Tras algo más de un año de acumular el
estrés propio de los dolores de cabeza de su cargo, con una importante baja de
popularidad incluida, y por culpa de una actividad excesiva en cuestiones que
habitualmente los presidentes no abordan, como la promoción de heladeras de bajo
consumo o el cambio de lamparitas, que la exponen demasiado y la dejan sin
fusibles en caso de que las cosas no se hagan bien, Cristina Fernández de
Kirchner cayó enferma por primera vez durante su mandato.
Desde que se conoció su indisposición el jueves y con las
sucesivas postergaciones de apariciones públicas, las especulaciones estuvieron
a la orden del día. Sin embargo, las mismas han tenido más que ver con la
desconfianza que generan casi todos los actos de gobierno en relación al "estilo
Kirchner", que con el lamentable episodio médico que ha retenido a la Presidenta
en Olivos y que le ha impedido, por ahora, el viaje a Cuba y a Venezuela.
Desde lo estríctamente operativo, en cuanto a la tranquilidad
que se le debe brindar a los ciudadanos sobre el estado de salud de la Jefa del
Estado, parecía casi mejor para justificar el abandono temporario de las tareas
presidenciales una operación estética que un desorden sicofísico. Pero sus
colaboradores se enojaron mucho cuando alguna consulta periodística deslizó esa
posibilidad e insistieron con el diagnóstico menos impolítico de la lipotimia,
que se supera con "caldo y Gatorade", dijeron. Sin embargo, no puede
dejarse de tomar en cuenta que, dentro de los ruidos diplomáticos presentes y
futuros que dejó como saldo la primera semana del año, nada menos que con Cuba,
Israel, Uruguay, Italia y España, el periplo cubano la tiene que haber
preocupado mucho a la Presidenta y que haber pospuesto una semana la partida,
más allá del alivio por no tener que ir, a la salida de un episodio de
deshidratación, a un lugar tan caluroso y húmedo como es La Habana, puede
servirle políticamente al Gobierno para seguir negociando cosas. Un viaje a
Cuba que no considerase con las autoridades de ese país el caso de la médica
Hilda Molina, que iba a disparar seguramente la cuestión de los derechos
humanos, bandera del kirchnerismo, en la isla, iba a quedar vacío de contenido.
Habría sido una torpeza política hacerlo, aunque se haya querido disfrazar el
mismo con un barniz económico, subiendo al avión a empresarios que seguramente
hubieran ido de mala gana a una excursión que poco les habría reportado, ya que
Cuba sigue siendo deudora consuetudinaria de la Argentina.
Pese a que algunos han arriesgado que le había sido imposible
a Cristina lograr también una entrevista, con foto incluida, con el propio Fidel
Castro, no consta este reparo de la diplomacia cubana, que ha negociado letra a
letra y de modo muy críptico el resto de la visita. Si bien desde la Cancillería
argentina se dice que "nunca" se habló del caso Molina, la hipótesis de máxima
de la Presidenta, y probablemente su ilusión, era traer a la médica disidente a
Buenos Aires en su avión, para que pudiera conocer a sus nietos argentinos.
Sin embargo, el gobierno cubano no habría estado dispuesto
siquiera a una conversación privada entre ambas mujeres, lo que no sólo marca su
cerrazón en el caso, sino que la misma se constituye en un nuevo desaire para la
Argentina, lo que de por sí debería haber sido causa de una postergación más
formal, ya que ninguno de los dos Castro se dignaron siquiera, hasta ahora, a
responder la carta que el ex presidente Néstor Kirchner le envió a Fidel, ni las
dos misivas recordatorias que se le hicieron llegar a su hermano Raúl.
También Israel le aportó durante la semana una píldora de
disgusto a la diplomacia argentina, tras el Comunicado oficial que condenaba la
incursión terrestre de ese país efectuada en la franja de Gaza, así como el uso
"desproporcionado" de la fuerza. El embajador israelí, Daniel Gazit hizo sentir
su protesta pública por la falta de una mención similar referida al lanzamiento
de misiles por parte de grupos palestinos contra territorio israelí, algo que el
Comunicado traía en su segundo párrafo. Sin embargo, Gazit insistió en que la
Argentina había agregado esa mención en una versión posterior y fue llamado a la
Cancillería para aclarar el entuerto. Según fuentes israelíes, no sólo el
embajador insistió en que "faltó condena" hacia las acciones bélicas de Hamas
sino que hizo hincapié en el término "desproporcionada", una calificación que es
casi unánime a nivel mundial y que Israel busca desactivar, ya que considera que
es parte del lobby antijudío, tal como ocurre con las fotos de chicos palestinos
masacrados por las fuerzas de ocupación. Tampoco le gustó a la diplomacia
israelí el término "insta" que aparece en el Comunicado argentino para pedirle a
Israel que se retire de la Franja de Gaza y menos aún las expresiones
altisonantes de Luis D'Elía, a quien aún consideran "demasiado cercano" a lo más
alto del Gobierno.
