La discusión por los salarios va subiendo
de tono, pero con posturas y señales que no contradicen la lógica ni la
tradición en este tipo de circunstancias.
La CGT y los empresarios muestran sus discrepancias y el
Gobierno vuelve a ponerse en el medio con pedidos de moderación, prudencia y
responsabilidad, lo que significa un cuadro que no difiere de otras pinturas del
pasado, tanto el más lejano como el más reciente.
También las cifras sobre el nivel del futuro aumento salarial
que se barajan en público y en privado tienen el mismo matiz que en ocasiones
anteriores.
Así, entonces, el desarrollo que van mostrando estas
discusiones incipientes permite seguir presagiando un resultado similar al de
los años precedentes, más allá del porcentaje que se pacte.
El resumen final, en definitiva, fue siempre una cifra
acotada por la presión del Gobierno y del titular de la CGT, el líder camionero,
Hugo Moyano.
Por ello, la idea que continúa dominando la escena es
que, cuando se desaten definitivamente las tratativas, los primeros en firmar
sean los gremios considerados "testigo", o sea las organizaciones más poderosas,
que presionarán y condicionarán al resto.
Pero como en los ciclos que han pasado, siguen siendo claves
la sinceridad de los números y la real situación sobre las que se plantean las
conversaciones multilaterales.
La crisis económica planetaria de la segunda mitad de 2008
desplegó su manto sobre la geografía global y está mostrando su lado más oscuro
todavía en los países centrales. En ese marco, suele escucharse habitualmente
que la peligrosa marea recién está llegando a estas costas.
Y ante ello, hay, como en otras tantas circunstancias
parecidas, quienes advierten con razonabilidad que será duro para ciertas
actividades aguantar el avance de las olas, pero también otros que se enancan de
antemano en ellas para intentar cerrar la posibilidad de cualquier debate que no
sea aferrarse a opciones excluyentes.
Así, avanzan con la disyuntiva "salarios o empleo", sin
propiciar margen para la discusión. Es verdad que hay rubros que por la crisis
potenciada por el Primer Mundo están sufriendo los cimbronazos de ese problema
singular.
Pero también hay reticencia a echar una mirada hacia atrás
para reconocer las grandes ganancias que no pocos han tenido en algo más de un
lustro, cuando la economía local dejó las catacumbas y verificó hasta los
últimos meses un constante crecimiento. Más allá, por supuesto, de la
desigualdad en la distribución de la riqueza, un tema que debería abordarse de
manera simultánea.
Así, persiste la tentación de aferrarse rápidamente a los
contratiempos económicos y, en consecuencia, impera el principio —injusto, por
supuesto— de compartir sólo las pérdidas.
En este contexto, las cifras y su correlato con lo que
realmente ocurre en estas situaciones son fundamentales. En principio, por
supuesto, están las de la inflación, que han perdido la credibilidad de la
población y hasta de la propia dirigencia oficialista. Si no, basta como ejemplo
la expresión de Moyano, aliado inconfundible e indiscutido del Gobierno, quien
dijo que basará sus reclamos en “el INDEC de los supermercados, de las amas de
casa”.
También los números de la desocupación, el subempleo, la
pobreza y la indigencia están envueltos en dudas. Y ahora se han sumado otros
guarismos, de más allá de las fronteras, y son los de la ola de cesantías que se
registra en varios países del mundo desarrollado.
Si bien sería necio negar las influencias de esa situación en
el mercado local, también suena por lo menos apresurado hacer una traslación
automática —aunque sea proporcional— al ámbito doméstico, donde además hay otras
particularidades.
Hay actividades que están sufriendo problemas por cuestiones
exclusivamente vernáculas, muchas de las cuales son de larga data, muy
anteriores al desaguisado económico originado en los centros del poder mundial.
En ese sentido, ya venía registrándose un freno, a lo que se suman temas cuasi
ancestrales, como el impresionante nivel de trabajadores en negro y la
precariedad en muchos empleos, incluida la paga.
A ello hay que agregarle el componente psicológico y
sociológico de la ciudadanía argentina —como también, es cierto, de otros
países—, que acostumbrada a los vaivenes económicos, cíclicamente y de manera
precautoria retrae su consumo, aún en los estamentos que todavía no han sido
mellados por los inconvenientes.
Pero aún con este marco, en la Argentina hay rubros con
posibilidades de capear la crisis, siempre y cuando, por supuesto, se apliquen
las medidas correctas y, ante todo, se imponga la voluntad de hacerlo.
Obviamente, sería harto ingenuo pensar que el tornado pasará por estas tierras
sin mover una rama, pero hay potencial para, al menos, tratar de que lastime lo
menos posible.
Para salir a pelear la tormenta se requieren, como siempre,
fuertes dosis de decisión política, creatividad, audacia y desprendimiento, en
el marco de un imprescindible consenso y con, por supuesto, una también
necesaria prudencia. Y para que todo ello se fortalezca, se convierta en virtud
y se derrame sobre la sociedad, el complemento perfecto sería que los propios
responsables, sin dejar de sostener sus legítimas posturas, en ciertos debates
morigeren su crispación y eviten transmitirla a la comunidad, especialmente
cuando se presume que la nueva película puede tener el mismo final.
Luis Tarullo