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La deuda externa y el engaño político

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LECCIONES DE UNA SIMULACIÓN*
LECCIONES DE UNA SIMULACIÓN*

El Comité Ejecutivo del FMI analizó, el 7 de noviembre, las “lecciones de la crisis argentina”. Descubrió que “la dinámica de la deuda cumplió un papel central”, que la convertibilidad terminó convirtiéndose en “una carga” y que las proyecciones del Gobierno argentino y el propio FMI eran “demasiado optimistas, lo cual condujo a una visión complaciente”. Este análisis, que muchos interpretaron como autocrítica, sigue disimulando la responsabilidad que, hasta el final, tuvo el Fondo. En la presente nota se incluye una antología de comunicados más que “complacientes”, que el organismo emitió hasta 100 días antes de la hecatombe, mientras seguía fogoneando la deuda.

 

La historia no es 100 por ciento falsa.

En 1991, la Argentina -doliente de hiperinflación- necesitaba estabilizar sus precios internos; y el plan de convertibilidad lo consiguió. El peso, convertible a tasa fija, restringió los medios de pago y redujo la inflación a cero. La estabilidad trajo inversiones y ayudó a privatizar, eliminando una de las causas de déficit crónico.

A partir de 1993, el plan presentó síntomas de agotamiento. La competitividad comenzó a resentirse. El desempleo se multiplicó.

En 1995 ya era evidente que, tarde o temprano, ese plan debería ser sustituido.

Sin embargo, los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa -junto con la mayoría del empresariado, los más renombrados economistas vernáculos y grandes medios de comunicación- fingieron durante años que no había problemas.

Con la complicidad del Fondo Monetario Internacional, le hicieron creer que la Argentina había concebido un “modelo” de rápido crecimiento, apertura y modernización, gracias al cual estaban ingresando al “primer mundo”.

Nuestros principales socios comerciales devaluaban sus monedas, mientras la nuestra permanecía fija. El dólar se fortalecía respecto de otras divisas, y el peso acompañaba esa revaluación, pese a que nuestra economía no acompasaba los incrementos de productividad norteamericanos. La sobrevaluación cerraba mercados externos e inundaba el interno con productos importados, provocando así quiebras y desempleo.

El frente fiscal no andaba mejor. Como la convertibilidad impedía el financiamiento monetario del déficit, y el peso sobrevaluado afectaba la capacidad de lograr dólares genuinos, el país atraía capital financiero mediante tasas obscenas. El déficit fiscal no dejaba de trepar y el riesgo país (que mide la posibilidad de default) crecía sin parar.

Es importante hacer un inventario de las inexactitudes que el FMI propaló durante ese período, a fin de disimular la debilidad de la estructura económica argentina, y justificar que el país aumentara peligrosamente su deuda para mantener la ficción del 1 a 1.

En cada caso, se indica en cuánto aumentaba la deuda de la Argentina con el Fondo (esa que el organismo ahora cobra sin quita), a medida que los funcionarios prodigaban elogios a los gobiernos argentinos de turno:

 

1995: La Argentina de Menem, 10 puntos; el único problema es México

NUEVA DEUDA CON EL FMI

US$ 6.295.000.000

El 6 de abril de 1995, al anunciar el otorgamiento de 2.407 millones de dólares, que totalizaban 6.295 millones, de un Fondo de Facilidades Extendidas (FEE) concedido previamente, el Fondo celebró este aumento de la deuda argentina. Lo hizo pese a que las campanas de alarma estaban sonando en nuestro país. Para justificar su actitud, un comunicado del organismo sostuvo lo siguiente:

“Bajo el plan de Convertibilidad, la Argentina ha mantenido sus cuentas fiscales cerca del equilibrio, implementado extensas reformas estructurales y crecido más de 7 por ciento al año entre 1991 y 1994. La fuga de capitales, la disminución de las reservas, el alza de las tasas de interés y la caída de las acciones, no son más que una consecuencia de la crisis mexicana. Las autoridades argentinas han tomado decididas acciones para contrarrestar este fenómeno externo”. 

 

1998: La economía crece, el desempleo baja; todo bajo control

NUEVA DEUDA CON EL FMI

US$ 2.800.000.000

El 4 de febrero de 1998, el FMI anunció el otorgamiento de un nuevo FEE a la Argentina, esta vez por 2.800 millones de dólares, “para apoyar el plan de reformas económicas 1998-2000”. Este nuevo incremento de la deuda fue considerado un premio a un país sin problemas. El comunicado del Fondo:

“La Argentina registró una fuerte performance macroeconómica en 1997. La economía creció muy rápidamente, la tasa de desempleo cayó y la inflación fue virtualmente cero, mientras que la posición fiscal progresó tal como había sido programado”.

