La belicosidad de Néstor Kirchner le sacó
cierta ventaja, durante la última semana, a la recargada agenda informativa que
bombardeó a la opinión pública. Hubo de todo: por el lado del Ejecutivo,
anuncios de planes pomposamente llamado keynesianos para reactivar el consumo y
la obra pública; un viaje de la Presidenta a Brasil que generó más ceños
fruncidos que sonrisas, porque para el presidente Lula la Argentina ha pasado a
ser únicamente un dato; la polémica dentro del Gobierno por la presencia de
drogas sintéticas en la sociedad, con la intervención crítica del ministro de
seguridad bonaerense, Carlos Stornelli y la ofensiva contra los empresarios
del juego que se suponen cercanos a los Kirchner, como arietes del
financiamiento de la política, dardos que partieron de la oposición y de la
Iglesia.
Por su parte, pese al pedido en contrario del organismo
internacional de lucha contra el lavado de dinero (GAFI), del cual la Argentina
es miembro, el Congreso aprobó el blanqueo y también dio luz verde a la
moratoria impositiva, eliminó la tablita de Machinea y convirtió en Ley la
expropiación de Aerolíneas Argentinas, mientras que en el Poder Judicial, la
resolución de la Cámara de Casación Penal de terminar con la prisión preventiva
de una docena y media de represores, provocó un revuelo de alto voltaje
político, declaraciones cruzadas muy venenosas entre los tres poderes y el
aprovechamiento político del tema a nivel presidencial.
Y como si todo esto fuera poco, en el exterior se dio a
conocer la confesión de la arrepentida empresa alemana Siemens por coimas de
vieja data en la Argentina, mientras que en la Capital Federal se generaron dos
delicadas cuestiones de debate que giraron alrededor de Mauricio Macri, como su
cambio hacia un no rotundo en la decisión de convalidar más máquinas
tragamonedas en el distrito, asociado al gobierno nacional (Daniel Scioli lo
pasó para el año próximo en la provincia de Buenos Aires) y la injustificable
doble votación en la Legislatura porteña de dos diputados del PRO, polémicas que
se confundieron con los manguerazos de una directora adolescente que le dio de
comer a la televisión.
¿Por qué destacar al Presidente en las sombras al tope del
podio de una agenda tan abrumadora y nutrida, con tantos y tan importantes
temas? Porque más allá de sus discursos políticos, todos ellos hechos en la
provincia de Buenos Aires, en un virtual lanzamiento de campaña en el distrito
donde se peleará la madre de todas las batallas y con la excusa de buscar una
"convergencia" que sea superadora de los fallidos intentos de "transversalidad"
y "concertación", Néstor Kirchner cuando habla lo hace convencido de que es la
única persona que puede detener el proceso de descascaramiento que se viene
acentuando en los sostenes políticos del Gobierno, situación que se proyecta
fatalmente hacia las elecciones de 2009 y que se enlaza con la situación
económica de incertidumbre y de parate recesivo que ya se nota en los
mostradores.
Tras aquella primera boutade del "efecto jazz" y de la
mención en las Naciones Unidas de que el plan económico argentino era a prueba
de balas, los hechos están demostrando cuál es el grado de preocupación oficial
a la hora de conseguir fondos para el año próximo. De allí, la saturación de
anuncios, destinados a convencer a la sociedad de que la Administración se ocupa
de ponerle aceite a los engranajes. Como viene la mano, el próximo paso, podría
ser quizás tirar por la borda una de las mayores virtudes de estos últimos cinco
años, como fue el haber mantenido una caja rebosante basada en precios
internacionales de excepción, que se gastó sin tomar previsiones de fondos
anticíclicos, con la excusa que, para hacer cosas ahora, en tiempos de crisis y
a lo Keynes, hay que tolerar cierto déficit fiscal. El escenario se está
preparando al respecto. Hasta dónde alcanzará con todos estos esfuerzos
aislados para sostener el nivel de actividad y el empleo sin un verdadero plan
que incluya de modo realista la admisión de que se podrá solventar la crisis,
aún con recetas heterodoxas, pero no con algo tan sesgado y voluntarista que
genera desconfianza o, peor, incredulidad, es la gran duda que el Gobierno no
puede salvar, encerrado, como está, en los planes que fluyen casi de modo único
en la cabeza de Néstor Kirchner. Por ejemplo, como en otras tantas decisiones
tácticas, el ex presidente ha sido el artífice del discurso oficial sobre que la
actual crisis es de carácter importado y que lo que pasó durante 2008 en la
Argentina fue inocuo, polémica que se ha clarificado bastante después de haberse
conocido esta semana una encuesta hecha a decisores económicos por parte
de la Sociedad de Estudios Laborales (SEL).
