Cristina Fernández de Kirchner se instaló en Washington para participar como miembro pleno de la reunión del Grupo de los 20 y pese a sus dificultades con el resto del mundo, se sentó en la mesa de los grandes sin complejos y aprovechó el lugar que consiguió el país en los odiados '90, antes del hiperendeudamiento, la debacle de la convertibilidad, la transición de Duhalde y la instauración del modelo kirchnerista.
Hasta aquí, pragmatismo puro, pero si bien hoy la situación no es la misma, sobre todo en cuanto al grado de aislamiento internacional que supo conseguir la Argentina en estos años y a la indiferencia que producen sus posturas críticas alejadas del pensamiento del grueso de las naciones más prósperas, el resultado para el país y su futuro en esta liga dependerá de la actitud que haya transmitido la Presidenta, ya sea si se mostró ante sus pares con la modestia de la Cenicienta, con la esperanza de calzarse algún día el zapatito de cristal, o si lo hizo como una de sus hermanastras avinagradas.
El G-20 es el único foro que hoy mantiene al país conectado con quienes toman efectivamente las decisiones, aunque si se sigue a pie juntillas lo dicho en Chile por Néstor Kirchner, verdadero mentor ideológico y ministro de Economía en las sombras, las oportunidades de seguir participando activamente de esa mesa son pocas: "con lo que está pasando, mejor aislarse", dictaminó el viernes el ex presidente.
El agrupamiento global que conforman las grandes potencias, más la Unión Europea en su conjunto, junto a economías más desarrolladas como Australia y Canadá y los llamados BRIC (Brasil, Rusia, India y China), en estos tiempos tiene a la Argentina en el escalón más bajo de los países emergentes en expectativa. Su actual misión conjunta apunta a que, a partir de esta reunión, aparezca lo que José Luis Rodríguez Zapatero ha llamado "una nueva sensibilidad recíproca", para sacar lo más rápidamente posible al mundo de la recesión que se avecina.
Si bien no se espera que se esté en los umbrales de un nuevo orden internacional ni que esta reunión resulte la panacea, ya que ni siquiera estuvo presente el futuro presidente estadounidense, Barack Obama, a partir de la misma se empezarán a explorar caminos de mayor equilibrio, para avanzar hacia la globalización y el libre comercio, sin proteccionismos a ultranza ni excesos en las regulaciones y también para reformar el actual sistema financiero, a partir de una mayor multilateralidad, cooperación y consenso, con el Fondo Monetario Internacional reformado, aunque una vez más, como nave insignia.
Seguramente, el Gobierno ya ha tomado nota de que conseguir créditos blandos no será fácil tampoco de ahora en más, aunque se hable de mayores facilidades. De modo consensuado, el grupo de ministros de Economía y presidentes de bancos centrales que se reunieron la semana pasada en San Pablo para delinear la nueva estrategia de asistencia global, han puesto el acento, efectivamente, en que las ayudas que se den de ahora en más por esa vía podrán prescindir de las viejas condicionalidades del FMI.
Pero esto no significa que la Argentina califique así por qué sí, ya que su pasado la condena por su triste record de incumplimientos, que se multiplican, como en el caso de los bonistas en litigio, de los bonos ajustados con CER y de decenas de promesas incumplidas, sin mencionar el ofrecimiento de pago al Club de París que quedó sepultado por la crisis.
Según lo que se escribirá finalmente, para entregar dinero fresco el Fondo deberá comprobar de ahora en más que los países tengan "políticas sólidas", algo que la Argentina no podría acreditar de inmediato, ya que hace tres años que bloquea sistemáticamente la revisión que está prevista en el Artículo IV de los Estatutos del FMI para todos los países miembros, probablemente para que nadie meta las narices en el INDEC.
Mirando hacia el público interno, y sobre todo hacia el progresismo que siempre festejó las gambetas que los Kirchner le hicieron al organismo, tampoco la Argentina puede desesperarse de modo explícito para recibir dinero justamente del Fondo Monetario, ya que fue su puching ball preferido durante estos años, ni tampoco desnudar que teme por el futuro de las cuentas públicas, pese a los fondos que le entrarán, provenientes de los ahorros previsionales de las cuentas de capitalización. Es este punto, sin la connotación fiscal, desde ya, el que Kirchner calificó también el viernes como "la decisión más trascendental desde hace cinco años". Si bien muchos argentinos sienten que se viola su derecho de propiedad, agrandado por algunas encuestas (que, según admitió el ex presidente, "participan del poder") y por la mayoría en el Senado que convalidará la media sanción de Diputados, el matrimonio (pese a que la Presidenta estará de viaje por el norte de África) ha elegido el 20 de noviembre como la jornada de la votación, para asimilarla desde la épica del discurso con el Día de la Soberanía, en recuerdo al combate de la Vuelta de Obligado que enfrentó en 1845 a Rosas con la armada anglo-francesa.
