Las palabras de la Sra. Presidente para
justificar el adelanto de las elecciones siguen retumbando en mis oídos, pero no
termino de comprenderlas.
“Lo que está pasando en el mundo es mucho más grave de lo que
aparece en televisión y en los medios. Miles de personas se quedan sin trabajo
todos los días, se pierden casas, los bancos no saben cuánto van a durar y nadie
puede predecir dónde termina esto”, ha dicho Cristina Fernández.
El gobierno tiene, actualmente, la legitimidad institucional
y una mayoría de legisladores para hacer frente a la grave crisis interna —que
era preexistente— y a los efectos exógenos que pudieran afectarnos por la
convulsionada situación mundial.
Ahora bien, si el problema no se vincula con lo institucional
ni con la mayoría legislativa que posee, sino que se trata de la carencia de
un plan gubernamental para enfrentar los tiempos que se avecinan, la solución
tiene un marco constitucional claro y conciso : la renuncia de la primera
mandataria y la asunción del vicepresidente en su lugar.
Resulta sencillo colegir que con el adelanto de los comicios
con cualquiera de las opciones que pudiesen ocurrir la noche del 28 de junio, la
Sra. Presidente se encontraría jaqueada.
En uno de los casos, si el Frente para la Victoria
triunfase logrando acrecentar el número de legisladores ¿qué habrá cambiado el
día posterior al acto eleccionario?. Absolutamente nada. Simplemente habrá más
tropa oficialista que tampoco “podrán predecir dónde termina esto”. Pero desde
el punto de vista de soluciones reales estaremos tan huérfanos como ahora.
Sí contarán con una amplia mayoría para profundizar las
cuestiones que son de su exclusivo interés : poner de rodillas al sector del
campo, acallar a la oposición y a la prensa libre, modificar nuevamente el
Consejo de la Magistratura para intensificar el dominio sobre el Poder judicial
y sobre la C.S.J.N. y manipular grupos de choque para amedrentar a quienes
tengan una visión diferente de “su realidad”.
En rigor de verdad pocos pueden creer que un gobierno está
preocupado por la inseguridad cuando en sus filas tiene un ministro que promueve
la despenalización de la tenencia de drogas con fines de comercialización.
Menos aún, si desde el más alto cargo de la Nación se
señala a los jueces que “demoran causas” de sesgo ideológico acaecidas
presumiblemente hace más de 30 años, sin importarle lo que ocurre cotidianamente
con las muertes de servidores del orden público en cumplimiento de sus deberes
y/o de ciudadanos que están conscientes que salen de su hogar pero que
desconocen si regresaran sanos y salvos.
La delincuencia, el narcotráfico, los menores que cometen
ilícitos aberrantes han establecido un verdadero “estado de sitio” para el resto
de la población, pero esto no inmuta a nuestros gobernantes.
Si los que conducen no pueden, no saben o no quieren orientar
la nave hacia aguas tranquilas, tampoco lo podrán hacer aunque aumenten el
número de los tripulantes.
Es a todas luces más sabio y más sensato dejar la conducción
del barco en manos de quien tenga la pericia y la voluntad para salvarnos del
naufragio.
En la segunda opción, si en esta aventura —en la que se
apuesta como si se tratase de un juego de azar— el oficialismo termina derrotado
¿cómo gobernará hasta diciembre —ni pensar en el 2011— sin plan alguno, con la
crisis en ciernes y con el pueblo habiéndole dado la espalda?
La experiencia vivida por el Dr. Alfonsín debería haberles
servido de algo.
En resumidas cuentas: la primera mandataria admite que nos
enfrentamos a una crisis de colosales dimensiones y deja trascender, con sus
actitudes, que no tiene la menor idea de como sortearla.
Decide adelantar las elecciones utilizando el falaz
argumento que otras fuerzas también lo hacen, sin advertir que “desdoblar” y
“adelantar” no son sinónimos.
Si el oficialismo gana, habrán ganado sus dirigentes, pero
habrá perdido la Nación.
Si el oficialismo pierde, también perderá la Nación porque
con el “rey desnudo” y sin poder real se multiplicarán geométricamente los
problemas y también la suerte de sus dirigentes estará echada.
Más saludable es, Sra. Presidente, que transite un camino
menos tenebroso y más adecuado para el futuro de todos los argentinos: presente
su dimisión y permita que el vicepresidente desde su templanza y sentido común
conduzca los destinos de este bendito país y decida —consensuadamente— qué
medidas se deben tomar.
Yo le estaré agradecido por un gesto de esa naturaleza, pero
tenga la convicción que las firmas continuarán.
Dr. Osvaldo José Capasso