Equis menos noventa: comenzó la cuenta
regresiva. Tras la ratificación en el Congreso del adelanto de las elecciones,
quedan ahora sólo tres meses para la hora de la verdad y lo que debería ser una
disputada y normal compulsa de medio término por la renovación de bancas
legislativas se ha convertido para los políticos en un furioso tironeo de
características épicas. El todo o nada, el plebiscito final, la madre de todas
las batallas.
Este escenario, que cuanto más se tense la cuerda y se asocie
al "nosotros o el caos" es el preferido del Gobierno para meter miedo, parece
todavía muy alejado de los intereses y de las necesidades de buena parte de la
población, hoy más preocupada por la crisis, el desempleo, la inflación, el
valor del dólar, el dengue y la inseguridad, antes que por saber qué tan bueno o
tan malo sería que el oficialismo retuviera o perdiera las mayorías
legislativas.
Precisamente, estas situaciones cotidianas que se resuelven
con hechos y no con diagnósticos son las que menos importancia parecen tener
para la clase política, salvo cuando las encuestas dicen que 8 de cada 10
argentinos creen que las autoridades minimizaron el problema de la inseguridad,
por ejemplo. Esta realidad hizo variar radicalmente el proceder del Gobierno,
pero, además, fue el desmadre de delitos justamente en la provincia de Buenos
Aires la que obligó a cambiar el discurso pensando en las elecciones, aunque una
vez más se le haya achacado a la prensa el agrandar desmedidamente el fenómeno,
en este caso a los canales de cable, debido a que muestran varias veces al día
una misma noticia. Esta teoría de la inflación periodística como gestora de la
sensación de inseguridad, que ya había esbozado la jueza Carmen Argibay, no toma
en cuenta el carácter de público pasajero que tienen los canales de noticias
(más allá de su bajo rating) y además subestima a la gente que, parece según
este criterio, es la que suma los hechos delictivos y no discierne que son meras
repeticiones.
En materia electoral, las especulaciones de los analistas
están centradas por estos días en saber cómo se está armando la oposición en
todos los distritos, con nombres que se suman y se restan para generar una
oferta electoral que hasta ahora no tiene propuestas, salvo una unánime y férrea
repulsa a un sistema de gobernar que es criticado por intolerante e ineficaz.
En este punto, el grupo de intelectuales a los que los Kirchner les prestan
mucha atención, pese a que algunas de sus teorías han pasado de moda o ya han
fracasado inclusive en la Argentina, les han aconsejado como estrategia ponerse
en una suerte de victimización permanente. Y así lo hace el matrimonio
presidencial, al denunciar de modo recurrente y cada uno a su estilo, que son
los demás los que les ponen palos en la rueda, para evitar que hagan marchar a
pleno un proyecto al que se le quiere dar un carácter casi fundacional.
Con este discurso que machaca sobre el ánimo "destituyente"
de quienes no piensan igual (incluida la prensa), se apunta a que todo el mundo
repita (incluida la prensa) que lo que va a suceder el 28 de junio no es una
simple elección legislativa, sino un plebiscito de confrontación de modelos, más
al estilo chavista de referéndum revocatorio, tal como lo prevé la Constitución
bolivariana y no la argentina, que una ratificación propia de los sistemas
parlamentarios.
Esta apelación tan extrema, inclusive, pondría al
kirchnerismo en situación de que se cumpla la profecía del dirigente Emilio
Pérsico, quien dijo hace unos días, como globo de ensayo, "si perdemos nos
vamos. Que gobiernen Cobos y Clarín". El punto es saber qué será para el
oficialismo ganar o perder en las próximas elecciones, si la sumatoria de votos,
la sumatoria de bancas o que, si Néstor Kirchner es finalmente candidato, no
salga segundo en la provincia de Buenos Aires.
Ya mostradas las barajas de cómo va a ser de vacía en ideas
la campaña, en medio de una situación de crisis internacional y local que
necesitaría mayor acercamiento entre todas las fuerzas políticas, allí aparece
la cuestión de las candidaturas y alianzas, que de a poco se van perfilando,
distrito por distrito. Al respecto, hay que tomar en cuenta que en esta ocasión,
en el caso de los diputados, no se elige sólo al cabeza de lista, sino que el
pueblo de cada provincia manda al Congreso a varios representantes, pero es
innegable que el peso de la campaña caerá sobre el carisma de quien se ubique
arriba, tradición de personalismo bien argentina, que pesa más que los apoyos y
arrastres de los partidos.
En la Capital Federal, el kirchnerismo no tiene ninguna
chance ni consigue, por ahora, siquiera un candidato para incinerar. Allí, la
puja será entre Gabriela Michetti (PRO) y Alfonso Prat Gay (CC), hoy con ventaja
clara para la actual vicejefa de Gobierno. Elisa Carrió es todavía una
incógnita. En Mendoza, el cobismo y la UCR pelearán con el oficialismo las
diputaciones y las senadurías y es posible que en el distrito pesará la localía
del vicepresidente de la Nación.
Por el lado de Santa Fe, el peso de Carlos Reutemann será determinante para que
vaya con la sigla del PJ, en otra vereda que el kirchnerismo, mientras que el
socialismo, la CC y la UCR conformarán una corriente compacta que tiene como
referente central al gobernador Hermes Binner y en Córdoba, aún las definiciones
sobre alianzas tienen cierto sabor de final abierto, ya que Luis Juez no irá con
la Coalición Cívica, aunque se sigue conversando y la UCR tiene también sus
dramas internos que buscarán zanjarse en la Convención de Mar del Plata.