 

1998: Progreso sustancial en la implementación de reformas estructurales.

Al concluir la primera revisión del FEE, el Comité Ejecutivo del Fondo emitió el 23 de septiembre de 1998 el siguiente comunicado:

“Todos los objetivos cuantitativos aplicables han sido alcanzados por la Argentina, y el país ha hecho un progreso sustancial en la implementación de las reformas estructurales incluidas en el programa, el cual continúa en vigencia”.

 

2000: De la Rúa promoverá el crecimiento y reducirá la carga de la deuda

NUEVA DEUDA CON EL FMI

US$ 7.200.000.000

Stanley Fischer, Director Ejecutivo del Fondo, anunció el 10 de marzo de 2000 un crédito stand-by por 7.200 millones de dólares “para apoyar el programa económico 2000-02”. El anuncio de este nuevo aumento de la deuda argentina fue acompañado por un encendido elogio al gobierno de Fernando de la Rúa:

“El nuevo gobierno argentino se ha embarcado en un fuerte programa de reformas económicas dirigidas a promover la recuperación y el crecimiento sostenido de la economía, sin afectar la estabilidad de precios”. El programa incluye “una significativa consolidación fiscal”, que permitirá incrementos en el ahorro nacional y “reducirá la carga de la deuda externa”.

 

2000: De la Rúa, un líder fuerte, que continúa una política de éxito probado

Eso fue lo que dijo un vocero del Fondo, el 10 de noviembre de 2000, al comentar un nuevo plan de ajuste impuesto por el gobierno el día anterior:

“Los pasos anunciados por el Presidente De la Rúa anoche demuestran un fuerte liderazgo y representan tanto un significativo fortalecimiento del marco de política económica como una nueva evidencia del compromiso de la Argentina con los criterios que tan exitosamente ha seguido durante más de una década”.

 

2000: La Argentina crecerá y beneficiará a la región

NUEVA DEUDA CON EL FMI

US$ 32.700.000.000

“La Argentina está respondiendo a los problemas externos e internos mediante el refuerzo de su estrategia, orientada al crecimiento, y una política fiscal que se propone lograr el equilibrio presupuestario en 2005. La exitosa implementación de estas políticas tendrá un impacto importante y muy positivo en la región”.

Eso fue lo que dijo el Director Ejecutivo del Fondo, Horst Köhler, 18 de diciembre de 2000, al anunciar una ampliación de 6.700 millones de dólares (totalizando 13.700 millones de dólares) en créditos del FMI, que serían complementados por 5.000 millones del Banco Mundial y el BID, más 1.000 millones de España. También se anunció ese día que el sector privado había acordado una ayuda extra de 20.000 millones, de los cuales 13.500 millones serían desembolsados en 2001.

El anuncio, festejado en Buenos Aires como una “prueba de confianza del mundo en el futuro de la Argentina”, implicaba un aumento de 32.700 millones en la ya inviable deuda argentina.

 

2001: Convertibilidad y bancos, los pilares que resisten todo embate

NUEVA DEUDA CON EL FMI

US$ 21.570.000.000

Anne Krueger, Primera Vicedirectora Ejecutiva del Fondo, dijo el 7 de septiembre de 2001, al anunciar la aprobación de un aumento a 21.570 millones del stand-by inicialmente aprobado el 10 de marzo de 2000 y ya aumentado en enero de 2001:

“El régimen de convertibilidad argentino y las defensas del sistema bancario son importantes pilares de la estrategia económica del país y han sido vitales a fin de superar las turbulencias financieras. El Fondo, por lo tanto, se complace de que las autoridades reafirmen su compromiso con estas políticas”.

Faltaban alrededor de 100 días para que la convertibilidad estallara, las defensas del sistema bancario fueran arrasadas y un huracán financiero se llevase al gobierno de Fernando de la Rúa.

No hacía falta llegar a esto.

Contra toda evidencia, el Fondo quería exhibir una historia de éxitos y forzaba a un mayor endeudamiento.

Todo disidente era desacreditado.

En los pocos meses que me desempeñé como Jefe de Gabinete, no callé mis disidencias, ni aun fuera del país. A mi juicio, el Fondo no era un problema sólo para la Argentina, sino para la región. Durante un viaje a México, luego de entrevistar a la canciller Rosario Green -hoy embajadora en la Argentina- ofrecí una conferencia de prensa en la cual fui muy crítico del Fondo: 

• “En la década del 90 nos dijo: si achican el Estado, privatizan y controlan la inflación, van a crecer más que el sudeste asiático. No fue así. No somos los nuevos tigres. Seguimos siendo unas inofensivas mascotas”. 

• “El ajuste crónico no produce desarrollo y debilita las democracias. América latina necesita una estrategia de desarrollo, y lo que nos ofrecen los organismos internacionales no es eso”. 

