Los periódicos y el lenguaje de un pueblo son la expresión misma de su
cultura, un reflejo real. Chile siempre ha sorprendido al mundo por lo mal
que habla su idioma, lo restringido del verbo diario y por sus grandes
poetas. Una contradicción única en el planeta.
El poeta Humberto Díaz Casanueva, Premio Nacional de
Literatura, un ilustre desconocido en el Chile actual (factural), llamó la
atención sobre este hecho que menciono: lo mal del habla, y lo
extraordinario de la poesía. Díaz Casanueva, fue nuestro representante por
años ante la ONU en Nueva York y un extraordinario intelectual y poeta, con
una vasta formación filosófica. Un lujo para cualquier gobierno. (Vigilia
por dentro; El blasfemo coronado; Réquiem; La estatua de sal; El sol
ciego)
El idioma en Chile parece encerrado
por la cordillera y el mar, contaminado por el smog y unos periódicos
sensacionalistas, atrincherados en el mercado, la farándula, las
inconfesable levedad de la tontería y banalidad. Un idioma ni para
carretoneros o veguinos, una palabra seca como el hilillo turbio del Mapocho
recorre el alma nacional. Hace casi seis años, una encuesta de la
Universidad de Chile, sentenció a muerte el modelo liberal a ultranaza,
cuando dijo que entre un 50% y un 57% de los chilenos mayores de 15 años y
menores de 65 no entiende lo que lee, son analfabetos funcionales.
Cifras lapidarias, para el mármol de la vergüenza, el
país de los Tratados Comerciales, de los doctorcitos de Harvard, de los
mall, la tierra del lobo feroz convertida en pastel de manzana para cinco o
seis enanitos golosos, insaciables, llenos de la manteca del puerco de
Chile.
No sólo leen mal, no entienden lo que leen, sino escucha
y mal interpretan, apunta un diario, en el país de los ciegos y la sordera.
Pero para qué leer o entender si la memoria ha borrado todo, y el país
vive sepultado bajo la nieve del silencio, y el futuro esplendor es ignorar
la ignorancia.
Habría que pavimentar
la gran carretera del libro y su lectura, de la cultura,
de la educación, del nuevo Chileno democrático, sustentable,
coherente en el desarrollo compartido, futurista en el futuro de todos.
No es suficiente exportar mercancías, que Isabel Allende
sea la mujer más leída del idioma castellano, después de Gabriel García
Márquez, que Pablo Neruda se celebre en más de 50 capitales del mundo en
su centenario, que Nicanor Parra postule al Nobel de Literatura, que Gonzalo
Rojas obtenga todos los premios
más importantes de poesía en idioma castellano de la tierra, que Oscar
Hahn sea premiado en Nueva York y que Lan Chile brinde la mejor comida de
las aerolíneas latinoamericanas en su jet.
Algo debe hacerse con urgencia a favor de la gente común
y corriente para que supere la burda imagen de la pantalla chica, del pasquín
idolatrado, de la pornografía verbal de
los medios.
Eliminar
la mitad del IVA a los libros,
hacer ediciones populares, incentivar la lectura, abaratar los costes de la
educación, asaltar con cultura la TV y terminar con la pedagogía del
idiota. Premiar a los lectores, volver a la enseñanza más individual,
humanística, solidaria, a compartir el futuro de Chile. Ser competitivo
puede tener un límite y desplomarse en el silencio más absoluto por no
creer, pensar en la gente.
Los mejores periódicos de América latina,
indudablemente están en Argentina y Colombia, Brasil seguramente, un país
aislado para nuestra cultura y tan próximo. No tenemos ni siquiera fuertes
intercambios con ese gigante. Debiéramos ser bilingües, hablar también
portugués, porque los brasileños son 170 millones, y América latina y el
Caribe no llegan a los 500 millones.
En el 2005, Chile es el país invitado a la Feria del
Libro de Panamá. Una gran esperanza ha desatado esa visita cultural
chilena. Panamá no es un país de lectores, sin duda. Con el coste tan
elevado de los libros, se ven muy pocos libros chilenos en el mercado, sólo
la Allende y de vez en cuando, Antonio Skármeta, de paso Bolaño y siempre
Pablo Neruda, el longseller. La Feria, una oportunidad para repensar el
libro, sus precios, importancia, dignidad. No es lo mismo vender mil libros
que un millón. La apuesta del
libro es su masificación.
Miguel
de Cervantes, hace 400 años, sin el horripilante marketing, vendió seis
ediciones del Quijote de la Mancha en un año, no sólo en España. Cuatro
siglos después, se volvió a traducir al inglés en Estados Unidos, con un
extraordinario nivel de venta. El libro vende, al gente lo busca, es una
prolongación del espíritu, abre mundo, recrea otras vidas, lugares, pone a
vivir la imaginación.
El
libro debe volver a su majestad, en la intimidad del lector.
Rolando Gabrielli