Los reclamos que durante años llevó
adelante la CGT de Hugo Moyano para que se dejara sin efecto la denominada
"Tablita de Machinea" tuvieron al fin su resultado, con la aprobación unánime de
las dos cámaras del Congreso Nacional de la ley que elimina un instrumento que a
lo largo de sus nueve años de vigencia fue objeto de críticas de todos los
sectores.
No hubo otro aspecto de la realidad laboral que haya sido
abordado con tanta insistencia por la central sindical en los últimos años, lo
que da la pauta de la importancia que se le asignó para resguardar el poder
adquisitivo de la población. Al menos, esa debería ser la preocupación primaria
de quienes asumieron el rol de representar los intereses de la clase
trabajadora.
Sin embargo, en torno de las discusiones sobre los perjuicios
de la "tablita" en los ingresos de los empleados que se generó en los primeros
días de diciembre, se percibía un curioso fenómeno: todos estaban a favor de
la eliminación de ese instrumento, pero al mismo tiempo eran muy pocos los que
estaban alcanzados por él.
Los propios datos aportados por diferentes funcionarios del
Gobierno dan cuenta de ello: los trabajadores afectados por las deducciones de
la tablita son aproximadamente unos 330 mil, esto es el 5 por ciento de los
empleados registrados. Ese porcentaje sería aún más bajo —quizás la mitad— si se
considerara en ese universo también a quienes se desempeñan en la informalidad.
Y desde luego que fue inferior a ese 2,5 por ciento cuando se puso en vigencia
en diciembre de 1999, si se tiene en cuenta los efectos que desde entonces causó
la inflación.
Esa paradoja lleva inevitablemente a preguntarse por qué la
CGT reclamó durante tanto tiempo y con tanto empeño por una medida que solo le
interesaba a uno de cada veinte trabajadores en el país. Y por qué no dedicó las
mismas energías a pedir por instrumentos que abarcasen a franjas más amplias de
la población y a sectores más postergados. Cada una de las periódicas crisis que
golpearon a la Argentina dejo un nuevo escenario como punto de partida. De
ese barajar y dar de nuevo, algunos sectores terminan más favorecidos que otros.
Es el particular caso del gremio de camioneros, al que una sucesión de
circunstancias lo llevó a una situación de privilegio dentro del conjunto de
trabajadores. El desmantelamiento del transporte ferroviario de cargas y, en
menor medida, del aéreo y el fluvial, dejó a los camioneros con el control casi
absoluto de la circulación de todo tipo de mercaderías. El ex presidente Néstor
Kirchner conocía muy bien esa situación y sabía que tener a Moyano en contra
podría implicar la parálisis total del país. Quizás eso explique el tratamiento
preferencial que un reciente fallo de la Corte Suprema amenaza hacer tambalear,
pero que aún continúa vigente. Quizás también explique la vista gorda de las
autoridades laborales ante los avances de los camioneros por sobre otros
sindicatos menos favorecidos por las manos del poder.
Más allá de las interpretaciones, lo cierto es que fueron los
camioneros junto a otros pocos sindicatos los favorecidos por la eliminación de
la "tablita". Y que la mayoría de los trabajadores, sindicalizados o no,
perciben ingresos que los ubican por debajo del umbral de afectados por esas
deducciones.
La historia es rica en ejemplos de lo que en su momento
Kautsky y Lenin denominaron "aristocracia obrera", un concepto cuyo significado
fue variando con el transcurso de los años. Si en un principio se refería a las
ventajas que los trabajadores de los países centrales recibían de la explotación
que las empresas ejercían sobre el proletariado de la periferia, posteriormente
se la aplicó a las diferencias dentro de un mismo país entre los sectores
asalariados de altos ingresos y los más postergados.
Tal vez en la segunda caracterización sea que la CGT
encuentre su espejo.
Marcelo Bátiz