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El corto beso del adiós

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EL FMI Y EL FIN DEL PROGRESISMO K
EL FMI Y EL FIN DEL PROGRESISMO K

 Y al final, se puso la gansa. Sólo le bastó a Anita la verdugo Krueger 30 minutos de diálogo telefónico con el Dr.K para que la Argentina pagara 3072 millones de dólares al FMI para evitar un inminente default. Atrás quedaron las promesas electorales, los discursos populistas encendidos ante multitudes frenéticas que clamaban “ni un mango al Fondo”, los abrazos a Fidel Castro y a Hugo Chávez y la ilusión de una caterva de trasnochados setentistas del advenimiento de un neocamporismo.

 

 Es que, súbitamente, la burbuja estalló y como decía Marechal, la realidad no se hace cargo de la pérdida de las ilusiones de nadie. Este patetismo lo refleja también el sitio colega Urgente 24: “El discurso da un vuelco y los fragmentos seleccionados a continuación lo confirman:

 Acto en San Nicolás para firmar convenios de obras públicas: "Si se paga más, será como en la década del `90 que se pagaba sobre el hambre del pueblo y será un nuevo genocidio que no podemos permitir".

 Cierre de Campaña: Acto en La Matanza: “El 27 de abril el pueblo tiene que optar por dos modelos diferentes: el modelo de la concentración económica, de los sectores financieros, que trajo el hambre y la falta de trabajo a nuestro pueblo, que trajo la desesperación y la angustia, que volteó la esperanza y los suelos, que arrasó con la clase trabajadora argentina y prácticamente quebró a la clase media.”

Mil veces: “No pagaremos la deuda a costa del hambre y de la exclusión de los argentinos". "No se puede volver a pagar la deuda a costa del hambre y de la exclusión de los argentinos".

 En el acto de asunción, el presidente Kirchner llamó a los argentinos a "inventar el futuro", dando prioridad a la lucha contra la pobreza que, según las últimas encuestas, afecta a más del 57% de la población.

 Sin embargo en el día del vencimiento del pago, Kirchner le pagó con el dinero de los argentinos al FMI, institución cuyo lema es “Nuestro sueño es un mundo sin pobreza”.

 Pero esto no es todo. Ahora se viene lo mejor, que seguramente sellará el final de la alianza progre entre el kirchnerismo y la veleidosa opinión pública que tanto se ufana la corporación mediática nacional de haberla parido. Pues cuando le toque el turno a las voraces empresas privatizadas renegociar sus contratos, con el consiguiente aumento de tarifas, de cajón que las cacerolas oxidadas repiquetearán nuevamente en el festival del disenso. Como dice el paisano, no aprenden más.

 

Ojos bien cerrados

 

 Disueltas de un plumazo las quimera electorales, el kirchnerismo se encolumnó en las filas del pragmatismo propio de décadas pasadas al privilegiar los compromisos financieros externos frente al creciente reclamo social. En un mediodía hizo prevalecer la realpolitik sobre las cacareadas causas nacionales que súbitamente se volvieron enseñas deshilachadas. De esta forma, quedan postergadas las acuciantes demandas de una población con un índice aterrador de pobreza y desempleo. Paradójicamente, la administración que había enarbolado como bandera de lucha la abominación del menemismo entreguista del patrimonio nacional, resolvió hacer lo mismo cuando las papas quemaban.

 Como un moderno Cambalache, este atropello a la razón nacional se suma a la larga lista de gobiernos pseudo democráticos que archivaron en el cajón de los trastos la investigación sobre los verdaderos orígenes de la espuria deuda externa. Pues luego del salvataje de Cavallo en 1982, se sabe con certeza que gran parte de la misma fue contraída por los empresarios antinacionales de siempre. Los mismos que, a lo largo de décadas, condicionaron rotundamente el desarrollo nacional para llenarse sus bolsillos y derivar sus ingentes ganancias a paraísos fiscales a costa de la miseria de sus hermanos.

 El gobierno nacional se tapó los ojos con la venda neoliberal, arrojó al basurero de la historia aquellas premisas que hasta ahora lo mantenían en el top ten de las preferencias populares. Bienvenidos a la realidad, que no ofende porque siempre espanta.

 

 Fernando Paolella

 

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