A partir de las referencias presidenciales
en Neuquén sobre el valor determinante que el gobierno nacional le asigna a los
aportes jubilatorios que incluyen al dinero que antes iba a las AFJP, el titular
de la cartera de Interior, Florencio Randazzo salió a ratificar el pensamiento
de Cristina Fernández y señaló que "si no hubiéramos tenido estos fondos, la
suerte de la Argentina hoy sería otra".
La conclusión más sencilla que podría sacarse de la
afirmación ministerial sería endilgarle a Randazzo la admisión de la crisis y la
necesidad perentoria de manotear los fondos jubilatorios del sistema privado
para paliarla. Parece excesivo, aunque "a confesión de parte..."
Sin embargo, lo que surge de modo más notorio de sus dichos
es que resulta imposible creer que, después de seis años corridos de
crecimiento, que al decir oficial le proporcionaron a la Argentina el período
más fecundo de los últimos 200 años, la suerte del país haya quedado atada de
modo tan significativo a una suma que representa, en todo caso, cerca de 10% del
PIB vernáculo, como fue el monto del traspaso al Estado de los aportes jubilatorios en el sector privado.
Quizás una lectura más ajustada que se puede hacer del
mensaje que baja desde el Gobierno es que los funcionarios no se animan a
reconocer de una vez que, durante el último año sobre todo, se gastó demasiado y
no del modo más eficiente y que por eso se necesita hoy recurrir a dicho
salvataje.
Más allá del sinceramiento del ministro, no se puede dejar de
mencionar que cuando se dice ligeramente que los fondos de las AFJP no se
aplicaban al sector productivo o que había 1.245 millones en el exterior en
cabeza de empresas extranjeras y se desliza que eso sucedía por una maldad
intrínseca de las Administradoras, aparecen dos inconsistencias evidentes.
En primer término, nadie puede desconocer que la cartera de
inversiones y sus topes estaban digitados por una Superintendencia estatal que
respondía al Gobierno y que no ha sido otro que éste quien determinó las pautas
a seguir por las Administradoras.
En esos permisos se inscriben el porcentaje de fondos a
derivar a la economía real (sobre el 1% que se había pautado como tope, las AFJP
habían llegado a 0,6%), como así también la tan criticada colocación de dinero
en el exterior (apenas 6,42% del total).
En segundo lugar, hay que recordar, como contexto de la
situación, que los fondos de las cuentas individuales de entonces tenían como
objetivo maximizar las utilidades de los futuros jubilados (ahorros) y no un
propósito fiscal, como ahora está claro que, como loable propósito, tiene el
dinero que maneja la ANSeS (impuestos) para reactivar la economía y sostener el
empleo.
Son dos cosas distintas y la comparación está dada claramente
entre peras y manzanas, que no hace otra cosa que confundir conceptos o encubrir
el efecto-pobreza que sufrieron los aportantes de las AFJP, deterioro que ya se
venía materializando desde antes de que llegara a la Argentina la crisis
internacional. Por otra parte, cuando la Presidenta señala como algo filosófico
que éste es un sistema solidario y no individual dice, con razón, que ahora cada
uno no tiene derecho a saber cuánto lleva acumulado, ya que todo va a un pozo
común.
Pero este razonamiento no impide que la ANSeS no transparente
de modo más amplio las operaciones que ha efectuado, muchas de ellas a tasa
negativa con respecto a la inflación, aunque —y éste es el argumento oficial de
defensa— con un probable impacto social que estaría compensando el deterioro
financiero.
Y un dato más. Cuando las AFJP le entregaron sus activos al
Estado le traspasaron 57% de su cartera en títulos públicos, todos ellos
emitidos por el Tesoro o el BCRA. Hoy, todo indica que esa proporción se ha
ampliado a 62,4%, porcentaje que incluye, además, la consolidación de deudas
hasta el año 2016, que se digitó entre gallos y medianoche hace un par de
semanas.
Hugo Grimaldi