Con su viaje al exterior, la Presidenta ha dejado atrás por unos días media docena de temas muy sensibles que se hilvanan con la situación socioeconómica del país y que descolocan algunas de sus políticas. En primer término, desde una ideología que termina con 60 años de unicato, la Corte ha comenzado a demoler lo que era el centro del modelo corporativo peronista, el poder sindical de la CGT como brazo monopólico del movimiento obrero organizado. Nadie ha dicho que el Gobierno había sido avisado, pero esto lo pone en necesidad de darle aliento al reconocimiento sindical a la CTA. La Central Obrera, casi como una imposición, le ha pedido públicamente al Gobierno que adopte una solución política, es decir que cumpliendo con el mandato de la Corte, el Ejecutivo mande al Congreso una legislación acorde a los compromisos que el Gobierno tiene con Hugo Moyano y sus acólitos. Los observadores no creen que todas las idas y vueltas que dieron durante los últimos días para definir si la situación económica actual promueve o no despidos, esté desvinculado de esta presión que los jerarcas de la CGT le han hecho, como advertencia, al Gobierno.
Otra preocupación que se ha llevado seguramente en sus alforjas la Presidenta, es la importante salida de capitales que se viene verificando desde hace unas semanas, sólo detenida durante la última semana, por la acción de Guillermo Moreno. Los operadores se han resignado por unos días, ya que creen que después que se vote la Ley Previsional los controles serán menores, debido a que el multifacético secretario de Comercio deberá aplicarse más aún a exigir a las empresas que no despidan gente o a prometerles fondos desde el Estado —ahora que Néstor Kirchner ha vuelto a hacer profesión de fe neokeynesiana— para que encaren inversiones, como la fabricación de autos económicos.
También Cristina dejó atrás los remezones de la situación en el área de Salud, donde laudó a favor de la ministra Graciela Ocaña, provocando el desplazamiento del Superintendente, Héctor Capaccioli, quien fue uno de los recaudadores de la campaña del Frente para la Victoria, en un sector donde se controla a las obras sociales. Quienes siguen de cerca el caso, aseguran que el desplazado funcionario conoce muchas cosas sobre el origen y el destino de los fondos y que no en vano mandó un mensaje sobre su deseo de acceder a una plácida embajada (Portugal).
Más allá de que su reemplazante haya sido un hombre de Moyano, lo que algunos vieron como una devolución de favores tras el fallo de la Corte, por las manos de Capaccioli pasaron cheques de algunas personas que hoy desmienten una supuesta donación de campaña y hasta tres valores que firmó el asesinado Sebastián Forza, antes de haber puesto la cuestión de la efedrina en el tapete. Por ese lado, el agujero de seguridad que se había abierto al respecto ha empezado a ser cerrado con la detención de traficantes mexicanos, operativos en los que colaboró la DEA estadounidense, lo que venía complicando de modo indirecto al poder político en la omisión de perseguir tan terrible flagelo.
Otro elemento que el Gobierno ha dejado correr hasta ahora sin responder, ha sido el durísimo documento "despertador" que dio a conocer la Iglesia, que no sólo cuestiona la realidad social que se suele difundir oficialmente, ya que pide un país sin excluidos a partir de un diálogo basado en la reconciliación, sino que avanza sobre la estructuralidad de la corrupción en la Argentina y también sobre la búsqueda de una dirigencia que "supere la omnipotencia del poder y no se conforme con la gestión de las urgencias".
Si bien el sayo le cabe al equipo gobernante, la oposición no se puede hacer la desentendida de estas reflexiones de los obispos, que no sólo se terminan con denuncias judiciales y mediáticas sobre situaciones de corrupción, como ha realizado Elisa Carrió en la semana contra Néstor Kirchner y algunos amigos y presuntos socios, sino con la sensatez de buscar caminos alternativos. En ese aspecto, la cercanía del ARI, con la UCR y el socialismo, en principio pareció una variante interesante con miras a las legislativas de 2009, hasta que las dudas que generó una carta atribuida a Raúl Alfonsín pinchó algo el impulso y le volvió a dar aire al oficialismo.
Por último, está la situación de Aerolíneas Argentinas, como un nuevo tropiezo para la palabra empeñada por el país, ya que el Acta Acuerdo firmado por Ricardo Jaime y Julio De Vido para que la empresa siga operando bajo administración conjunta con Marsans hasta que se produjera el traspaso, dice sin medias tintas que si las dos evaluaciones patrimoniales que aportan las partes no fuesen iguales se recurrirá un tercer árbitro, cuyo fallo sería inapelable. Ahora, el propio De Vido señaló que el Congreso decidirá que hacer, lo que pone a la compañía al borde de la expropiación.
El caso, que la prensa española ya trata como una nueva claudicación de los Kirchner, no se ha puesto en el tapete en el mejor momento, justo cuando la Presidenta se ha tenido que cruzar con Zapatero en Washington, uno de los pocos que aún creían que la Argentina era un país recuperable.
Hugo Grimaldi