Casi en los umbrales de 2009, este año
parece acumular la mayor cantidad de récords de la última década, por lo menos.
Con los números sobre la mesa, los sectores productivos más
dinámicos del país soportaron la mayor sequía de los últimos cien años,
cosecharán casi 40 por ciento menos de trigo que en 2007, el hectareaje cubierto
con soja dejará el mayor volumen de trilla de la oleaginosa que haya alcanzado
Argentina —a pesar del derrumbe del 45 por ciento que tuvieron las cotizaciones
de la oleaginosa en cuatro meses—; la cobertura maicera se perfila como la menos
beneficiada con aportes tecnológicos y, en consecuencia, cerrará con zafra en
caída de, por lo menos, 20/25 por ciento, en relación con la anterior.
La tecnología de última generación, para optimizar rindes en
cultivos, también tiene protagonismo a la hora de los récords: sembrar trigo y
maíz, por ejemplo, este año representó un incremento promedio de entre el 65 y
el 80 por ciento, frente a la incorporación de agroquímicos que tuvo la campaña
2007/2008, porcentuales que también marcan, hasta el momento, otro récord
histórico de subas.
Resta computar el fuerte recorte productivo que mostrará
la lechería este año, herida de muerte por precios de liquidación que, además,
se acordaron a espaldas del tambo, en promocionadas reuniones que tuvieron a la
Quinta de Olivos como escenario para reflejarse en fotos perfectas. La
productividad láctea anual descenderá sin escalas unos 1.000 millones de litros,
en comparación con 2007 y resultará también la menor de la década, en un
guarismo que mostrará el cachetazo que recibieron las vacas en ordeñe, en parte
por la sequía y el aumento de insumos esenciales para el tambo y, por otro lado,
por las erráticas decisiones oficiales que, en la actividad, incluyeron el
cierre de las exportaciones en el mejor momento de precios internacionales. Otro
sector castigado y transitando la ruta de la agonía, de peso fenomenal en los
ingresos genuinos que reciben las arcas oficiales, fue el de ganados y carnes:
la hacienda en pie también está a precios de liquidación, que se derrumbaron más
del 30 por ciento en un año, sin considerar la caída en picada que tuvo la
Hilton, al descender de 21.000 a 11.000 dólares por tonelada, mientras en el
país las exportaciones siguieron embretadas. Paralelamente, la faena de vacas y
animales muy jóvenes rondó el 50 por ciento en la oferta diaria de vacunos en
Liniers, augurando la imposibilidad de "producir" más terneros.
Como colofón, las reservas ganaderas del país cayeron a unos
49 millones de cabezas, según el ultimo Censo Agropecuario y siempre que no haya
habido retoque en los números estadísticos, reposicionando una actitud que ya es
moneda corriente en los informes del INDEC.
Dicho de otro modo, los stocks bovinos cayeron en unas 11
millones de cabezas, en relación con los números que se manejaban hace menos de
una década y, menos los precios al consumidor, todo se derrumbó. A esta altura
de los datos surge la incontenible tentación de comparar la crisis productiva
nacional, así como los guarismos que la fundamentan, con títulos de películas
aún en cartel: "Quémese después de leerse" y "No mires para abajo", o para
atrás. El temor no pasa por convertirse en sal.
En rigor, más que de miedo, la sensación es de bronca.
Bronca por transitar un siglo distinto ya no del que se soñó, sino del que
podría estar recorriéndose ahora si no se hubiera echado mano a la improvisación.
Aquí y especialmente durante este año, en la distribución de los condimentos
para la producción, la proporción fue mayor para este ingrediente nefasto, que
superó, por goleada a los daños de la sequía; la duplicación de costos
operativos y la caída internacional de las cotizaciones de commodities
agropecuarios. Todo agravado, claro, por la crisis de recesión que invadió al
mundo sin excepciones.
Todo lo que se perdió ya es irrecuperable, excepto el sentido
común, si se apunta en esa dirección para revertir la crisis. El otro escenario,
en caso de no intentarlo, es el que demostraría, una vez más, que la
inteligencia tiene límites, pero la estupidez humana, no conoce fronteras.
Gladys de la Nova