• “En el país ‘A’, el Fondo acepta que el déficit se calcule de un modo y en el país ‘B’ exige que se calcule de un modo distinto. Creo que América latina, con los países que tienen mayor poder de negociación a la cabeza, deben demandar criterios uniformes para apreciar las cuentas públicas. Eso limitará la discrecionalidad que tiene el Fondo para premiar o castigar, no el resultado de las cuentas públicas, sino la mayor o menor docilidad de los gobiernos”.

Cuando volví a Buenos Aires, encontré a De la Rúa enfurecido conmigo. El nuevo titular del Fondo, Horst Köhler, estaba llegando a Buenos Aires, y el Presidente creía que mi ataque era tan inoportuno como injustificable. No fui invitado a participar en ninguna reunión con el visitante, que se fue elogiando la política económica, “orientada en la dirección correcta”.

Ante la demanda periodística, insistí en mis “dudas y cuestionamientos” al organismo. Para demostrar que el Gobierno no estaba dividido sobre este tema, como decían los medios, De la Rúa ofreció una versión acotada de mis críticas al Fondo: “Todos coincidimos en que los organismos internacionales deberían actuar teniendo en cuenta la problemática social. Se precisa alguna contención para que los esfuerzos de los países con problemas sociales no sean arrasados por un movimiento inesperado de capitales”.

No se necesitaba contención de los efectos, sino remoción de las causas. Eso requería cambiar la política económica que, con el aval del Fondo, habían seguido De la Rúa y Menem.

Los “hombres del Presidente” aconsejaban no escuchar a los “curanderos” o “falsos economistas” que advertíamos sobre esto que, ahora, el Fondo exhibe como “lecciones de la crisis argentina”: el problema central era la deuda, unida a un peso sobrevaluado. Había que reestructurar esa deuda y salir ordenadamente de la convertibilidad, antes de que sobrevinieran el default por imposibilidad de pago, la devaluación impuesta por el mercado y una seria crisis política y social.

Sin embargo, meses antes del desastre, el mundo entero sabía que la razón estaba del lado de los “curanderos”.

 

El último tango

En Nueva York, apareció un dramático artículo del economista Rudi Dornbusch: “El último tango”. En ese artículo, Dornbusch -que en 1995 había recomendado encerrarme a mí “en un zoológico” por anticipar que la convertibilidad nos llevaba al desastre- sostenía a mediados de 2001: “No hay luz al final del túnel”. Ahora lo veía claro: “La Argentina es absolutamente insolvente. Tarde o temprano, y más probablemente temprano, sobrevendrá el colapso”.

Charles Calomiris, profesor de Economía y Finanzas en la Columbia Business School, ya había advertido en abril: “La Argentina enfrenta una crisis de deuda. En el pasado reciente ha tratado de evitar el desastre mediante una serie de medidas fiscales que no hicieron sino posponer la crisis, con el riesgo de un gran daño a la propia Argentina y a terceros países”. Según este experto, los créditos del Fondo habían “aumentado la exposición del sistema financiero local a un potencial default”. La fórmula de Calomiris -“un oscuro economista de apellido griego”, según Cavallo- era bien definida: “Declarar el default ya mismo y reestructurar la deuda. Dados los actuales precios de mercado, la identidad de los tenedores de bonos, y la forma en que ellos financian sus tenencias, las consecuencias sistémicas de una quita serían seguramente pequeñas ahora, y el acuerdo se lograría rápidamente; en cambio, dentro de unos meses el default y la propuesta de reestructuración podrían tener efectos muy serios”.

Ricardo Hausmann escribiría poco después en el Financial Times de Londres: “Es demasiado tarde para evitar una catástrofe en la Argentina. La economía está en caída libre, destruyendo empleo, ingreso fiscal y apoyo político”.

Los mercados leían a los Dornbusch, a los Calomiris y a los Hausmann. No a Krueger, ni a los expectables economistas argentinos, que coincidían en exaltar esos míticos pilares, capaces de resistir cualquier turbulencia financiera.

A 100 días de la hecatombe, mientras el Fond o pretendía mostrar una Argentina indestructible, el riesgo-país se ubicaba en 3.344 puntos básicos y estaba pronto a convertirse en el mayor del mundo. En buen romance: a juicio de la banca Morgan -que lleva el EMBI+, índice de riesgo-país- no había en todo el globo terráqueo un solo país más cerca del default que la Argentina. Nigeria era más confiable. Ecuador era más confiable. Cualquiera era más confiable.

El Fondo no puede decir, ahora, que todo eso le pasó inadvertido. No hay “lecciones” de la crisis. Hay confirmaciones de un error. Hay pruebas de una simulación.

 

*Especial para Tribuna de Periodistas

 

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