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Los enemigos de Kirchner son sus más útiles amigos

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Puro interés
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La crítica de la derecha paleolítica neoliberal es un regalo de los dioses para el presidente Kirchner. En vez de atacarlo, lo fortalece. La tesis no es mía , la expresó de una manera más elegante Jorge Asís en un programa de Malu Kircuchi  al que asistió como invitado estrella. Para verlo a Asis, que siempre me divierte, tuve que soportar a Malu sintiendo que sus derechos ciudadanos se ven vulnerados por el ADN obligatorio en caso de chicos hijos de desaparecidos. No me voy a referir al tema del debate, si no a cómo lo encaró. Uno podía llegar a pensar que la señora tomaba el té todas las tardes con Massera mientras gente era torturada en el ESMA. No creo siquiera que haya sido el caso, pero esa es la impresión que se llevaría todo votante de clase media influido por la ola del progresismo kirchnerista. Un economista también mezozoico no se le ocurrió más que traer un estudio de la Fundación Heritage diciendo que Argentina estaba en el peor de los mundos. Presentó a la Fundación Heritage como una de las fundaciones más serias y ecuánimes de Estados Unidos cuando si el oyente progresista es culto sabe que la fundación Heritage es uno de los más famosos think tanks de la neoconservadora derecha reaganiana resurgida en la administración Bush. Nuestro oyente progresista, yo misma, después de escuchar dicho programa termina aunque sea mentalmente adhiriendo a Kirchner como la esencia del progresimo defensor de los derechos humanos y de la dignidad nacional.

 

Julio Bárbaro, director del Comfer, nada tonto en esas lides comunicacionales me confesó como muestra de amplitud política que le había conseguido publicidad oficial a dicho programa. Yo si fuera Kirchner le cedo directamente canal 7 y hasta soy capaz de financiarlo con potus incluido en un canal de aire. Con programas como ese se mantiene el contrato racional o razonable que el discurso kirchnerista establece  con la opinión pública. Ellos son los enemigos, ergo, nosotros, somos los buenos, los democráticos, los defensores del captitalismo nacional, las virtudes éticas y los derechos humanos.

Otro ejemplo. En mi programa radial, entrevisté a Julio Ramos, director de Ambito Finaciero, que se despachó a gusto sobre el peligro ideológico que entraña la izquierda kirchnerista, el clásico discurso de las Brujas de Salem. Pero , cuando con toda intención , le pregunto si hay denuncias de actos de corrupción en este gobierno, me dice muy serio al aire que no sólo no hay, sino que no hay siquiera rumores. Certifica que el empresariado le habla de la virginidad etica de las relaciones comerciales de este gobierno. “Qué suerte. Qué buena noticia”, le digo yo al aire. No creo que haya percibido mi ironía. El posicionado como el enemigo supuestamente más fuerte del gobierno en los medios de comunicación certifica la definición de Kirchner de que en el país se está “gestando una manera nueva de hacer política”. La corrupción es el pasado, la década infame que nos ocurrió a los argentinos como si nadie hubiera votado a Menem. Ahora, los mismos hombres de aquella época han cruzado las aguas del Jordán, como decía el general Perón, y todos se han purificados. Somos todos tan santos e impolútos como Gustavo Béliz. Yo si soy Kirchner le doy a Ramos más publicidad oficial que a Clarín.

En realidad, la única crítica que le duele en serio al gobierno es la de Elisa Carrió que tiene un discurso parecido de centroizquierda, pero que denuncia hechos concretos que por lo menos ponen en duda la castidad inicial de este gobierno de hombres probos y éticos. Hay que tratarla de loca, gorda o resentida porque ella habla del caso Espinosa, de las pesqueras, de Repsol, de los amigos de Aldo Ducler. Las críticas de Carrió no son entendidas completamente por la opinión pública, pero por lo menos siembran duda en este concierto de uniformidades, en este Truman Show que estamos viviendo.

