Una nutrida variedad de situaciones y de sensaciones envuelve a los habitantes de la Argentina en los días previos a las fiestas de fin de año.
La realidad de este 2008 a punto de culminar es más complicada que la de los años anteriores, ya por los tradicionales problemas locales, ya por los efectos derivados de la crisis mundial de los últimos meses.
El Gobierno ha hecho una serie de anuncios anticrisis cuya efectividad, por supuesto, está por verse. La más reciente de las medidas, que venía perfilándose aunque algunos se hayan mostrado sorprendidos, fue la eliminación de la "tablita de Machinea", mediante la cual el Gobierno de la Alianza impuso una escala para el descuento del Impuesto a las Ganancias.
Ese esquema, ahora demonizado, se mantuvo durante las administraciones posteriores. Y el impuesto podó implacablemente los salarios durante todos esos ciclos, aunque posteriores modificaciones hicieron que el impacto fuera mayor en los ingresos más altos. Ahora, la pulverización de la "tablita" tendrá su beneficio más palpable justamente en ese estamento de asalariados y autónomos, que parte de 7.000 pesos y se extiende hacia arriba.
La medida no es gratuita, pues en lo inmediato se producirá una reducción importante del ingreso de fondos al fisco, pero las autoridades confían en compensarlo con entradas impositivas producidas por un mayor consumo, cuestión que también es una incógnita.
Quizás algunas de las explicaciones de esta resolución —al margen de lo plausible que debe ser cualquier medida que fomente el consumo y la inversión mediante el alivio del peso de los tributos sobre los bolsillos— haya que buscarlas directamente en el terreno político y en los acuerdos de la administración con vistas a las elecciones de 2009.
Es llamativo que uno de los más fervientes demandantes de la eliminación del esquema dispuesto por la Alianza fuera el dirigente camionero y titular de la CGT, Hugo Moyano.
Con el argumento del bien común generalizado, Moyano repitió el reclamo que hizo año tras año y a la vez obró, como en esas circunstancias anteriores, de virtual vocero oficial, anticipando lo que vendría. No hay que hacer mucha memoria para recordar que muchas de las cosas que el sindicalista presentaba como reclamo, al poco tiempo se tradujeron en anuncios gubernamentales.
Desde que los ingresos de los afiliados al gremio de Moyano se despegaron notablemente del resto, sacando importantes ventajas incluso con respecto a actividades tan sacrificadas y más calificadas que la de los camioneros, el titular de la CGT se encargó de pactar con el Gobierno modificaciones a Ganancias que dejaron a salvo los sueldos de sus representados.
Esas medidas, es justo decirlo, también favorecieron a otros rubros que en las sucesivas negociaciones fueron consiguiendo importantes aumentos de sueldo y que después eran alcanzados por el serrucho del tributo.
Así, la barca comandada por el Gobierno y Moyano sigue aumentando su velocidad con la proa hacia los comicios de 2009, con cargas adicionales como la decisión oficial de limitar los pases de afiliados entre obras sociales. No son pocos los entes sindicales de salud que vienen sufriendo desde hace rato la fuga de sus beneficiarios a otras obras sociales o a prepagas, aunque tengan que pagar una suma adicional para acceder a esos servicios.
Los gremialistas quieren evitar la continuidad de esa sangría y el Gobierno prometió satisfacer esa pretensión. No es muy difícil: Moyano renovó y reforzó sus lazos con la administración Kirchner, especialmente en el área sanitaria. Al punto que una de sus principales espadas quedó a cargo de la Superintendencia de Servicios de Salud.
Pero en la previa de las Fiestas hay otras cuestiones que suman preocupación y pesares a muchos hogares. Y esas noticias no queridas vienen de la mano del mayor fantasma para la gente: la desocupación.
Según cifras oficiales, la última medición —sobre el tercer trimestre del año— mostró un aumento del desempleo en varios de los principales centros urbanos del país con respecto al mismo período del año pasado.
No obstante, en definitiva son resultados que pueden considerarse previsibles, tanto por los crónicos problemas locales como por el temblor de la reciente debacle internacional.
En este marco, hay palabras, ideas, análisis, que como espadas de samurai, llegan hasta el hueso de los dramas contemporáneos: "Combatir la pobreza implica considerar atentamente el fenómeno complejo de la globalización (…); en las sociedades definidas como ‘pobres’ el crecimiento económico se ve frecuentemente entorpecido por impedimentos culturales que no permiten utilizar adecuadamente los recursos (…); casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Cuando la familia se debilita, los daños inevitablemente recaen sobre los niños (…); las enfermedades pandémicas, como por ejemplo la malaria, la tuberculosis y el sida, en la medida que afectan a los sectores productivos de la población, tienen gran influencia en el deterioro de las condiciones generales del país (…); para guiar la globalización se necesita una fuerte solidaridad global, tanto entre países ricos y países pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico. Es preciso un 'código ético común' (…); situar a los pobres en el primer puesto comporta que se les dé un espacio adecuado para una correcta lógica económica por parte de los agentes del mercado internacional, una correcta lógica política por parte de los responsables institucionales y una correcta lógica participativa capaz de valorizar la sociedad civil local e internacional. En particular, la sociedad civil asume un papel crucial en el proceso de desarrollo, ya que el desarrollo es esencialmente un fenómeno cultural y la cultura nace y se desarrolla en el ámbito de la sociedad civil".
Lo dice el Papa Benedicto XVI en su mensaje para la 42 Jornada Mundial de la Paz que se celebra el 1º de enero de 2009. Un mensaje que debería tener lugar preponderante en las variopintas canastas de Navidad, sobre todo en las de quienes deciden destinos de los demás.