Cuando dictábamos clases de comunicación aplicada a la Atención Farmacéutica, en una universidad
porteña, hace de esto algunos años, recuerdo que una vez un docente le preguntó
a un alumno en una mesa de examen en la que me desempeñaba como integrante del
tribunal examinador, qué estaba primero en la escala de valores de un
farmacéutico: ¿la ley o la ética?
La respuesta es obvia, pero varios
alumnos, todos ellos argentinos, habitantes de un país donde la palabra ética
es casi un término ausente de nuestro diccionario cotidiano y, muchas veces,
hasta causa gracia en quien nos escuche pronunciarla, dudaban: unos decían que
la ética —la mayoría—, pero otros muchos opinaban que la ley estaba por sobre
la ética.
También resulta innecesario aclarar que
el docente a cargo de la cátedra, a la sazón titular de la mesa examinadora, no
sólo les había enseñado esto, sino que lo había subrayado en sus clases. Por
eso, quizás creyera que los
había convencido de que la ética estaba por sobre la ley.
Pero, como decía un viejo presidente
argentino, la única verdad es la realidad y los chicos se equivocaban,
trastabillaban y, claro, no tenían, como dicen ellos, “ni idea” de lo que es la
ética. Y si se pertenece a la población de 40 años para abajo, salvo que uno
haya crecido dentro de una familia ética —muy poca gente , en verdad, en este país—, desconoce el término y mucho más su significado profundo.
La palabra ética proviene del griego
ethos, conducta, comportamiento y se refiere a las costumbres y a las acciones
que presiden la vida de los seres humanos.
La mayoría de nuestros lectores estarán
de acuerdo conmigo en que, cuando decimos de alguien que “es ético”, nos
referimos a que vive a través de determinados valores profundos, los más
elevados de la humanidad, y que sus comportamientos, como decían —y aún dicen—
los viejos manuales de filosofía y ética, tienden al bien común.
Que, como dice el maravilloso filósofo
español Fernando Savater, en una columna aparecida hace años en Buenos Aires en
Clarín, “la ética sirve para orientar la acción”.
Con esta cuestión de la ética, claro,
hay confusiones muy grandes en Argentina. Lo digo para quienes nos están leyendo
desde otras latitudes.
Los comportamientos de tanta gente se
han vuelto tan antiéticos, empezando por personas que son autoridades en todos
los estamentos de la Argentina —hasta empresarios, educadores y personas comunes
del pueblo—, que a veces, lo aseguro, la confusión asciende a niveles
desconocidos de tal modo que muchos de nosotros podemos llegar a pensar que pronto va a ser obligatorio ser corrupto, antiético o grosero.
Porque todo parece indicar que para la
mayoría de la sociedad argentina, los valores están demasiado dados vuelta, la
casita de la ética está patas para arriba. Desde hace muuuuuuuucho tiempo,
decenas de años. Y se está profundizando esta sensación.
La farmacia, los farmacéuticos, no
están exentos de esto.
Hace poco supimos por la prensa del
cierre de más de 30 farmacias en Buenos Aires por parte del Ministerio de Salud
de la Nación a causa de diversas transgresiones de las cuales son responsables
los directores técnicos farmacéuticos.
Muchas de ellas están referidas a la
comercialización ilegal de efedrina o de otras sustancias como el Aseptobrón
unicap, para preparar estupefacientes.
Asistimos a lo largo de este año —verdaderamente estupefactos quienes trabajamos en contacto con el mundo de la
farmacia—, a que la televisión nos muestre en vivo cómo se clausuraban farmacias
reconocidas de nuestra ciudad y se apresaba a sus directores técnicos
responsables.
Y que no vengan a decir muchos de ellos
que todo es responsabilidad del dueño de la farmacia y no de ellos porque saben
perfectamente que ellos son quienes deben estar por sobre el dueño no farmacéutico,
haciéndole cumplir las leyes y reglamentaciones emanadas de las autoridades
sanitarias.
Conspicuos profesionales farmacéuticos,
algunos de los cuales los hemos visto participar en audiciones de radio y
televisión, en congresos del sector, con enorme autosuficiencia y con una
autoridad digna de mejores causas, algunos de ellos, autoridades de
instituciones farmacéuticas muy representativas y que, ante semejantes
episodios que los involucran, con actitud antiética absoluta, siguen aferrados
a sus cargos y no sienten vergüenza. Pudor, en fin, al llamado de la ética para
dejar sus lugares porque han cometido acciones cercanas al delito.
Muchos de ellos, insisto, directores
técnicos de farmacias clausuradas en los últimos 40 días y procesados ante la
justicia por no cumplir con la Ley 17565 de Ejercicio Profesional de la
Farmacia.
Y también asistimos a una comunidad
farmacéutica pasiva, tanto de los profesionales como de líderes farmacéuticos
institucionales, que están muy preocupados por la marca del champán con el que
brindarán en los diversos choques de copas de estos días de fin de año, o por
dónde pasarán sus vacaciones más que en denunciar situaciones irregulares en los
comportamientos de colegas que no hacen bien a la profesión.
Pero…estamos en la Argentina, ¿vio?
ACAPROFARMA, la institución que presido
y que se dedica a actividades de capacitación y consultoría en el campo de la
farmacia también trabajará sobre este terreno de la ética, generando un espacio
de formación dirigencial plural que genere conciencia en los nuevos
profesionales y también en los que ya tienen trayectoria y quieren darse un
baño refrescante de ética y conducta democrática como para seguir conduciendo
con dignidad y jerarquía y formación académica renovada, sus instituciones y
establecimientos farmacéuticos.
Desde este lugar de esperanza, de
trabajo experiencial que es generar un espacio institucional nuevo en Argentina,
quiero saludar a nuestros lectores que nos siguen desde sus PC silenciosas pero
consecuentemente y desearles lo mejor para sus vidas y sus realizaciones
profesionales el año 2009.
Silvia Berajá
Especial para Tribuna de periodistas
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