"No, señora Presidenta, Usted está
equivocada si cree que nos va a convertir en Cuba o Venezuela". La impactante
advertencia, vociferada desde una tribuna, llegó el viernes por la noche como
colofón de un período de siete días que resultó ser una trituradora en materia
informativa y que dejó al oficialismo, a la oposición, a los observadores y a la
gente politizada sin aliento.
Pese a que el verdadero impacto de toda esta catarata de
novedades en la masa de votantes está aún por verse, vale la pena resumir los
hechos: el Gobierno de Cristina Fernández consolidó la iniciativa que había
mostrado cuando decidió adelantar las elecciones, sobre lo cual se definieron a
favor los diputados el miércoles, mientras en simultáneo se realizaban marchas
contra la inseguridad en todo el país y se lanzaba en La Plata, en el mismo
ámbito de otros actos políticos del kirchnerismo, un controvertido proyecto para
reformular la Ley de Radiodifusión. En tanto, el jueves apareció de sorpresa la
sui-generis coparticipación de retenciones a la soja y el viernes volvieron los
cortes de rutas y el séptimo paro del campo, al tiempo que la oposición jugó a
oponerse a todo, con más amagues que voluntad de armar listas en común.
¡Qué semana! En cuanto a poner a Cuba y a Venezuela como
meta de ciertas políticas gubernamentales, nunca antes en un discurso se había
llegado tan lejos y de modo tan descarnado, a hacer este tipo de referencias.
Para calibrar su alcance, hay que dejar en claro que la ovación que se hizo
sentir al final de tamaña frase no resonó en uno de los salones del Jockey Club.
También hay que saber que quien realizó semejante arenga no era, tampoco, uno de
aquellos odiados neoliberales de los 90 y ni siquiera un conspicuo socio de La
Rural, sino un miembro de la insospechada y otrora libertaria Federación
Agraria. Con ese grito de guerra, dicho a la vera de la ruta 14 y en presencia
de chacareros colorados de rabia que poco tienen que ver con los "piquetes de la
abundancia" o con las "patronales rurales" y que se sienten verdaderamente
humillados por el poder, el mediático Alfredo De Angeli, esta vez sin el "íMinga!"
que lo caracteriza, había desnudado en esa ocasión el meollo del conflicto
campo-Gobierno: la gran pelea de fondo es por ver quién es el que asigna los
recursos.
De un lado, está el campo, sus dirigentes de todo pelo y color y los intendentes
de pueblos que se están deshilachando, radicales cordobeses, peronistas
bonaerenses y socialistas de Santa Fe y todos tienen hoy un discurso único. No
se puede pensar de ninguno de ellos que estén inmersos en una conspiración para
reinstalar los principios del consenso de Washington, aunque los Kirchner sí lo
creen, porque se han plantado al unísono contra las flaquezas de un esquema
económico y un modo de ejercer el poder que no comparten, mientras que rechazan
lo que llaman los "mendrugos" del gobierno central.
En la vereda de enfrente, está el Gobierno, en papel de
custodio de la rentabilidad de los sectores, que juega el partido desde su
propia visión, con argumentos mitad ideológicos y mitad prácticos. Lo ideológico
está en el rechazo a ultranza de cualquier clase de derrame asignado por el
mercado y en la reivindicación del rol de Estado para fijar, dirigir e
intervenir en todo cuando esté dando vuelta por allí. A su vez, lo pragmático se
entronca con la experiencia política que ha adquirido Néstor Kirchner, desde sus
tiempos de intendente de Río Gallegos, con la sumisión como socio principal: él
sabe que todos concurren al pie de quien maneja la caja.
El esquema le funcionó bien al ex presidente durante más de
cinco años, cuando todo era rebosante y parecía que las tasas chinas de
crecimiento habían llegado para quedarse. La magia del modelo era creer que se
podía crecer por siempre y generar empleos de modo constante, que las reservas
se iban a ir de modo permanente al cielo y que con la absorción de dinero por
parte del BCRA los precios de mercaderías y servicios se iban a quedar quietos.
Además, y por primera vez, un plan basado en la fijación
de un tipo de cambio alto, que a la vez sirviera para proteger a la industria y
también para exportar bienes elaborados, aunque con un sustento muy claro en
el consumo interno, tenía como valor supremo a defender el superávit fiscal.
Este punto, toda una revolución, quizás se dio en Kirchner por aquello de no
dejar de ser el dueño de la chequera, aunque también hay que reconocer que a la
luz de anteriores experiencias, inversas por el déficit que se generaba que
terminaron en emisión de dinero e hiperinflación o en emisión de deuda y default,
la jugada sirvió para darle al ex presidente mucho crédito al respecto. Pero tal
como Kirchner heredó estos fundamentos del tándem Duhalde-Lavagna, también
heredó sus debilidades, a las que exacerbó con un desmadre exponencial del
gasto, impuestos distorsivos, subsidios cruzados, regulaciones, la falsificación
de los índices de precios, lo que le permitió barrer bajo la alfombra, además,
una gran cantidad de pobres, la expropiación de los ahorros jubilatorios y,
sobre todo, con una gestión muy poco profesional que dilapidó, quizás, el único
refugio que le quedaba para revertir la historia: se prohibieron o limitaron las
exportaciones, se perdieron mercados y sobre todo se perdieron divisas.