Contrariamente, a los que hablan de la volatilidad de la opinión pública, yo pienso que Kirchner si las condiciones económicas se mantienen razonablemente iguales a las de ahora y si no tiene que claudicar muy abiertamente a las exigencias del FONDO, tiene posibilidad de estar alto en las encuestas bastante tiempo.

El concepto de “opinión pública” no es unívoco y remite a diferentes interpretaciones históricas y aún contemporáneas. La noción de opinión pública fue, según Habermas[i],acuñada en la segunda mitad del siglo XVIII a partir de la francesa “opinion publique”.

El hecho que el concepto de opinión pública emerja de la Revolución Francesa , según Sartori, indica también que la asociación primaria del concepto es una asociación política. Es decir, se trata de un público de ciudadanos  interesado por la cosa pública. En síntesis, el público no sólo es el sujeto sino el objeto de la expresión. Una opinión se denomina pública no sólo porque es del público sino porque afecta a materias que son de naturaleza pública : el interés general, el bien común.

Se argumenta que la “opinión pública”, siguiendo la línea de pensamiento de Sartori,  con otro nombre existió desde siempre. Por ejemplo, la vox populi del Imperio Romano, el concensus de la doctrina medieval y la “publica fama de Maquiavelo.

Pero la “voz pública” o “fama” de Maquiavelo es simplente fama, fama popularis o incluso los rumores de los romanos. Sólo alude a una reputación que corre de boca en boca .  Pero cuando decimos “opinión”, no decimos, ni voz , ni espíritu o voluntad. Estos conceptos aluden a expresiones, deseos o necesidades inmediatas. Cuando Montesquieu trata del espíritu de las leyes alude a un sentido profundo, a un ánimo, mientras que el espíritu del pueblo de los románticos es una esencia metafísica, aunque historiada. La voluntad general de Rousseau aunque es una voluntad racionalizada intelectualizada no deja de ser una entidad metáfisica e indescifrable.

Finalmente, opinión es “ doxa” - para referirse a la clasica distinción platónica- episteme, no es saber o ciencia. La máxima objeción contra la democracia, es de hecho, que el pueblo “no sabe”. Platón arguía que la tarea de gobernar debía concernir a los depositarios de la episteme, es decir a los filósofos. El hecho que la democracia representativa no se caracteriza como “gobierno del saber” sino por el contrario como gobierno de la opinión, lo que equivale a decir que a la democracia le basta la doxa, que el público tenga opiniones . La opinión pública tiene como rasgo característico datos sobre cómo se gestiona la cosa pública por eso se convierte en parte constituyente de la teoría de la democracia.

Pero es sin duda en Locke que se prefigura la opinión pública como fuente no sólo de legitimidad , sino también de conducción de un gobierno recto.

Sin embargo, en sus orígenes se trata de una opinión pública que se circunscribe a un público másculino y propietario, un público ávido de protagonismo político que nace con la difusión de la imprenta y que tiene su cuna en los cafés, los clubes y los salones de la burguesía. Es decir, una limitada opinión pública que se considera racional, colectiva  y fruto de un debate también público que se expresa en la prensa escrita.

Con posterioridad, haciendo un salto en el tiempo, con el auge de las masas y el sufragio popular los espíritus ilustrados empiezan a temer a la opinión pública. La ven afectiva, irracional, asesina del pensamiento individual, la originalidad , proclive a la violencia, voluble y sobre todo manipulable. Se vuelve a la vieja concepción Shakespeareana basada en los romanos. Es la voz de la multitud enardecida de celo repúblicano que viva a los asesinos del Cesar, a Casio y a Bruto. Pero, posteriormente, persuadida por la retórica demagógica de Marco Antonio, cambia en el mismo día de opinión y  reivindica al padre-rey muerto , persiguiendo no menos encarnecidamente a los asesinos republicanos de César.

Pero, cuando hablamos hoy en día de opinión pública hablamos , a pesar de las razonables objeciones de Bourdieu, de la opinión pública tal como es expresada por las encuestas, es decir, la suma de opiniones particulares.

Con respecto a esa moderna “opinión pública” también hay diferentes modos de concebirla, según la ha resumido Gerardo Adrogué[ii].

