada azorada
del mundo, con el cierre de las exportaciones nacionales con marca
registrada, como la carne vacuna, está llevando a la producción sectorial, entre
otras, a los arrabales de su capacidad de expansión y amenaza con sacarla del
circuito en el momento menos pensado.
La gente del campo afirma que esta gestión de Gobierno se ha
encargado, durante el último año, de despojarla de casi todo y, con el escaso
resto que les queda, intentan seguir de pie, a pesar de las circunstancias
desfavorables que hoy por hoy presentan los mercados internacionales.
Allí, las cotizaciones se derrumbaron estrepitosamente en
pocos meses y aunque se intenta esgrimir el optimismo, respecto de que no caerá
el consumo de alimentos, la crisis financiera global se está encargando de
profundizar el quebranto sectorial.
Quizá lo más curioso sea que se ha embretado, sin solución de
continuidad, a una de las producciones líderes del país, con proyección mundial,
que pudo haber generado jugosas divisas para las arcas oficiales si sólo se
hubiese abierto el grifo exportador y sacado del medio la maraña de regulaciones
que impiden vender al mundo. Si la evaluación pasa por entender por qué se llegó
a esta instancia, la respuesta parecería necia, pero es real: fue por capricho,
como una forma de tirar de la cincha porque sí, sólo para demostrar quién tenía
más fuerza sin explicar para qué. Frente a ese escenario, pocos dudan que el
negocio ganadero se ha ido degradando desde el 2005; la cadena comercial del
sector ya sabe cómo se mueven los engranajes oficiales y también conocen los
tristes resultados de estas maniobras.
Hoy la hacienda tiene precios de remate; la liquidación de
hembras alcanzó este año su máximo histórico y el futuro no es promisorio sino
para el larguísimo plazo, siempre que se pongan en marcha ya mismo las políticas
estructurales que esta actividad necesita para expandirse. También urge
reposicionarse en el mundo como proveedores confiables, ya que cuando las plazas
internacionales demandaban cortes cárnicos, aquí se optó por restringir la
entrega de permisos para exportar y ahora, cuando las autoridades intentan
convencer al sector que podrá despegar, las trabas comerciales internas se
entrelazan con la merma que muestran las compras externas.
Había resto en las explotaciones ganaderas: entre el 2000 y
el 2007, las reservas habían crecido en forma sostenida y sumaban alrededor de
siete millones de cabezas a los rodeos bovinos del país, en una etapa en la cual
la agricultura avanzó impiadosa, pero rentable, en unos cinco millones de
hectáreas.
Este crecimiento, para Ignacio Iriarte, se basó en la
creencia generalizada entre los ganaderos de que una vez superado el problema de
la aftosa, el futuro del país en el mercado internacional estaba asegurado.
Sin embargo, por obra, gracia y mérito propio, de lo que se
presentaba como una oportunidad quizá irrepetible, el Gobierno se encargó de
hacer una crisis y este año, en particular, se perdió una posibilidad histórica
para la producción de carne, cuando se dieron los precios internacionales más
altos desde 1973.
Gladys de la Nova