Hoy, la balanza comercial se achicó porque el mundo se
achica, pero en una parte sustancial también porque se hizo lo imposible para
que se achique y, por lo tanto, no hay oferta de dólares. Y el superávit no se
reduce aún más por las trabas que hay a las importaciones y no sólo por las
sugerencias telefónicas de Guillermo Moreno para que no se paguen operaciones de
comercio exterior, sino porque el país se cierra cada día más con licencias no
automáticas para evitar el ingreso de piezas de vehículos, textiles,
televisores, juguetes, calzados y artículos de cuero. Y aquí también la
Argentina se ha puesto a contramano del mundo, ya que la mayoría de los países
intenta no hacer lo mismo para evitar que se cierren los flujos comerciales y
para no morderse su propia cola, ya que muchas cadenas de valor son
transnacionales. Esta fue la pelea que Cristina sostuvo el viernes con el
presidente Lula quien, de modo entre comprensivo y burlón, le dijo que "el
proteccionismo es casi una religión", ahora que Brasil parece cortarse solo para
jugar en las grandes ligas.
También el modelo, que en un principio apuntó a tener un
tipo de cambio alto para exportar y para acumular reservas, incentivó
simultáneamente el consumo de los asalariados por sobre la inversión.
Entonces, cuando los precios internacionales se desbocaron, hubo que fijar
retenciones confiscatorias con la excusa de equilibrar precios y así, se
prohibieron las ventas al exterior de muchos productos primarios. Además, cuando
la inflación creció sólo se atinó a dibujar los números en el INDEC y a fines
del año pasado, cuando la caja empezó a deteriorarse y se entró en recesión
nadie supo cómo hacer para revertir la cosa. Por ejemplo, se han planteado
recetas keynesianas, pero más allá de la incertidumbre y del desinterés de la
gente por endeudarse, lo cierto es que no hay plata para todo.
Todo este galimatías de errores y despropósitos ha puesto
sobre la mesa una serie de dudas razonables sobre si, con estos antecedentes, un
andamiaje de este tipo está en condiciones de servir como primera línea de
defensa contra la crisis global, algo que la Presidenta auguró que se avecina
con mucha fuerza y que ya se viene manifestando esencialmente con aumento del
desempleo, fuga de capitales y una mayor puja distributiva, En este aspecto, la
mitad de la biblioteca señala que, pese a los graves inconvenientes fiscales que
podrían verse agravados a medida que la recesión avance, aún el modelo aguanta,
aunque dice que habría que hacerle varios retoques paulatinos para reencauzarlo,
junto al artificio de seguir con la flotación administrada. La otra mitad supone
que sólo se puede salir con un shock de mayor tipo de cambio que licúe el gasto
y que haga bajar las tasas de interés, aún con el peligro del traslado a
precios, lo que pondría otra vez la cosa en el minuto cero, bajo el mismo
esquema.
Sin embargo, el deterioro fiscal de la Nación y sobre todo de
las provincias, reflejado en que algunas habían amenazado con emitir bonos
propios para usarlos como monedas locales (cuasimonedas), parece ser tan grave a
esta altura que se ha transformado en el punto más débil de la Administración y
es lo que deja abierto los interrogantes sobre el futuro inmediato. Quizás por
eso, el secretario de Hacienda dijo el jueves, cuando se le preguntó por el
sacrificio que hacía el Fisco para distribuir parte de las retenciones entre las
provincias y municipios que se anoten en un registro y que se comprometan a usar
la plata para infraestructura, que no había tal sacrificio, ya que se presupone
que los fondos que antes iban por otro lado ya no se les darán más a los
gobernadores.
Toda la estructura del soy yo el que mando, soy yo el que
asigno, soy yo el que fijo las reglas y soy yo el que digo adónde se aplica el
dinero se potencia por la necesidad de Néstor Kirchner de tener siempre un
enemigo enfrente (partido que con el campo va perdiendo 1 a 0) y se da de
patadas con lo que opina la gente del campo. Si bajan las retenciones, dicen,
habrá más plata para los productores, se incentivará la inversión, habrá mayor
oferta de productos exportables (carne, leche y granos) y todos ese dinero
automáticamente volverá a la gente, en revitalización del comercio, en
apuntalamiento de las empresas metal-mecánicas, con mantenimiento de las fuentes
industriales de trabajo y además se regularizará el pago de impuestos locales,
provinciales y nacionales, proceso que finalmente achicará el esfuerzo que haga
el Tesoro con la reducción de las alícuotas. Si esto no es así, los ruralistas
agregan que se lo van a hacer sentir a los Kirchner más allá de lo mediáticos
que son los cortes de rutas, ya que están decididos a no vender la soja que
tienen en los silos-bolsa y, además, a no sembrar trigo para la próxima campaña.
Suelen decir que 35 por ciento de cero es cero, mientras el Gobierno llama a esa
resistencia "extorsión" y se prepara para redoblar la apuesta y hacer la próxima
movida.
Hugo Grimaldi