"¿Quien banca el tipo de cambio
competitivo? ¡El pueblo!" Pocas confesiones podrían ser más transparentes que la
expuesta por el ex presidente Néstor Kirchner días atrás en la localidad
bonaerense de Moreno. A contramano del discurso oficial, en el que la
redistribución del ingreso se constituye en el eje de la política económica, el
casi seguro candidato a diputado le estaba relatando a sus votantes cómo sus
ingresos se iban deteriorando día a día con el constante aumento de la
cotización del dólar, a razón de un 2,4 por ciento mensual promedio en el primer
trimestre de 2009. Una devaluación, de acuerdo con la confesión, "bancada" por
el pueblo o, para ser más precisos, por todos aquellos que perciben ingresos
fijos en pesos.
La incontinencia verbal es mala consejera y en los tres
meses de campaña electoral que restan se escuchará más de una "confesión" de esa
naturaleza, en el oficialismo y en la oposición.
Paradojas del kirchnerismo: después de años de mantener
una convertibilidad no explícita de 3 pesos por dólar, desde fines de 2008 se
volcó a una virtual "tablita" con minidevaluaciones periódicas. Domingo Cavallo
y José Alfredo Martínez de Hoz, agradecidos.
La pregunta de Kirchner a su auditorio muestra las
limitaciones de la falta de una política económica o, si se prefiere, de un
gobierno y una dirigencia que apuestan la suerte de la economía de su país
solamente al tipo de cambio. Si la competitividad está atada nada más que a la
cotización del dólar, el final de la historia ya es conocido por estas
latitudes, a fuerza de repeticiones. O termina diluida por la inflación, o es la
devaluación de algún país vecino la que se encarga de la tarea. Para reiterar
entonces el círculo vicioso devaluación-inflación-retraso cambiario que dominó
gran parte del último medio siglo de la economía argentina. Con una
particularidad: los sectores asalariados siempre reinician el circuito desde un
peldaño más abajo que en la ocasión anterior.
Pero el esquema de distribución regresiva del ingreso no se
agota en las devaluaciones. Después de todo, los últimos años de la
Convertibilidad servirían como desmentida, si no fuera por que en la economía
actúan otros factores además de la paridad cambiaria.
La política impositiva de un país es crucial en ese aspecto y
el caso argentino es un ejemplo de lo que no se debe hacer si lo que se busca es
la Justicia Social. Por estos días se cumplen catorce años de un alícuota del 21
por ciento en el Impuesto al Valor Agregado, con el que se gravan a ricos y
pobres como si fueran iguales.
La medida, dispuesta en 1995 por el tándem Menem-Cavallo ante
las urgencias derivadas del efecto Tequila, no fue modificada por ninguno de los
gobiernos posteriores, más allá de una episódica baja de dos meses en la gestión
Duhalde-Lavagna.
A diferencia de otros impuestos, el IVA tiene a su favor una
suerte de "invisibilidad" para la mayoría de la población. Como en las facturas
o tickets de compra ese impuesto no está discriminado, la mayor parte de los
consumidores no repara en el peso que tiene en sus consumos habituales.
Cualquiera puede constatar cuánto paga de impuesto Inmobiliario o, si
correspondiera, monotributo o Ganancias. Pero son muy pocos los que hacen la
cuenta a la salida del supermercado de cuánto de lo que acabaron de pagar
corresponde al IVA. En caso de hacerlo, comprobarían que en un mes pagan por IVA
mucho más que todos los otros impuestos juntos. Resultará habitual que se
proteste contra las subas en los valores del impuesto inmobiliario, sin darse
cuenta que lo que se paga en concepto de IVA puede llegar a ser hasta diez veces
más.
A propósito, ya que el actual Gobierno está empeñado en
volver atrás con todos los actos de la época menemista, ¿qué espera para
retornar a la tasa del IVA del 13 por ciento vigente hasta 1989? Después de
todo, los ocho puntos porcentuales de aumento también son una herencia de la
nefasta década del '90.
Pero si la estructura impositiva es injusta, también lo es la
asignación de recursos. La Sociedad de Estudios Laborales (SEL) señaló que las
deducciones por hijo para la cuarta categoría de Ganancias son catorce veces
superiores a los 30 pesos mensuales que reciben por el mismo concepto los
sectores más postergados. Si los recursos se distribuyeran con un mismo monto
para todos, esas asignación para los más pobres podría triplicarse, sin
necesidad de incrementar el gasto en un centavo.
A una conclusión similar arribó la UCA en su último estudio.
Para que los ingresos de los hogares pobres se ubiquen por encima de la línea de
pobreza, serían necesarios unos 23 mil millones de pesos, "lo que es equivalente
a los recursos que actualmente gastan la Nación y los gobiernos provinciales y
municipales en programas asistenciales".
"Existen recursos adecuados para eliminar la pobreza, pero
las deficiencias de gestión impiden cumplir con este importante y estratégico
objetivo social. Por lo tanto, debe ponerse énfasis en mejorar la calidad de la
gestión de las políticas sociales, eliminando las duplicación de programas y las
deficiencias administrativas que obstaculizan la llegada de los recursos a los
pobres", es la conclusión del informe.
Pero para que el Gobierno asuma esa tarea, debe partir de
reconocer la cantidad real de hogares por debajo de la línea de pobreza. Un
camino que no está dispuesto a transitar, porque sabe de antemano el final: la
admisión de que destruyó el sistema estadístico nacional y que la inflación
acumulada desde enero de 2007 a la fecha es entre dos y tres veces mayor a la
oficial.
Eso también lo banca el pueblo, aunque no se lo diga en las
tribunas de campaña. La incontinencia verbal también tiene sus límites.
Marcelo Bátiz