La infalibilidad del Papa es un acto de fe
y la indestructibilidad de Superman cosa de las historietas. Aunque en tiempos
de gloria se lo crean, los políticos, aún los más experimentados y pícaros, no
gozan de esas cualidades y son vulnerables y falibles porque están sujetos a las
mudanzas de humores más terrenales y no tan imaginativos.
No obstante, cuando patinan en sus estrategias,
inmediatamente caen en la consideración de sus pares y eso les sucede con mayor
frecuencia cuando pegan los resbalones en el ciclo descendente de su estrella.
Néstor Kirchner acaba de dar un acabado ejemplo de desorden
en la evaluación de escenarios en esta última elección en Catamarca, cuando cayó
en una trampa de principiantes y dejó que Luis Barrionuevo y Ramón Saadi lo
llevarán de aquí para allá, lo subieran a escenarios y terminaran haciéndole una
zancadilla monumental. Lo maquiavélico de la situación fue que los dos ex
enemigos y ahora aliados de circunstancia, se regocijaran con el derrape del ex
presidente aún antes de las elecciones, como para que se note, situación que la
paranoia del poder teme que vuelva a sucederle al kirchnerismo con muchos
intendentes bonaerenses.
Es verdad que Kirchner ya no es rubio ni de ojos celestes, ni
para muchos de sus otrora seguidores, ni para otros que lo reverenciaban sólo
por interés, gremialistas y empresarios incluidos. Ya quedan cada vez menos
"reclutas Fernández" a su alrededor, tal como refirió el senador Reutemann el
dicho que tuvo para sí misma la actual Presidenta, cuando intentaba despegarse
de Carlos Menem.
Pero también es cierto que en el caso Catamarca fue Kirchner
solo quien metió la cabeza en la boca del león, impulsado por los reflejos de un
político acostumbrado a ganar elecciones, sin reparar en los medios, para
terminar con el sindrome Julio Cobos que parece que lo obnubila. Esta vez, su
límite no fue el tándem Saadi-Barrionuevo y, por eso, aceptó transar con los
mismos que él consideraba como dos impresentables de la política, nacionalizó
una elección distrital, movió el aparato del PJ y del Gobierno, puso logística y
recursos que no alcanzaron para ganar la pulseada y no pudo impedir que todas
esas acciones lo dejaran expuesto de tal forma, como para que los titulares de
los diarios lo apuntaran como el gran perdedor. No tiene de qué quejarse.
"En política, el que se calienta, pierde" es una premisa que
el Kirchner en ascenso tenía grabada a fuego y que le hizo ganar y ganar
elecciones, pero que ahora, al menos, se le ha oscurecido, taponada por su
temperamento o quizás porque ya no hay quien deje de percibir, cada vez con
mayor intensidad, que la falta de caja le está haciendo al ex presidente el
efecto de la kryptonita.
Hugo Grimaldi