La presidenta de la Nación acaba de
pedirle a todo aquel que crea que el modelo económico no sirve le presente
alternativas.
La actitud de Cristina Fernández tiene diferentes lecturas,
pero una sola consecuencia: el Gobierno ha resuelto jugar en la discusión
electoral una de sus piezas más preciadas y ha puesto al programa de
"acumulación económica" en el activo.
También podría presumirse que el kirchnerismo ha tomado
conciencia de que ya no es tiempo de vacas gordas y que habrá que comenzar a
decir ahora que el mundo obliga a los hacer cambios, por lo que podría estar
preparando el terreno para el ajuste que podría sobrevenir después de junio.
Por lo que fuere, quizás también debido a la onda del diálogo
surgida del "efecto Alfonsín" o aún a partir de cierta picardía política,
derivada de una "mojada de oreja" tirada a los cuatro vientos para que la
oposición quede en evidencia, lo concreto es que ésta es la primera vez que
desde la máxima responsabilidad de conducción gubernamental se hace un
llamamiento tan amplio a todo aquel que tenga algo para aportar o rebatir en
materia económica. Hasta ahora, el programa estaba en un altar y no se tocaba.
Lo ha dicho la Presidenta: mercado interno, tipo de cambio alto, exportaciones,
tarifas desacopladas de los precios internacionales y un ambicioso plan de obras
públicas como pilares para empujar la producción y el empleo. Y todo ello,
basado en la obtención inédita de un importante superávit fiscal, derivado en
buena parte, vía retenciones, del superávit comercial. Todo funcionó de modo
bastante ordenado durante varios años y tanto fue así que el Gobierno siempre
quiso firmar un acuerdo para el Bicentenario que implicara la aceptación a libro
cerrado de su modelo. Sin embargo, muchos empresarios evitaron sentarse a la
mesa, ya que no quisieron convalidar muchos de sus desvíos.
Así, casi nadie quiso pegarse al deterioro del flanco fiscal,
derivado del excesivo ritmo del gasto, ni a los impuestos distorsivos, ni al
poco apego del Gobierno a relacionarse con el mundo, ni tampoco a los desvíos
institucionales o a las manipulaciones de la seguridad jurídica (AFJP), ni mucho
menos a la intervención estatal desmedida, ni al enrarecido clima de negocios,
ni tampoco al proceso inflacionario maquillado desde el INDEC, con números que,
finalmente, han servido para disimular groseramente la pobreza y la indigencia.
En eso estábamos, diría Cristina Fernández y "apareció el
mundo" y la crisis oscureció aún más todos los grises que ya se insinuaban. Es
probable que entre todos los que se animen a responderle ahora a la Presidenta
haya muchas recetas para avanzar, algunas que sólo sugieran un apropiado
service a este modelo u otras con cambios más de fondo. Si el guante es
recogido, algunos aplaudirán, otros lo destrozarán y de la síntesis podrían
encararse caminos comunes. Igualmente, no deja de ser auspicioso que el
gesto presidencial reconozca que algo intocable puede ser sujeto de
rectificación.
Por eso, muchos deberían plantear la solución a estos u otros
temas como alternativas superadoras, tal como lo ha pedido la Presidenta, a
través de políticas e instrumentos concretos que dejen de lado
"descalificaciones y agravios". Lo que sí, también, para que la cosa funcione y
para que el desafío no se convierta sólo en "jueguito para la tribuna" de
carácter electoral, es necesario el firme compromiso de las autoridades de que
están dispuestas a tragar saliva y a disponerse a aceptar sin dogmas e
implementar, por derecha o por izquierda, algunas de las cosas más inteligentes
de aquellas que se les sugiera.
Hugo Grimaldi