La memoria colectiva es implacable en
materia de turbulencias y sabe que cuando las dinámicas toman vuelo propio en la
política argentina generalmente se tornan imparables. Los antecedentes,
simplemente, no favorecen la arriesgada jugada de adelanto de las elecciones
legislativas que acaba de pergeñar Néstor Kirchner, deseoso de mostrar que es
capaz siempre de redoblar las apuestas, aunque hoy se intuya que en su mano no
hay ni siquiera un proyecto de juego ganador.
Raúl Alfonsín llamó a elecciones anticipadas para brindar
certeza sobre su sucesor y la ola menemista se lo llevó puesto,
hiperinflación de por medio. Los recuerdos de episodios similares de adelanto de
elecciones emparentan en el imaginario a María Estela Martínez con Eduardo
Duhalde.
El helicóptero de Fernando De la Rúa está en otra categoría,
pero en todos los casos hay un elemento en común, ya que todas las situaciones
se definieron siempre de modo crítico, porque la velocidad que tomó cada
episodio le ganó por escándalo a la sangre fría de los políticos. En esta
oportunidad, la Presidenta aderezó muy bien su discurso a la hora de dar a
conocer los fundamentos oficiales de la medida. Dijo que sería un "suicidio"
embarcar a la sociedad para que tome "posicionamientos" políticos electorales
por mucho tiempo, justo cuando el mundo, debido a la crisis que calificó como de
características "mucho más graves que lo que aparece en los medios", se cae en
pedazos y esos pedazos le pueden caer encima.
Cristina explicó también que se decidió adelantar las
elecciones porque el Gobierno tiene que "tomar todas las medidas que creen el
clima (de tranquilidad) para dialogar".
La intención —y el consecuente llamado al debate— es algo
para ponderar, porque se trata de un elemento al que el kirchnerismo no ha sido
muy propenso nunca y que, de alguna manera, aparece contrapuesto a la infaltable
apelación presidencial dedicada a pedir que se preserve el proyecto económico
que sostiene el Gobierno que, dijo, "es patrimonio de todos los argentinos" y,
por lo tanto, podría colegirse, no discutible, ni para nada responsable del
capítulo argentino de la crisis.
Pero observando la cara de Néstor Kirchner y la sonrisita
nerviosa que desnudó la televisión, mortal para un jugador de póker, no es
aventurado suponer que la jugada —que generó otro tipo de caras, de mucha
sorpresa y bronca, entre la oposición— tiene además una serie de fundamentos
menos heroicos, más allá de que, una vez más, desde la política, se ha roto con
las reglas de juego institucionales.
Desde este punto de vista, la Caja de Pandora que abre el
kirchnerismo echándole combustible a la dinámica del actual proceso, estaría
mostrando no sólo su debilidad en materia política, sino que además hace que se
ponga aún más bajo la lupa la delicada situación fiscal y la probabilidad de que
la recesión sea muy profunda.
Si en verdad se está en presencia de este panorama, es
lógico que el armado K haya creído que, más allá de que la derrota en la Capital
lo iba a dejar mucho peor parado que en Catamarca, cuánto antes se lleven a
cabo las elecciones generales habrá menos desgaste, más votos y más plata para
repartir y para después de junio, que venga lo que tenga que venir. El problema
para el Gobierno es que le ha transferido a la sociedad la sensación ya vivida
muchas veces de que la crisis se acelera irremediablemente y que no hay modo de
zafar y que, por ello, sufrirán la actividad económica y el empleo, ya se verá
si por culpa de la crisis global o de las erróneas políticas locales. A su favor
acredita, en todo caso, que se ha mostrado mejor piloto de tormentas en las
malas que en las buenas y habrá que ver si eso todavía le alcanza para torcer la
desconfianza social y si la ciudadanía le factura o no en junio su patética
imprevisión a la hora de las vacas gordas.
Hugo Grimaldi