Mientras confía en ganar en el NEA, en el NOA y en la
Patagonia, en general en todos los grandes distritos el kirchnerismo tiene
posibilidades ciertas de perder muchas bancas sobre todo en diputados, lo que lo
relegaría a ser, en el mejor de los casos, la primera minoría, a partir de
diciembre.
De allí, la importancia decisiva que se le otorga en el
conteo final a la provincia de Buenos Aires, ya que en su territorio el
oficialismo pone 20/21 bancas en juego, sobre las 60/61 que deberá renovar en
total y donde competirán Margarita Stolbizer por la alianza de centro-izquierda,
Francisco de Narváez-Felipe Solá desde el peronismo disidente y ubicados más
hacia el centro-derecha (Unión-PRO) y el Frente para la Victoria. Por eso, la
gran incógnita es saber si finalmente Néstor Kirchner encabezará la lista de
diputados, algo que desde el entorno de Olivos se da como casi seguro.
No obstante, quedan aún algunos márgenes para la duda desde
dos ángulos: las encuestas y sus ganas efectivas de ocupar un lugar en el
Congreso. En general, las mediciones hoy lo muestran primero en el segundo y
tercer cordón del Conurbano, segundo en algunos distritos periféricos a la
Capital y decidídamente tercero en las ciudades del interior bonaerense y en
zonas rurales, donde la suerte ya está echada, debido al conflicto con el agro.
Las divergencias están en los porcentajes y ésa es la gran incógnita que carcome
hoy al ex presidente. Desconfiado por naturaleza, Kirchner manda a medir votos,
pero también tendencias, para ver si las últimas movidas del Gobierno se
trasuntan en mayor o menor adhesión y además sondea de modo permanente la
lealtad de los intendentes del Conurbano, quienes le prometieron acompañarlo
hasta, al menos, la puerta del cementerio. El sabe muy bien que todos ellos,
igualmente, le han ofrecido punteros y candidatos a concejales a la lista del
peronismo disidente, ya que no pueden dormir a la intemperie en sus distritos
hasta 2011, sin tener aseguradas las mayorías legislativas. Si de encuestas se
habla, ¿querrá competir y se arriesgará a perder el ex presidente? Y si se
aplica aquel refrán que acuñó Carlos Menem sobre que quien fue alguna vez Papa
no puede ser obispo, ¿estará dispuesto Néstor Kirchner a pedir la palabra, sobre
todo si el Frente para la Victoria no puede imponer el presidente de la nueva
Cámara? Más allá del problema de residencia que podría impugnar su candidatura,
algunos más escépticos se preguntan si alguna vez el ex presidente, acostumbrado
a otro rol dentro de la política, asumirá finalmente su banca.
Además, queda por resolver por el lado del oficialismo hasta
dónde tiene cuerda el Gobierno para demostrar que es capaz de pilotar de aquí en
más y en medio de la crisis global la solución de todos esos problemas que
afectan a la gente, una materia en la cual no parece tener antecedentes de
gestión demasiado confiables, o bien por inacción o por errores manifiestos de
criterio y falta de pragmatismo o por cuestiones ideológicas, que le han cerrado
caminos que ahora se intenta remontar. O por todo junto, como es la absurda
pelea con el campo.
En esta cuestión se transita un evidente callejón casi sin
salida, que está a punto de terminar, por ejemplo y más allá de las retenciones,
con la sustentabilidad del agro como sector productivo, lo que compromete hacia
el futuro la provisión de alimentos básicos al mismo mercado interno que se dice
proteger. Los expertos calculan que si todo sigue así, si se multiplican los
controles y las prohibiciones y no hay horizonte en la mira de los productores,
quizás el año próximo o el otro la Argentina deberá importar carne, harina y
lácteos, nada menos. Algo parecido sucedió con la política energética que
desincentivó la inversión y que ha llevado a que el horizonte de reservas de gas
y petróleo se reduzcan al mínimo.
En ambos casos, los intelectuales que le arriman letra a los
Kirchner les han aconsejado desde siempre, con más ideología que pragmatismo,
que la asignación no la haga más el mercado, como en los '90 y que se regule lo
desregulado. De allí, que se siga prefiriendo que la chequera del poder central
entregue fondos a gobernadores e intendentes, antes que los mismos chacareros
sean los que gasten su plata en las pueblos del interior, muchos de los cuáles
han vuelto a ser considerados fantasmas.
En este aspecto, la Presidenta y su esposo sostienen que hay
dos modelos a confrontar y que la gente deberá elegir entre volver al modelo
agroexportador o quedarse con el modelo del dólar alto con retenciones para el
agro, lo que significa una monumental transferencia de riqueza de los
asalariados y el campo hacia el sector industrial. Aunque después de lo visto en
la semana con el cambio de carril en materia de inseguridad, no sería extraño
que en los próximos 90 días haya virajes en muchos otros temas, sin que nadie se
ponga colorado. Al fin y al cabo, si los políticos modifican de modo permanente
sus discursos y la sociedad les cree, eso no es problema de los políticos.
Hugo Grimaldi