El llamado “consenso pesimista” sobre la opinión pública se extendió desde mediados de la década del 30 hasta la intensificación de la guerra en Vietman y se fundó en tres argumentos principales:

a) la opinión pública es volatil, inestable e impredecible

b) carece de coherencia lógica y racionalidad

c) tiene escaso o nulo impacto sobre el proceso político de toma de decisiones.

Quien mejor expreso este consenso negativo fue Walter Lippman, precursor  en estudios de esa especialidad. El máximo exponente empírico de dicha corriente en la década del 60,fue  Philip Converse. Para él, las encuestas solo recogían “door steps opinions” . Ante la pregunta la gente contesta cualquier cosa con tal de dar una respuesta, ergo lo que recogen las encuestas es material de escaso valor. El corolario del consenso pesimista es el siguiente : la opinión pública tiene escaso o nulo impacto sobre los gobernantes quienes no le prestan atención al momento de tomar decisiones, bien porque hacerlo en definitiva es de escasa utilidad, bien porque puede ser insensato y hasta peligroso.

Pero en la década del 60 la guerra de Vietnam cambio el concepto tradicional sobre la opinión pública. Hasta Lippman llegó a calificar al público como más iluminado que el gobierno a medida que aquel se oponía crecientemente al esfuerzo bélico en el sudeste asiático.

El consenso optimista basado en investigaciones empíricas encontró su máxima expresión en la clásica obra “El público racional” de Page y Shapiro,1992. Este grueso  volumen  , después de analizar medio siglo de encuestas de opinión en Estados Unidos llegó a afirmar la estabilidad , la racionalidad y la predictibilidad de la opinión pública en una democracia también estable. La estabilidad es la norma y sólo ocurren cambios no graduales, sino abruptos sólo cuando median circunstancias especiales. La racionalidad es una de las propiedades distintivas de la opinión pública. Los grandes cambios en las orientaciones de la opinión pública se deben a situaciones de crisis o excepcionales y a la disponibilidad de información existente. Por ejemplo, que Richard Nixon haya bajado de la cima de la popularidad a su punto más bajo después de Watergate es totalmente racional y comprensible.

Heriberto Muraro[iii], en la Argentina, prefiere el término “razonable” a “racional”. Para él, la opinión es para quien es encuestado una estrategia para influir en los poderosos, en los gobernantes, ergo se guía por una razonabilidad fundada más en el sentido común que en la racionalidad. Pone un ejemplo muy interesante de una aparente incongruencia en la que en una encuesta realizada en 1983 sobre  votantes totalmente opuestos al peronismo  que estaban de acuerdo con el retorno de Isabel Perón a la Argentina. Interrogados nuevamente, explicaron su posición. Justamente, estaban de acuerdo con que viniera Isabel Perón dado que su mala imagen reduciría las chances de que ganara el peronismo. Este sería un caso de opinión razonable, aunque sin aparente racionalidad ni coherencia lógica.

Por supuesto, según Sartori, que sólo se puede hablar de este tipo de opinión pública en un sistema democrático. Este analista distingue entre opinión autónoma formada por el público sobre cuestiones públicas y opinión pública heterónoma creada o impuesta por una propaganda totalitaria, por el monopolio de los medios de comunicación de masas o aun en los sistemas democráticos por excesiva preeminencia del videopoder , es decir, la política transformada en espectáculo mediático.

En el presente artículo, analizaré  en particularidad cómo elementos de las distintas concepciones acerca de la opinión pública están insertas en el discurso de Nestor Kirchner. Adelantando , por ahora, que existe una diferencia muy notable en cómo encontramos definida la noción de opinión pública en el discurso de Nestor Kirchner y en la mayoría de los analistas políticos y periodistas, profundizándose la diferencia entre los que desde el principio se manifestaron como opositores a la gestión gubernamental.

Desde su discurso inaugural, el presidente trata a la opinión pública como racional, conciente y decisoria de los actos de gobierno. Aclara que no pide cheques en blanco que asume por otra parte que nadie dará , sino que la opinión pública juzgará al gobierno por sus actos y que la aceptación vendrá de ese pacto racional que él asume.

