Intensa en anuncios y decisiones oficiales
inesperadas, la semana en el sector agroempresario mostró una sólida
ratificación en los reclamos del campo, aunque en este caso pareció encenderse
una luz al final del túnel incierto que, desde marzo de este año, transita la
producción rural en el país.
La creación de un nuevo ministerio no era precisamente lo
que el sector esperaba, desde donde se viene pidiendo desde hace décadas que se
eleve a ese rango a la siempre vapuleada Secretaría de Agricultura, pero la
puesta en marcha de la cartera de Producción supo a soplo de aire fresco
para el gremialismo del campo.
De movida, la Comisión de Enlace fue invitada al acto de
asunción de la flamante ministra del área, Débora Giorgi, quien pocas horas
después de asumir su cargo puso en movimiento a los secretarios que acaba de
heredar, entre los que se encuentra Carlos Cheppi, el hombre que desde
Agricultura y hasta ahora no pudo sostener un diálogo fluído con el campo.
Tampoco tuvo margen de maniobra, dirían después sus interlocutores. Aunque por
ahora sólo se trate de señales que parecen indicar un rumbo, la dirigencia
ruralista respiró con cierto alivio en las últimas horas. No era lo que pedían,
pero los reconforta saber que alguien esté dispuesto a escucharlos para comenzar
a diseñar políticas que permitan revertir la crisis que vienen soportando desde
hace años, profundizada desde el 11 de marzo.
Han transcurrido apenas unas horas como para decir que se ya
soplan nuevos y buenos vientos para el sector agroempresario en su conjunto,
pero tampoco se puede ignorar que, tal como se están barajando las cartas hasta
ahora, las producciones más rentables del país y sus protagonistas se aprestan a
salir del anonimato.
De cuajar en realidad esas proyecciones, de desconocidos e
ignorados, los productores pasarían a ser "considerados", en principio, para ser
rescatados del naufragio, después y, desde el arranque de esta gestión, ya
recibieron rumores, con bastante asidero, acerca de la menor injerencia que
tendrán en las decisiones tanto Guillermo Moreno como Ricardo Echegaray, dos de
los funcionarios más cuestionados por el campo.
Ambos supieron ganarse la antipatía sectorial al provocar
daños irreversibles en muy poco tiempo, aunque pareciera que comienza otra etapa
para el agro. O es por lo menos lo que esperan sus protagonistas.
Esas versiones fueron música para los oídos de los
gremialistas del campo, que dicen estar peor que antes del 11 de marzo pero que
también otorgan un voto de confianza a la gestión de Débora Giorgi.
Es amplio el abanico de temas a resolver, pero habrá que ir
priorizando reclamos; será necesario no atosigar a la nueva ministra y esperar
que se reacomoden algunas piezas en el tablero antes de mostrar todas las
cartas, broncas incluidas y pedidos puntuales desde sectores que están tocando
fondo, como la lechería o la actividad de cría vacuna.
Si los pronósticos comienzan a cuajar en realidades desde la
semana próxima, para cuando se espera retomar el diálogo entre las partes, será
más digerible hasta el derrumbe fenomenal que tendrá la cosecha granaria de este
año, cuyas expectativas sobre el volumen final son muy malas. En el caso del
trigo, en particular, se trillará el tonelaje más bajo de los últimos 20 años y
comprometerá severamente el escenario para el principal cereal de exportación
del país.
Aún con esos guarismos negativos, la gente del campo se
prepara para finalizar con mejores expectativas un año que arrancó con el pie
izquierdo y dispuesta a transformar la crisis que soportaron —y soportan—, en
una nueva oportunidad para despegar y proyectarse.
Gladys de la Nova