La reivindicación de la figura de Raúl
Alfonsín tras su fallecimiento, en toda su dimensión como un hombre con medio
siglo en la política, puso al desnudo, sin pretenderlo, el nivel de la
dirigencia que hoy lo sucede.
Al repasar sus discursos, sus ideas, sus convicciones, todo
bajo un manto claramente apasionado que le imprimía a lo que hacía, es difícil
encontrar un semejante en el escenario político de estos días. Lamentablemente,
para la Argentina, no es factible nombrar a el o los sucesores de ese estilo de
hacer política, mas allá del color partidario.
Está claro que su gobierno fracasó, al margen de las
responsabilidades. Pero la adhesión de la gente pareció ir mas allá de su
gestión gubernamental en el retorno de la democracia. Porque tal vez perciben
que con Alfonsín partió una generación de políticos cuyo objetivo era imponer
sus ideas sobre el adversario. No como ahora, donde el objetivo es derrotar al
competidor, de cualquier manera y sin importar los argumentos.
La orfandad quedó expuesta con la muerte del hombre de
Chascomús: difícilmente se vuelva a ver por las calles a gente llorando y
desfilando durante horas en el velatorio...de un político.
Ni Néstor Kichner, ni Elisa Carrió, ni Julio Cobos, ni
Cristina Fernández, ni Eduardo Duhalde, ni Mauricio Macri, ni Hermes Binner, por
citar algunos nombres de la diversidad política actual, podrían alcanzar ese
peldaño.
Algunas de las premisas que marcaron la época de la cual
Alfonsín pudo haber sido el último de sus íconos, tenían que ver con el
"consenso", "el diálogo", el "renunciamiento de intereses personales", "el
debate de ideas".
Parece extraño que se hagan de esos conceptos aquellos que
hoy gobiernan y quienes son oposición, en medio de una campaña electoral feroz,
donde el único objetivo es ver de rodillas al contrincante.
"Alfonsín demostró que se puede hacer política y ser decente", se escuchó decir
en el velorio del ex presidente, en el Congreso Nacional.
A partir de este hecho, ¿podrá repensarse la dirigencia
política vernácula a partir de ciertos valores como el respeto por la
Constitución Nacional, por las instituciones, la búsqueda de los consensos en
los disensos, los debates sobre los problemas de fondo de la Argentina?
Parece utópico.
Ni siquiera el ciudadano común puede asistir a un diálogo
maduro entre el oficialismo y la oposición. Por el contrario, es testigo de la
permanente disputa de "cartel" en el seno de la oposición, y de "poder", en el
ámbito gubernamental.
Quizás sea esperanzador apostar a los jóvenes políticos que
están haciendo sus primeras experiencias. El destino del país está atado a la
evolución o involución de la dirigencia nacional.
Walter Schmidt