Creer que la llegada de Barack Obama a la
Casa Blanca, por el sólo hecho de ser afroamericano y demócrata, mejorará la
relación de los Estados Unidos con la Argentina, es tan ingenuo como aferrarse a
la idea de que tener una mala relación con Washington es un signo de
"independencia y soberanía".
Obama no es bueno para la Argentina y la región por ser
demócrata, ni George Bush fue malo por ser republicano. Ambos, antes que
nada, son estadounidenses y defienden, con matices, los intereses
norteamericanos en el mundo.
Los sectores, tanto del gobierno como de la oposición,
que cuestionan a los republicanos y realzan a los demócratas, se olvidan de la
historia reciente de la relación de Estados Unidos con la Argentina: las
vilipendiadas "relaciones carnales" del gobierno de Carlos Menem, se
consolidaron con el demócrata Bill Clinton y con el republicano George Bush
padre. Ambos, elogiaron a Menem en sendas visitas al país.
La creencia de que los demócratas son progresistas y los
republicanos de derecha, también es una falacia. Los demócratas son liberales y
los republicanos conservadores. Pero ambos partidos, por ejemplo, durante los
gobiernos de Clinton y Bush (padre), impulsaron el tratado de libre comercio
(ALCA) para la región.
Paradójicamente el ALCA, defendido por demócratas y
republicanos fue atacado por el gobierno de los Kirchner. Por eso, Estados
Unidos en su conjunto no tiene una buena imagen de la Argentina.
Ocurrió en la Cumbre de las Américas de 2005, en Mar del
Plata, cuando el entonces Néstor Kirchner cuestionó duramente el respaldo de
Estados Unidos al FMI, su política hacia latinoamerica y la intensión de
relanzar el ALCA.
Como ha ocurrido desde 2003 a esta parte, el problema de los
Kirchner es "la forma", la ausencia de diplomacia, no el objetivo final.
Incluso, haber desarticulado el ALCA en América del Sur hasta pudo tener su
costado positivo. Pero no a ese precio.
Ese estilo marcó la era Kirchner como cuando en junio de
2004, el gobierno arremetió públicamente contra un funcionario que habría
criticado off the record a la Casa Rosada, casi obligando al embajador
norteamericano en Buenos Aires, Lino Gutiérrez, a pedir disculpas; continuó con
distintas convocatorias al mismo embajador, toda vez que el Departamento de
Estado emitía un informe con ciertas críticas hacia la Argentina en materia de
turismo o sobre la situación social.
Prosiguió con Cristina Fernández, primero con el caso de la
valija de Antonini Wilson con los 800 mil dólares, lo que fue calificado por la
presidenta como una "operación basura" de Estados Unidos. Y luego cuando, en
plena campaña electoral en EE.UU, primero apostó a Hillary Clinton y luego, por
Obama. Sin tener en cuenta que un presidente no puede jugarse por un
candidato de otro país y, mucho menos, obviar al postulante republicano, John Mc
Cain.
El último episodio, mal visto en materia de diplomacia y
"Real politik", tiene relación con la presencia de Cristina Fernández en Cuba y
Venezuela, al momento de asumir Obama. Está claro, mas allá de algunas críticas
descontextualizadas, que a la asunción del presidente de los Estados Unidos no
son invitados los mandatarios de otros países, como suele ocurrir por estas
tierras. Pero la presencia de la presidenta en La Habana y Caracas, tierras de
Fidel Castro y Hugo Chávez, denota una elección innecesaria, que jamás debe
hacer un país serio, digno y previsible.
Mientras un pequeño país como la Argentina elija entre
Estados Unidos y los gobiernos antiestadounidenses, ingresará a una dicotomía
sin sentido. En un mundo interdependiente, la dignidad y previsibilidad de un
país no se alcanza a través de la confrontación. Sólo mediante el diálogo y la
defensa criteriosa de los intereses.
Walter Schmidt