En contraposición, la mayoría de los analistas políticos argentinos parecieran remitirse a la visión de Lippman o Converse. En innumerables, notas y artículos periodísticos, analistas de diversa ideología si bien aceptan el inmenso apoyo que tiene la gestión de Nestor Kirchner, agregan , enseguida, que es peligroso basarse en la opinión pública ya que ella es veleidosa y volátil. Inclusive, algunos llegan a negarle legitimidad a la opinión pública como decisoria de actos de gobierno, aduciendo que el gobernante debe atender al interés general más allá del resultado de las encuestas. En general, se refieren a que el gobierno no toma las medidas necesarias del punto de vista económico por “demagogia” frente a la opinión pública.

¿Qué es lo que se quiere decir cuando se expresa que el de Kirchner es un gobierno apoyado fundamentalmente en la opinión pública?

En realidad, contrariamente a lo que se cree Kirchner no es un mero seguidor de encuestas. Más que interpretarlas fielmente, es fundamentalmente un constructor de opinión pública, un constructor de nuevos escenarios que fueron asumidos , posteriormente, como propios por la opinión pública. Como bien lo señala Beatriz Sarlo, los derechos humanos no estaban en la agenda prioritaria ni de los medios ni de la mayor parte de la población. Sin embargo, englobados dentro de una lucha por la justicia y contra la corrupción son una reivindicación masivamente aprobada por la opinión pública. Para Sarlo esto muestra que un gobernante puede cambiar la opinión pública , “resensibilizarla” frente a temas que hasta ese momento no eran considerados como primordiales.

El concepto de opinión pública , tal cual está expresada en el discurso presidencial, remite , en ocasiones, no tanto a la moderna idea de las encuestas, es decir, suma de opiniones individuales, sino a la visión de la Ilustración y de la Revolución Francesa, es decir a la que tuvieron tambien nuestros patriotas como Moreno y Castelli. Cuando Kirchner invoca la decisión racional y conciente de la ciudadanía parece descontar que existe una mayoría de argentinos que aprueba su proyecto ideológico de un capitalismo nacional keynesiano en contra del modelo neoliberal impulsado en la década del 90. Como si su llegada a la primera magistratura hubiera sido una racional elección ideológica de una plataforma conocida por todos. Cuando critica a la antigua dirigencia , a la vieja manera de hacer política, parece obviar que ésta también posibilitó su ascenso a través del apoyo que Duhalde dio a su candidatura.

El discurso de Kirchner es un relato histórico de apariencia racional y razonable henchido de prosa jacobina. Argentina era un país idílico con movilidad social ascendente hasta que una dictadura militar diezmo a una generación maravillosa llena de ideales. Ahí nace el neoliberalismo, el malo de la película que después en democracia se encarna en otra década infame: el menemismo.

Es un discurso claro, simple y con la contundencia de los slogans. No hay folklore peronista, existe una ciudadanía conciente que sólo ha elegido “un hombre común con grandes responsabilidades”. Adios al líder y las masas sudorosas. La clase media progresista respira aliviada. Obviamente, que los malos de la película son los que selectivamente pertenecieron a la década infame. Aunque muchas veces, los malos se convierten milagrosamente en buenos. Por ejemplo, Jorge Brito , el banquero encarnación de la maldad menemista ahora es un tierno corderito del poder. ¡Qué decir de Francisco de Narváez, financista de la campaña de Menem convertido en el primer arrepentido que ahora descubre que los empresarios bailaban en la orquesta del Titanic y no tenían sensibilidad social!. Mirén que maravilla, el señor que vivía de rentas hoy quiere comprar una cadena de supermercados e integrarse nuevamente al proceso productivo. El kirchnerismo obra milagros en sus enemigos, hay más conversos que San Pablo y María Magdalena juntos. Luis Pagani, creador del fenómeno Cavallo, ahora también cree en el capitalismo nacional que de pronto se ha vuelto nacional y no trasnacional por obra y gracia del espíritu santo. Existe un enemigo: el FMI, la década infame, pero Kirchner se cuida bastante en los discursos de mencionar a Cavallo y habla de los organismos internacionales, pero le toca la rodilla a Bush que en sus discursos de campaña tenía las manos manchadas  con sangre por la guerra de Irak.

