Durante la segunda semana de enero, la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner tiene previsto viajar a Cuba con una
agenda de temas bilaterales relacionados con energía, salud y educación, a los
cuales hay que sumarle un programa comercial que incluirá una delegación de
empresarios argentinos a la isla.
Oficialmente es lo que se sostiene desde la órbita
oficial, pero sin embargo, se especula con que el tema central de la visita
presidencial a La Habana es traer a la Argentina a la disidente Hilda Molina,
para que pueda reunirse aquí con su familia.
El reclamo argentino por la médica impedida de salir de su
país, que encabezó Néstor Kirchner en 2006 con una carta-pedido entregada a
Fidel Castro en Córdoba, ha perdido fuerza desde la designación de Juliana
Marino, una ex diputada nacional y legisladora de la ciudad públicamente adicta
a la dictadura cubana, como embajadora política en La Habana. Ni siquiera Marino
ha visitado a Molina alguna vez y hasta el diplomático argentino que fuera
asignado al seguimiento del caso por el anterior embajador, pasa en estos días
por su casa con habitualidad.
Es notorio también que durante la gestión de Jorge Taiana la
Cancillería argentina siempre ha evitado referirse al delicado tema de los
derechos humanos en la isla y a la represión que allí se produce sobre la
oposición cívica no violenta.
Por eso mismo, o porque no hay seguridad de cumplir con el
objetivo, trasciende sólo hasta ahora que la visita de Cristina a Cuba estaría
limitada a los temas mencionados, vinculados a lo comercial. Si esto es así, el
viaje sería cuestionable desde dos aspectos, ya que hacer negocios en Cuba es
muy riesgoso y por otro lado, para un gobierno que levanta como lo hace el
argentino la bandera de los derechos humanos, no sería posible abstenerse de
mencionar la situación de los mismos en Cuba.
En primer término, si el viaje tiene como epicentro el
aspecto comercial, se observa entonces un típico ejercicio de voluntarismo o de
considerable ingenuidad al pretender darle contenido económico a la visita, aún
con muchos empresarios argentinos anotados para acompañar a la Presidenta, pero
en un escenario financiero decidídamente falto de divisas.
Al respecto, ni siquiera el Banco de la Nación financia
exportaciones argentinas a la isla caribeña porque los cubanos no pagan la
abultadísima deuda a la Argentina, que es el segundo gran acreedor de Cuba,
después de Japón.
Por eso, cabe preguntarse: ¿cómo van a financiar las
exportaciones los argentinos a una Cuba que no paga, que no tiene recursos y que
padece de una iliquidez crónica? Hasta en los últimos días del año pasado, los
cubanos no autorizaban o demoraban bastante los giros y transferencias de
utilidades al exterior, una suerte de virtual corralito. ¿Saben esto los
empresarios que acompañarán a Cristina a la isla? Descartadas las posibilidades
de que las crónicas periodísticas reflejen cierto éxito comercial en un país
donde la situación económica, la inseguridad jurídica y el clima de negocios no
son muy favorables a las inversiones, el viaje de la Presidenta a la isla de los
hermanos Castro tiene que tener un sentido claramente político.
Entonces, si se reafirma la hipótesis del viaje para
conseguir el traslado de Hilda Molina a Buenos Aires éste debería complementarse
con un reclamo por la apertura democrática y por la liberación de los más de
doscientos presos políticos.
Un gobierno argentino dispuesto a tratar dignamente la
relación con Cuba debería priorizar la situación política en la isla, denunciar
la falta de libertades y cuestionar la ilegitimidad de sus autoridades, ya que
no han surgido de elecciones libres y multipartidarias y, al mismo tiempo,
reclamar el pago de la deuda de más de dos mil millones de dólares, pues esa
suma es hoy muy importante para atender muchas necesidades sociales en la
Argentina.
Y por supuesto, queda otra deuda que reclamarle a la
revolución cubana: su complicidad en apoyar a la dictadura militar argentina,
incluyendo el bloqueo a la condena en la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra
entre 1976 y 1983.
Si al igual que la dictadura de Augusto Pinochet en Chile,
que fue sistemáticamente condenada en Ginebra y debido a esas denuncias se
pudieron salvar vidas, los militares argentinos hubiesen recibido la misma
repulsa internacional, entonces es muy probable que las víctimas de la represión
en la Argentina hubieran sido menores si Cuba, la Unión Soviética y el resto de
los países del Movimiento de los No Alineados apoyaban la propuesta de
condena promovida entonces por los Estados Unidos.
Como puede verse, el viaje de Cristina Kirchner a Cuba deberá
tener necesariamente un contenido político, pues lo económico resulta muy
secundario y más con las condiciones desfavorables que ofrece el régimen
gobernado ahora por Raúl Castro.
Gabriel Salvia
Titular del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América latina