Si algo caracteriza al individuo de
superioridad espiritual es precisamente la “imperturbabilidad” frente a
acusaciones de las que se sabe inocente.
Dicha imperturbabilidad encuentra su fundamento en la
infinita paz interior experimentada por quien es verdaderamente libre de toda
culpa o cargo que se le quisiera imputar.
En este estado de extrema serenidad interna, en poder de la
profunda convicción que otorga una intachable conducta durante toda la vida en
todos los órdenes, la “hipotética víctima” de ataques verbales de personas
“malintencionadas”, reacciona naturalmente haciendo caso omiso en virtud de
considerar tales agravios como actitudes infantiles de seres cuya evolución se
encuentra aún en proceso.
Una segunda reacción por parte del individuo, ya no
espiritual, sino “adulto” es la convocatoria al diálogo en procura de alcanzar
el esclarecimiento de las motivaciones que llevaron a otras personas a
“injuriarlo” y/o “calumniarlo”, según pudiera surgir de su “humana, por tanto
falible”, interpretación.
Agotadas estas dos instancias y sin la obtención de
resultados satisfactorios, el individuo de superioridad espiritual, que ya ha
probado de sobra a lo largo de toda su vida y de toda su obra, a sí mismo y a
los demás, su correcto proceder, su transparente conducta, su franca y sincera
intencionalidad, “deja correr el agua que no ha de beber”, dando por finalizada
la aparente contienda, dejando que la propia vida, en toda su sabiduría se haga
cargo de la situación sencillamente por el hecho de no tener nada que ocultar,
nada que esconder, absolutamente nada por qué preocuparse.
Un individuo espiritualmente superior nunca niega su accionar
en el plano mundano, solo que el nivel de su comprensión le permite ver mucho
mas allá de la realidad tan relativa y cambiante. Desde esa perspectiva, para
este “ser espiritualmente superior”, un agravio u ofensa, considerados tales por
la interpretación popular, carece de relevancia en tanto es él el único artífice
de sus propios estados emocionales. Mejor que nadie sabe y conoce que si alguien
puede ser ofendido o agraviado, esto puede deberse solo a dos razones:
- La primera es porque en realidad no se posee verdaderamente
la supuesta superioridad espiritual que se pretende aparentar y por lo tanto se
es en realidad un mero títere pasible de manipulación por parte de otro u otros,
que tienen el control sobre sus estados emocionales, su ánimo, sus convicciones,
dejando al descubierto la fragilidad de su psiquis, su debilidad interna, sus
inseguridades y sus miedos, características todas incompatibles con la
espiritualidad evolucionada;
- La segunda por saberse responsable de aquello que se le
imputa, reconocer en el fuero interno que se ha actuado mal, saber que quien
acusa tiene razón, saber que se ha sido descubierto y por eso temer a las
secuencias futuras de pérdida de credibilidad. La farsa ha sido conmovida en sus
cimientos mas profundos, el fraude ha sido sacado a la luz y eso, inquieta.
La etimología de la palabra injuria es: “ofensa u agravio
inferido a una persona. Acción o expresión que lesionan la dignidad de otra
persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación”.
Estas definiciones muy, pero muy lejos están de la concepción
“hermetista del IFH” de lo que implica-ser-humano, dado que uno de los
postulados fundamentales de esta enseñanza en esa escuela es que la “autoestima”
debe ser destruída en aras del desarrollo espiritual. Frase mas que trillada
dentro de esa institución, repetida como loro por los adeptos-obsecuentes de
Salas.
En el marco de esta enfermiza creencia, el estudiante es
humillado, maltratado psicológicamente y menoscabado en su esencia mas profunda.
Todo lo que hace o dice es pasible de ser corregido, observado, criticado, sin
contemplaciones de ninguna especie, a menos, claro está que sea de utilidad para
el “sistema”.
Por lo que sólo resta dejar planteados los siguientes
interrogantes:
a) ¿No resulta absurdo y contradictorio que quienes se venden
como seres espiritualmente superiores, iniciados estelares y sabios se alteren
de semejante manera ante expresiones vertidas en este periódico supuestamente
“injuriosas”, estando ellos en condiciones mas que óptimas para mantener la
calma, la serenidad, la tranquilidad que nace de un correcto accionar en la
vida, en la sociedad, en todas las esferas del quehacer humano?.
b) Habiéndose demostrado en este periódico la validez de las
hipótesis planteadas por el análisis de diferentes publicaciones emanadas de las
obras literarias del propio fundador del IFH y su web institucional, ¿Con qué
argumento pueden sustentar la defensa ante la “supuesta” injuria” o “aparente”
calumnia si todo está a la vista, expuesto y es autoría del propio Darío Salas?
c) De no existir, por ejemplo, el “lavado de cerebros” sobre
el que tanto hincapié hace este periódico, ¿Por qué razón tantas personas
habiendo confirmado a esta redacción por diferentes medios la veracidad de todo
expresado, no se atreverían a declararlo públicamente? ¿A qué o a quién le temen
realmente? ¿Qué está en juego? ¿Qué les han hecho creer? ¿Por qué “Señores”
suponen que han de ser devorados si dicen lo que realmente piensan y sienten
sobre lo que ahí ocurre? ¿Por qué no liberarse ahora de tan pesada carga y
aportar a abrir los ojos a otros?
Por último, solo resta decir que se puede ser responsable por
actuar incorrectamente, y se puede serlo por omitir actuar. Eso también perturba
la paz del espíritu.
O. Egené