Cuando Kirchner no tiene un enemigo , lo inventa. Esto da fuerza a su propia tropa que es una opinión pública más razonable que lo que los comentaristas creen. Esa opinión pública ha visto un mejoramiento leve , pero real de la economía. Cree a pie juntillas que el malo de la película fue Menem y la década infame (razón no le falta). Los buenos, que estaban escondidos en el sur resistiendo los embates del menemismo vienen ahora con toda la fuerza del viento patagónico. A toda hora, en todo momento, están luchando contra las fuerzas del mal. ¿Quién va a cuestionar la corrupción empresarial, la policía bonaerense, la justicia menemista  o la avidez imperialista?. Los piqueteros, divididos en buenos y malos, son la única oposición por izquierda molesta en la calle, pero también funcional hasta cierto punto. El gobierno queda como un mediador que no quiere mancharse las manos con sangre de muertos por la represión. La clase media está harta de los piqueteros, pero si hay un muerto o un herido leve reaccionará , con justa razón, contra la brutalidad policial. Mientras, el gobierno la pilotea como puede. El otro problema, la inseguridad, eficiente en solucionarla no se puede decir que lo sea, pero tampoco se puede achacarle la corrupción y la ineficiencia policial. Hombres probos como Beliz y Quantin luchan contra un medio adverso y corrupto.

El relato kirchnerista es simple, pero de apariencia racional o razonable, fácil de entender y digerir. No provoca perturbaciones en la clase media, que total lo va a apoyar mientras la situación económica  no empeore. Y si la situación económica empeora no se va a aceptar ni discurso kirchnerista ni ningún otro disponible en boga. La fragilidad del logos presidencial está en su propio emisor. Si la gente empieza a desconfiar de la ética y la transparencia de la gestión, si llega a sospechar que “esta nueva forma de hacer política” que supera “a la política hecha a espaldas del pueblos” es también una nueva ficción, Truman empieza a ver que su isla no es tan paradisíaca, que sus amigos de la infancia y su padre son consumados actores. Pero mientras tanto hay una tormenta, la del enemigo exterior, los malos del FONDO, aliados a los malos de aquí (a esta altura Macri o Fortabat porque hay muchos malos que se han convertido en buenos), entonces, los Truman argentinos sienten que tienen que defender su islita kirchnerista. Los enemigos hablan de malvinización de la deuda evocando a Galtieri, puede que hasta tengan razón, pero eso lo sigue haciendo inmensamente popular al gobierno excepto que tenga que hacer muy ostentosamente lo que hizo Galtieri: rendirse sin honores. Pero mientras podamos jugar a la película con suspenso de cada default anunciado y la mala ahora sea Anne Kruger, el gobierno tiene aire. Ahora, si la gente empieza a creer en las denuncias de Carrió, si hay (todavía no lo sé) un festival de corrupción en vez de un dechado de virtudes otra sería la reacción de la población. La opinión pública cambia también cuando accede a nueva información, aunque al principio las denuncias no se puedan oír frente al coro de alabanzas. Pero mientras la oposición sea Malu Kirkuchi, Julio Bárbaro le puede dar con tranquilidad toda la publicidad oficial del mundo. Pero dudo que den publicidad oficial a quienes hagan denuncias concretas e incomodas. No está en los planes de Kirchner suicidarse.

 

Viviana Gorbato 


[i] J. Habermas, Historia y crítica de la opinión pública, Ediciones G Giññ. S.A de C.V, Barcelona

[ii] Gerardo Adrogué, “El debate sobre las propiedades de la opinión pública en Estados Unidos” en Sociedad, publicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires,

[iii] Heriberto Muraro, Periodistas, políticos y ciudadanos

 

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