Con números contundentes sobre el actual clima de negocios en
la Argentina, el trabajo detalla cómo los empresarios consultados creen que los
factores domésticos pesan más que la crisis global en la desaceleración de la
inversión y, entre ellos, nombran la reciente estatización del sistema
previsional, como uno de los efectos negativos que genera inseguridad jurídica y
que baja el horizonte de inversiones. "Quizás tanto como de las condiciones
macroeconómicas, el clima de inversión depende de la calidad institucional",
señaló el Informe que acompaña al relevamiento que, en las calificaciones que
más preocupan, señala que, de 1 a 10, la percepción de los encuestados sobre el
respeto a los derechos de propiedad, la independencia y correcta administración
de la Justicia, el cumplimiento de los compromisos del Estado, el
aprovechamiento de las oportunidades de comercio internacional y la solvencia
profesional y de gestión de la administración pública en la Argentina califican
todos por debajo de 4. Este tan magro puntaje parece saldar también la discusión
sobre si el fuerte deterioro de las expectativas tiene carácter político o
económico y puede explicar muy bien por qué este año han salido del país, según
cifras oficiales, 7.786 millones de dólares, una fuga preventiva de capitales
mayor que la de 2001.
Es muy extraño que un hombre aficionado a las encuestas
como es Néstor Kirchner no preste atención a las señales que dan este tipo de
trabajos, los que en Olivos se desdeñan y siempre son calificados, de modo
peyorativo, como cercanos a ideologías noventistas de ajuste permanente o, peor,
de ánimo "destituyente".
Lo que se resisten a leer los gurúes de la comunicación
oficial, quienes también siguen a pie juntillas las directivas del ex presidente
para mostrar que el Gobierno hace cosas, es que si la opinión pública hoy
descree, es porque anunciar no es gestionar. Si hay algo que Kirchner sabe de
memoria es que si hay alguna cosa que un político no puede ser es ser
predecible. Y que si lo es, aburre. Por eso no se entiende por qué se la pone a
Cristina Fernández a dar la cara a cada rato, para anunciar canastas navideñas
de 9 pesos o planes para comprar heladeras de menor consumo.
Este punto del involucramiento de la Presidenta en detalles
tan nimios tiene su contrapartida en cosas más de fondo que hacen a su
participación política dentro del Gobierno, en las que también ha sido
protagonista el ex presidente, quien con sus actitudes y sus modos, una vez más,
ha impactado, de lleno, en desmedro de la figura presidencial. "Pobre Cristina,
hace todo sola, porque Cobos es una máquina de impedir", dijo ahora Néstor,
quien hace unos días —casualmente o no tanto y en medio de otro viaje al
exterior— había señalado que él había sido quien le puso el vicepresidente a su
mujer. Otra frase atribuida al ex presidente, no pública aunque deslizada desde
Olivos, fue la forma en que Kirchner impulsó a la Presidenta a que dijera lo
suyo desde el palco de la ESMA cuando se conoció el jueves, en medio de la
celebración del Día de los Derechos Humanos, que dos jueces de Casación habían
considerado que, superados los tres años de máximo que prevé el Código, ya se
había terminado el tiempo de la prisión preventiva para Alfredo Astiz y otros
detenidos, por vulnerar los derechos humanos desde el poder del Estado.
En caliente, dos horas después de la decisión y, según la
oposición, aprovechando que el fallo le venía como de anillo al dedo para
victimizarse ante un auditorio proclive, la Presidenta calificó el parecer
judicial como "una vergüenza para los argentinos, para la humanidad y también
para nuestro Poder Judicial" y advirtió, desde la paranoia que suele acosar al
poder, que se trató de un mensaje "fácil de descifrar" en tan emblemático día.
No obstante, Cristina amplió a toda la Justicia los reclamos de rapidez y eso
desató una escalada de declaraciones cruzadas, ya que los jueces reclaman leyes
para aplicarlas y desde la Corte dicen que ni el Ejecutivo ni el Congreso las
activa, lo que permitió que la oposición se hiciera un festín.
Pero lo más preocupante es que los miembros del Consejo de la
Magistratura que responden al Gobierno salieron a pedirle juicio político a los
jueces, antes de comprobar si el mismo tenía elementos que no se sujetaban a
derecho, lo que implica que lo hicieron sólo porque el fallo no cuadraba con su
ideología. Tan obnubilados estaban que, en primera instancia, no repararon que
de los tres magistrados, uno había votado en contra de la vuelta a casa de los
prisioneros y que había que dejarlo afuera. Un día después, presionados en su
imparcialidad por los consejeros, el Ejecutivo y el fiscal, los jueces
suspendieron preventivamente la medida.
Lo que en el trasfondo marca este tema tan desgraciado va
en línea con la encuesta de SEL, en cuanto a la falta de credibilidad que genera
el manejo del Estado y a los reparos para invertir, ya en que un tema que no
es económico, sino eminentemente político, también se ha puesto en juego la
falta de institucionalidad, la misma que, como garantía del debido proceso, se
alega desde el garantismo que comparten la Justicia y muchos miembros del
Gobierno para todos los que padecen una prisión preventiva inusualmente larga.
Más allá de que el episodio, por otro lado, ha ratificado
también la poca calidad de gestión del kirchnerismo quien, quizás porque las
decisiones se concentran en una figura única o porque la mayor parte de los
ministros no trabajan como tales, siempre parece sorprenderse cuando los
acontecimientos le explotan en la cara.
Hugo Grimaldi
Si, probablemente lo sea