Ha llegado a Madrid la reina del botox,
heroína anti-age. Viva Argentina, la tierra que más se parece al paraíso, con
minas y malevos. Cuando yo estuve de corresponsal las chicas del télex eran
Greta Garbo. Cristina Kirchner, sin patas de gallo, con la cara planchada, hoy
hablará en el Congreso, en el día de la reanudación de las sesiones. Trae como
buena peronista un sindicalista en la maleta llamado Hugo Moya, el que organizó
el alboroto contra los gallegos cuando la expropiación de Aerolíneas. Ya
dijo Borges, al que no leyeron los argentinos hasta que no lo tradujeron al
francés, que el vicio más destacado de sus paisanos es el nacionalismo, una
manía de primates.
Están acojonados el Rey y el presidente con razón, porque
la Evita posmoderna no viene a traernos trigo, a pesar de los comedores de
mendigos, sino a amenazarnos con la viveza criolla de las nacionalizaciones
mientras sus oligarcas, como siempre, se llevan la plata a Suiza. A Cristina le
dicen la Urraca de la Pampa, pero desde el otro lado del mar la verán como la
patriota de Aerolíneas Argentinas.
Llega cuando el botox se extingue. Parece que el exceso de
esa toxina puede ser mortal. Reducía los socavones de la piel y daba a la cara
un falso frescor de manzana, pero como arma química provoca efectos colaterales.
No era verdad que los políticos se metieran garlopa; se
englobaban con botox. He ahí Berlusconi, Sarkozy, gigolós de la toxina
botulínica. Para ganar elecciones tienen que comer zanahoria como los conejos.
En vez de tirarle el tintero al diablo firman con él pactos fáusticos para
conservarse jóvenes; los chufas se pintan el pelo y van en secreto a los
talleres de belleza para operarse de las cejas y darse estirones en el miembro.
El peligro es que el botox se traslade al cerebro. Me dice Rubalcaba que los
políticos de más de 45 años están en fase terminal, por eso se estercolan con
botox y se dañan las neuronas; ésa puede ser la explicación de la ruina que nos
han montado.
Las antiguas damas tenían al lado las arquillas de
medicamentos para pintarse las mejillas de color escarlata, darse cera en los
labios y grasa de cerdo en las manos. Cuenta la baronesa Madame d'Aulnoy que las
señoras de guardainfante, pollera, verdugado y basquilla, para usar la colonia a
falta de pulverizador, se servían de una criada que aspirando el líquido
aromático lo proyectaba después en gotitas, a través de sus dientes, sobre la
cara y el cuerpo del ama.
Aquellas damas tenían luego tetas y culos resplandecientes.
Ahora todo se arregla con botox y falsos labios; como Marlene Dietrich, son
capaces de sacarse las muelas para resaltar los pómulos.Pero, por lo menos, no
se han desterrado los bellos senos panes dorados, aunque sean de silicona.
Raúl del Pozo
Diario El Mundo