Tras la firma de un preacuerdo apenas para
integrar un futuro swap con China por U$S 10 mil millones, la Argentina llegará
a la reunión del G-20 con el país asiático como proveedor formal de divisas, lo
que le asegurará ser mirado con cierta prevención por los Estados Unidos y
Europa.
La movida argentina, que puede implicar algún beneficio en lo
financiero, lo que significaría además una muestra de cierto pragmatismo, podría
ser sospechada, a la vez, de realineamiento político, justo en momentos en que
China puja para tener más cuota en el FMI y, por ende, mayor representatividad
global, junto a la pretensión de imponer en el mundo su moneda como una divisa
de primer escalón, revaluada, desde ya, si la demanda así lo permite.
Después de haber convenido el acompañamiento de las posturas
del vicepresidente de los EE.UU., Joseph Biden o del primer ministro británico,
Gordon Brown en cuanto al reordenamiento de los organismos internacionales,
ahora la administración Kirchner muestra de modo zigzagueante que ha decidido
cruzar fondos con los chinos, buscando un reaseguro, en caso de tener que acudir
a sus reservas con necesidades perentorias.
Es toda una apuesta, ya que si bien haber firmado el
preconvenio no es un repudio directo al dólar, el mismo admite que la Argentina
cree que el yuan podrá tener en un tiempo más o menos corto cierto poder
cancelatorio, algo que la Unión Europea acaba de decir con todas las letras
en la propia Beijing que no es algo esperable, de momento.
La jugada china, que algunos describen como una revolución,
podría sacarla en breve lapso de los cánones de tener una moneda depreciada, que
sirvió para surtir de productos baratos al mundo. Igualmente, la misma no sería
inocua para su economía y entraña un riesgo de inicio, ya que de hacerla a pleno
cambiaría el paradigma de los últimos 30 años, en los que China tuvo un perfil
bajo y conservador, estrategia que las nuevas camadas de dirigentes podrían
haber considerado que ya llegó a su fin.
Pese a que habrá que leer detenidamente, cuando se firme, la
letra chica del acuerdo, algo que por ahora parece ilimitado, con este
arriesgado paso, que le sirve además para el marketing interno, la Argentina se
prestó a jugar a favor de las necesidades chinas, quizás con la fantasía de que,
para retenerla, el nuevo FMI finalmente le va a otorgar dinero casi sin
condicionalidades.
La decisión de avanzar en un convenio de este tipo también
puede analizarse desde varios ángulos. Desde lo comercial, el año pasado la
Argentina tuvo una balanza deficitaria de 700 millones de dólares y la movida
para flexibilizar las importaciones chinas ya ha comenzado a poner nerviosos, en
primera instancia, a industriales locales de varias ramas, en especial la
textil.
En materia financiera, también la señal podría ser leída como
de desesperación, habida cuenta la situación cambiaria local, ya que esos mismos
dólares que ahora no se usen para cancelar las importaciones chinas, que se
pagarán en yuanes, podrán ser destinados a calmar a quienes demandan billetes
estadounidenses. "No estaban tan bien las cosas, entonces", podría razonarse,
algo que, de ser así, le agregaría mayor incertidumbre al mercado.
Por último, en el orden diplomático parece haber habido
poca sintonía entre lo que bordó la Cancillería con las autoridades del G-20 y
el BCRA y, al respecto, habrá que ver como reacciona Brasil, sobre todo,
recientemente receptor de una extensión de un swap similar, contra dólares de
los Estados Unidos. Si bien China debe haber presionado —y mucho— para anunciar
la operación antes de la reunión del G-20, para mostrar así más cantidad de
adherentes a sus pretensiones, a la Argentina le daba lo mismo haberlo hecho
después del encuentro ecuménico y así la Presidenta podría haberse ahorrado que
la miren de reojo, pasado mañana, en Londres.
Hugo Grimaldi