La Ley que estatiza los ahorros
jubilatorios de algo menos de 10 millones de personas y devuelve al Estado el
monopolio de la seguridad social que hoy se festeja como un acto de soberanía,
podría convertirse en pocos años más en un monstruo de mil cabezas, dispuesto a
engullirse a los gobiernos que vendrán. Si la discusión de este pasaje de apuro
del dinero depositado en las AFJP a la ANSeS se hubiera dado en términos
razonables y no sólo en un mes o si se hubiera hecho algún cálculo actuarial
mínimo, se habría comprobado que la relación entre aportantes y beneficiarios
resultará deficitaria en el tiempo en miles de millones de pesos al año, salvo
que se utilicen más recursos tributarios para cerrar el bache o que las
colocaciones de la ANSeS puedan gambetear la voracidad del Estado y el eventual
deterioro inflacionario.
Este probable choque de planetas que podría darse en un
período no demasiado largo, augura para los jubilados de mañana un futuro tan
poco venturoso como el que padecen los actuales, algo más de 70% de ellos
ubicados hoy en un haber mínimo que está nítidamente por debajo de la línea de
pobreza.
Este nuevo "viaje ahora y pague después" de la política
económica argentina, resuelto a impulso del Ejecutivo con más chicanas que
debate, ha dejado la sensación de que el Congreso legisla sólo para el corto
plazo y, además, el convencimiento de que será finalmente la Justicia la que
dirimirá la cuestión.
La aprobación del nuevo Sistema Integrado Previsional
Argentino muestra, lógicamente, ganadores y perdedores y, entre los
primeros, el traspaso compulsivo ha resultado una especie de hito ideológico
para aquellos que defienden, desde las convicciones, que la previsión social
debe ser atendida por el Estado.
Por otro lado, su instauración le genera al Gobierno un
importante alivio para encarar el año 2009 con cierta holgura fiscal y con
fondos frescos para que sean redireccionados en planes dinamizadores de obras
públicas de rápida ejecución (cloacas, pavimentos, pluviales, etc.), caballito
de batalla tradicional en un año eleccionario.
En otro plano, la confiscación le quita un peso de encima a
las propias AFJP, ya que salen del negocio sin hacer ruido y con el cobro de una
indemnización, en una actitud de pasividad que a muchos les suena casi como de
connivencia con el Gobierno, para sacarse de encima el problema y no tener que
lidiar con un futuro poco venturoso, sobre todo si el Estado seguía endosándoles
bonos que se han caído a un tercio de su valor en pocos meses.
Por el lado de la obediencia debida que mostraron diputados y
senadores oficialistas, quedó en claro que una vez más se tiró por la borda el
federalismo fiscal, ya que muy pocos han defendido con razonabilidad la
necesidad de fondos adicionales que tienen las provincias, muchos de ellos
menguados cuando se armó el sistema privado. La cuestión suena a patética, ya
que en estos días se nota claramente cómo los gobernadores tienen que apelar a
anuncios de impuestazos varios, destinados a cubrir los baches de dinero que les
retacea la Nación.
En cuanto a los aportantes de las AFJP, quienes respaldados
por la Ley acumularon un patrimonio durante 14 años y quienes, además, optaron
libremente por no pasarse al Estado, debido a su triste record de estafas
sucesivas a jubilados de tres generaciones, han tenido en general un
comportamiento bastante contemplativo, a la hora de hacer escuchar su voz de
queja.
Si hay un elemento que ha llamado la atención de los
observadores es cómo esta causa, pese a la fuerza de algunos argumentos, no
prendió para nada en el grueso de la sociedad, quizás porque la situación no
representa dinero hoy (corralito) o porque no hubo por detrás una organización
dedicada a coordinar acciones de repudio a la medida (Mesa de Enlace).
En este aspecto, el Gobierno manejó el discurso y los tiempos
con picardía y se quedó con una victoria que hoy le arrima una Caja
importantísima, pero que en unos pocos años puede convertirse en seguro foco de
graves problemas para alguno de sus sucesores. "A lo Pirro", como enseña la
historia, cuando el daño del vencedor es más grande que el del vencido.
Hugo Grimaldi