En cuanto al entredicho con Uruguay por el cierre del puente
internacional Gualeguaychú-Fray Bentos, durante la semana las autoridades
argentinas se pusieron las pilas en bloque para tratar de desactivar el corte
que ya lleva dos años ininterrumpidos de vigencia. Todo lo que antaño se
observaba oficialmente como una algarada patriótica que se cocinaba bajo el
influjo del espíritu asambleístico que subyuga al setentismo, el mismo que
alentó Néstor Kirchner el 5 de mayo de 2006 desde un palco cuando dijo que la
lucha contra Botnia era una "causa nacional", pasó a convertirse en pocos días
en repudio por parte del gobernador de Entre Ríos, intendentes de la zona, el
Jefe de Gabinete y el ministro de Seguridad.
¿Qué cambió? Que desde Uruguay se ha hecho trascender por
canales informales que el gobierno de Tabaré Vázquez podría levantar su veto a
la candidatura de Néstor Kirchner a la secretaría General de la Unión de
Naciones del Sur (UNASUR), si la Argentina termina con el corte que tanto
perjudica a su economía.
Para aceitar la nueva óptica gubernamental, desde el Gobierno
se hicieron difundir encuestas que dicen lo que ya se sabía de memoria, que los
argentinos no quieren más cortes. Mientras los asambleístas se preparan para
resistir y Uruguay siente que ha ganado la partida porque, además, nada indica
que la pastera contamine, el viraje le ha provocado otro desgaste notorio al
Gobierno.
Después están los casos que involucran a los gobiernos de
José Luis Rodríguez Zapatero y Silvio Berlusconi, asociados a la determinación
de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia (CNDC) del viernes pasado
de pedirle precisiones a Telefónica de España y a Telecom Italia
(operador de Telecom Argentina), en cuanto al ingreso de la primera en el
capital social de la segunda, situación que viene también desde mayo del año
pasado.
Formalmente, la cuestión es investigar si esa suma de
capitales puede generar en la Argentina una situación de monopolio en el área de
las comunicaciones, lo que a priori y casi como prejuzgamiento, autoridades de
la CNDC se apresuraron a sostener que están "convencidos" de que es así, pese a
que Telecom Italia ha señalado que los españoles de Telefónica, por la
cantidad de acciones que poseen, sólo disponen de modo indirecto de 1,8% del
paquete de Telecom en la Argentina.
Sin embargo, la verdadera trama es más compleja que una
simple acción administrativa que se busca enmascarar con la palabra monopolio,
ya que detrás del cruce accionario, de las opciones de compra firmadas con
socios argentinos (Grupo Werthein) con anterioridad a la operación entre
italianos y españoles y de los intereses de muchos grupos locales en sumarse al
negocio y ampliarlo al llamado triple play (teléfono, datos y televisión) hay un
claro ánimo gubernamental de meter baza en el área, en lo que el entorno de
Néstor Kirchner llama "la batalla final" por el control de los medios, algo que
se verá como se desarrolla en un par de meses, cuando se cumplan los plazos que
se dio la CNDC, si entonces el ex presidente aún tiene resto político y voluntad
para llevarla adelante.
Como frutilla del postre para tanto desparpajo oficial por
condicionar el negocio de los privados, la misma gente de la Comisión ha dicho
que, si es necesario, que "Telefónica desinvierta en la Argentina". La frase
está generando por estas horas un importante ruido en La Moncloa, cortocircuito
que se suma a las broncas que aún no se disipan por el caso Aerolíneas,
aunque el Gobierno hoy esté negociando una salida indirecta que le reporte
cierto resarcimiento en dinero a Marsans, como es el traspaso de un
encargo de aviones hecho por los españoles a los franceses de Airbus.
Más allá de que Berlusconi le hizo llegar a la Presidenta una
nota en defensa de las inversiones italianas en la Argentina, nota que hasta
ahora no fue respondida, a la mejor usanza cubana, el caso es que los tironeos
con Zapatero podrían convertirse en una nueva suspensión del viaje de Cristina a
España, ya que se sabe que avanzar contra Telefónica es avanzar contra el
mismísimo rey Juan Carlos. En medio de todo este contexto de disloque en materia
internacional, se le ha sumado a la Presidenta el reto de administrar el año que
recién se inicia con muchos menos recursos, impopulares sinceramientos
tarifarios y demasiados peligros por el lado del desempleo y la distribución del
ingreso, junto a la necesidad de ganar las elecciones legislativas de octubre,
para las cuáles ya se están poniendo en fila los referentes, con la mirada
puesta en 2011.
Como en el Rally, transitar 2009 exigirá de la Presidenta
arrojo, sangre fría, mucha muñeca y un equipo que no le juegue en contra. Todo
un desafío, no sólo para que se reordenen los tantos a nivel de popularidad
gubernamental, sino para que un nuevo pico de estrés no la vuelva a dejar a la
vera del camino.
Hugo Grimaldi